Original publicado el 28 de noviembre de 2018
“Me siento impotente, pero, sobre todo, vacío. No me queda nada. Me había acostumbrado tanto a gritos, rumores, ronquidos, orgasmos, reproches, llantos y risas que este silencio es la peor de las agonías. He oído muchas veces que las personas poco antes de morir ven pasar sus vidas en imágenes. En este momento, las únicas imágenes que me vienen pertenecen a todos aquellos que han pasado por mí”
Segundo, biografía de un piso. Rubén Señor
Seguro que más de una vez habrás imaginado objetos materiales encarnando capacidades humanas. Podemos fabular mucho, pero de todo ello y más se ha encargado eficientemente la industria cinematográfica, especialmente de público infantil, y no en vano, puesto que acertadamente todos sabemos que en esos primeros años, hay un momento en que aquella capacidad creativa ilimitada te permite otorgarle características humanas a casi cualquier objeto.
Hablas y dialogas con las muñecas y muñecos, generas el sonido faltante de un pequeño coche o una moto, un pequeño pájaro de plástico para ti aletea y trina mientras se desplaza cortando el aire, así vamos otorgando propiedades vivas a objetos inanimados.
Pero estas costumbres enraizadas de niños, trascienden nuestras vidas y ya de adultos el subconsciente nos juega algunas pasadas:
Siempre me ha causado una gracia particular el ver a padres y madres, golpeando la esquina “maldita” de la mesa que acaba de agredir a su pequeño que, de manera incauta, da sus primeros pasos:
—tonta, mesa tonta, no pegue al nene—
Y …los adultos sabemos que la mesa no tuvo ni intención ni capacidad.
Y cuantas veces, con seguridad, habrá salido de tu boca un:
¡Si la casa donde crecí hablase…vaya cosas que contaría!
En realidad, sabemos que la casa donde creciste no puede hablar. Sin embargo, eso no le impide haber sido testigo, ver tu vida pasar.
Los objetos, esos objetos “supuestamente” inanimados, no tienen capacidad de memoria, pero somos nosotros, es nuestra memoria y nuestra presencia vívida la que ata nuestros recuerdos a su escenario. No sé si como un complemento en calidad de atrezzo o como un cómplice silencioso que luego será nuestro atajo para recordar escenas destacadas. Muchas veces he pensado y otras he constatado, en historias propias y ajenas, que cada actor usa este escenario y los objetos de atrezzo e incluso la banda sonora, como un camino rápido—un atajo—para volver a los momentos recordados, e incluso como un antídoto en contra del olvido, porque de no recordarlo, dejará de existir esa pequeña parte de vida pasada, que también nos conforma.
Imagen: Real Fábrica de Armas de Orbaiceta, Navarra.
Esta forma de relación sujeto – objeto, es perfectamente escalable frente a objetos de más amplia dimensión y descripción, por ejemplo, un mirador:
“¿Qué es el vértigo? ¿El miedo a la caída? Pero, ¿por qué nos da vértigo un mirador provisto de una valla segura? El vértigo es algo diferente del miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer del cual nos defendemos espantados.”
Milán Kundera, la insoportable levedad del ser.
¿Te suena esto? ¿Alguna vez has sentido esa sensación?
Generalmente es un vacío en el estómago el que nos advierte de la sensación.
Esto marca una relación distinta entre persona y objeto, deja de ser el sujeto quien, por sobre el objeto, controla una percepción humana. El sujeto se deja seducir por una probabilidad de riesgo, provocada en su relación con el objeto.
¿qué es lo que nos seduce realmente?
Sigmund Freud centró gran parte de sus investigaciones en la pulsión de muerte junto a la pulsión de vida, una dualidad implícita en los seres humanos que más allá de explicar las diferencia con los instintos, nos permite entender que hay llamados subconscientes que buscan o procuran, respuestas a necesidades que como especie, hemos macerado durante siglos.
La ruina como objeto arquitectónico, por ejemplo, nos provoca unas sensaciones particulares, que a mi juicio tienen mucho que ver con esto.
Su observación simple nos permite despertar sensibilidades diferentes frente a lo que yo llamaría una provocación inmediata.
