Y la reacción ha sido dolorosa, debo decirlo.
Era 1997, yo me subí a bordo del vuelo de un fracaso anunciado. El día anterior a aquel viaje, llegó a mis manos una cinta de los antiguos cassettes, de «los pies descalzos» de shakira, quien para entonces era una colombiana que iba a los conciertos en vuelos comerciales, en clase turista, y cargada en sus hombros de una guitarra y una maleta en sus manos, tomaba un taxi directo al escenario.
El taxista, que me contó esta historia, era el que llevaba cada mañana a una chica, que al empezar su trabajo en un aeropuerto a las 5 de la mañana se veía obligada a usarlo como chofer. Ella fue quien me regalo la cinta y Él quien me llevo en su taxi el día que volví de aquel viaje. A los dos los conocí por separado y la coincidencia de la relación no la supe hasta varios años después. Así, para mi, «pies descalzos» es el nombre de la banda sonora de un verano en Madrid. Es la banda sonora de una aventura de mochilas, de descubrimientos y de fracasos. Que a lo mejor son las historias que quiero ocultar» por no contar miserias, en el lugar de unas simpáticas coincidencias.
«Pies descalzos» es también el primer libro que compre con salario de delineante, cuándo estudiante de arquitectura y con una vida totalmente plena de estudiante, me enganché a este texto de la aventura de mezclar el sentido social y la arquitectura. «Esto es lo mío«, me dije, a la par que empecé a encontrar el sentido del azar que me llevo a escoger aquellos estudios.
Este es un post raro, a lo mejor es un escondite, es un acertijo en el que se halla oculto un mensaje de melancolía y del aprendizaje a la vez. Una sucesión de casualidades, como los mejores aprendizajes
No sé bien que quiero contar, y no sé bien que quiero ocultar. Este es un post raro, a lo mejor tan raro como el ansia que siento ahora, intentando escudriñar en esta actualidad liquida, en la que lo único con la que se puede contar es con la incertidumbre, de a qué camino apostar, la misma incertidumbre que sentí hace más de 15 años.