Esta experiencia nace en Alicante, tierra mediterránea en la España del sur de Europa. Paso por Miami y llego a Quito, 2800 metros de altitud al pié del volcán Pichincha. El viaje en sí mismo me ha parecido paradójico. El empezar en un amanecer, de tierras de amaneceres y atardeceres, por la sencillez de su topografía. En el día del viaje, observando la península desde el avión, me sorprendía cómo pueden las metáforas desvestir la historia y generar nuevos significantes. Me sorprendía cómo un suelo tan “conquistado”, por el que han pasado civilizaciones de siglos y siglos, contrasta tanto con una tierra nueva y, dentro de las tierras nuevas, la costa este de Estados Unidos, en concreto Miami, frente a Los Andes, las alturas y los contrastes tan abruptos de su naturaleza. Si tuviera que poner banda sonora a esto, no lo haría de otra manera:
Y allí precisamente, al final de la avenida de los volcanes como lo llamó Humbodt, al pie del Chimborazo y con la mirada puesta en el Sangay y la Costa del Pacífico, está emplazada Alausí…
¿Qué sé yo de Alausí?
Es la Primera ciudad de la Sierra Ecuatoriana a la que llegó el ferrocarril trasandino en 1902. Es muy importante esta cita ya que el país ofrece, en su fotografía, una marcada diferencia entre la Costa del Pacífico y la Sierra Central. Ésta obra de ingeniería, «el tren mas difícil del mundo» que une Guayaquil con Quito, se topó en su trayecto con una pared de roca que el trazado de la vía salvó con un zigzag que permite que el tren avance y retroceda paulatinamente hasta alcanzar la estación de Alausí.
La ciudad está enclavada en un pequeño valle. En mi primera visita, lo más curioso fue ver cómo la ciudad se ve desde lo más alto con techos de lámina metálica ondulada que, por su óxido, toman un color muy parecido a la teja artesanal. De inmediato pensé que se trataba de un impacto evidente de la llegada del tren. El país no es productor de metales y, por lo tanto, ese detalle y esa reflexión eran evidentes a la par que metafóricos; incluso diría que simbólicos. Sospecho que debe haber un Alausí antes y después de 1902, sin embargo espero que a partir de este año se sume una nueva etapa en la que el ferrocarril, ya rehabilitado, empiece de nuevo a subir y a bajar la nariz del diablo.
Esta particular circunstancia es la que hace a la ciudad. El resto, conclusión de una primera observación, habla de una ciudad de acopio de todas las zonas agrícolas indígenas, buscando aquí un punto de intercambio de todo. Una ciudad que además de haber recibido aquello que subió en el tren desde la costa, empezando por la chapa metálica para las cubiertas residenciales y acompañado de todas las mercancías que llegaban a Guayaquil por vía marítima; hasta conformar una tipología arquitectónica muy propia de la zona litoral.
El resto, creo que son más preguntas que respuestas. El proyecto de cuyo equipo formo parte tiene el encargo de poner en valor un eje de identidad de la ciudad. Evidentemente un eje físico, trazado por el acceso del tren y su entorno inmediato. El equipo que conformamos lo vemos más bien como un eje conceptual de intervención en la puesta en valor de la identidad.
¿Cómo hacerlo de manera urbano-arquitectónica?
¿Cómo hacerlo de manera que la propuesta de intervención sea una propuesta viva, acertada y consensuada con los actores mismos, para que más allá de la construcción de las infraestructuras duras sea un proceso de empoderamiento de los valores de los emplazamientos y que dicho proceso sea el camino real para la puesta en valor?
¿Será posible bajarse del ego de arquitecto y ser un facilitador de espacios para la gestión de la identidad?
Vamos a ver cómo sale el reto.