Imagen: Escuelas Pías de San Fernando en Lavapiés (Madrid)
Las ruinas musealizables, cuya principal característica está dada por el contundente peso histórico implícito a la obra, hecho que algunas veces carece de evidencias física, y más bien está vinculada al conocimiento de su peso histórico—al uso de su espacio—por qué de alguna manera sacraliza ese pasado y pone en tela de duda la probabilidad de una nueva forma de aprovechamiento. Por cierto, esto no quiere decir que el resto de las ruinas no sean musealizables. Todo lo contrario. Lo son. Sin embargo, es sobre todo el peso histórico o la singularidad arquitectónica la que le da una vocación explícita de ser pieza de museo.
La ruina contemporánea, majestuosa e inconclusa, que, según Pablo Arboleda, experto en el tema y gracias a quien he matizado algunos de los criterios vertidos aquí, “incomoda, puesto que trae asociado un concepto de fracaso, que pone en cuestión el permanente progreso que demanda el capitalismo”. Yo solamente agregaría que un gran abanico de ejemplificaciones las podemos encontrar Berlín, tanto de su multiplicidad de posibilidades de usos, cuanto por las estrategias de protección de la ruina como construcción patrimonial.
La ruina informal. Aquellas de hallazgo casual, las que encontramos sin proponer una investigación ad hoc, con evidencias claras de deterioro y con una ausencia de certeza histórica, lo cual por un lado resta parsimonia al análisis y por otro permite un acercamiento más prosaico, cotidiano, que puede ser incluso divertido, pero a la larga es algo sometido a un determinado riesgo, puesto que no existe consciencia del valor y por tanto no hay un tratamiento adecuado en cuanto a su vulnerabilidad.
En todo caso, mi propósito no es centrarme en el ámbito de la experticia de la ruina como objeto de análisis arquitectónico, para ello expertos se han encargado de manera muy eficiente, sino más bien revisar las percepciones que nos provocan y sobre todo lo que nos seduce de ella.
Desde este punto de vista, debo decir que el elemento que conjunta a las categorías que acabo de improvisar, es un determinado morbo, una sensación que la ruina, por su naturaleza, despierta en nosotros. Nos invita, nos provoca explorar.
Imagen: Potsdamer Platz (Berlin)
Desde ahí las formas de acercamiento son múltiples; unas que han apostado desde la posibilidad lúdica de la exploración urbana, conocida también como urbex, y como había insinuado anteriormente, arriesgada, puesto que desde el ingenuo sentido lúdico pueden difundirse como una invitación al riesgo en infraestructuras que deberían estar salvaguardadas con un sentido de protección y cuidado. O no. Dependiendo de un análisis de expertos. Otras que, incluso, pueden poner en riesgo a los intrépidos visitantes, como por ejemplo el proyecto de Danny Cooke de los vuelos en dron sobre Pripyat, Chernobyl, o como los proyectos que se enmarcan en la cultura americana como Dann Bell que explora los centros comerciales abandonados. Algo menos distante a nosotros, en Croacia podemos encontrar al proyecto de Francisco de Pájaro, (alias art in trash), que ha hecho de la incursión en la ruina y la basura su objeto de arte, en este caso en un hotel abandonado de más de cuarenta mil metros cuadrados, intervenido generando una forma de arte alternativo, “auspiciado por una marca comercial”. E incluso en plena casa de campo en Madrid, El Pabellón de los Hexágonos aún en estado de ruina y el Frontón Beti-Jai, en proceso de recuperación, interesa revisar y comprender los estados de ambos casos y las discusiones planteadas alrededor de sus estados y recuperaciones que se enmarcan ya netamente de entornos académicos.
Múltiples miradas a varios casos que ilustran esa unívoca reacción frente a la ruina. El objeto arquitectónico, generalmente, nos deslumbra por una conjunción de técnica y belleza, mientras que la antigüedad histórica nos brinda una referencia del tiempo pasado y de un momento histórico que asumimos que per se, le otorga un valor que le dignifica y le eleva a una categoría particular, que nos permite conectar con la memoria y la identidad.
La ruina no, la ruina tiene un matiz prosaico que nos seduce, nos acerca a la cotidianidad propia, en tal medida que nos remite a la introspección, a manera de un espejo en el que podemos, de alguna forma, vernos reflejados, es por esto acaso, que cuando estás frente a una ruina, sientes la seducción de acercarte, de explorarla en persona y procurar ese encuentro fortuito y casual que probablemente te lleva a la satisfacción de mirarte ahí mismo.
Notas:
Si este tema te ha interesado, puede ser oportuno que revises los siguientes enlaces:
Abandoned Berlin | Documental y el proyecto
Amenazas y esperanzas para edificios abandonados en Berlín. Pablo Arboleda.