Entre los años 96 y 98 fui parte del equipo que enfrentó la rehabilitación integral del antiguo hospital San Juan de Dios, luego y con el mismo equipo, ganamos el concurso e intervenimos en la adaptación museográfica del mismo proyecto para su uso como Museo de la ciudad; finalmente y de manera ya personal, dirigí el montaje del museo.
Como podéis ver, éste es un proyecto en el que tuve la oportunidad de estar desde su inicio hasta el final.
Muchas veces los arquitectos solemos jugar con la metáfora de «parir» proyectos, como quien tiene un hijo y no es poco cierto. Dentro del proceso del montaje del museo, y siguiendo el guión museográfico, era necesario representar una procesión del siglo XVII, teníamos vestuario, esculturas y nos faltaban los rostros; necesitábamos uno de un niño, que lo resolvimos pronto y faltaba el rostro principal. Y decidí jugarme a «quedarme en el proyecto». Presté mi rostro que hasta hoy está allí. Creo que fue una manera de quedarme, una forma algo particular de dejar un rasgo en el proyecto que me permita encontrarme allí y ser parte de él. Ahora que ya no se lleva eso de las plaquitas en la puerta en plan: «fulanito» Arquitecto, y el año, este fue un buen atajo. Ahí me quedé co-habitando con todos los fantasmas de hospital. Tema que de verdad habrá que contarlo despacito, como el tema lo demanda.