Poner nombre a las cosas es reconocerlas. Nombrarlas es anular la posibilidad de ignorarlas.
Recuerdo aquellos amigos de la época de estudiantes de quienes cuyo nombre no lo puedes recordar, era porque no destacaban, no se «hacían ver», más allá de un juicio de valor al cómo y al por qué. Muchas veces recuerdas de ellos alguna anécdota, algún rasgo particular, pero se te va su nombre.
Políticamente, una de las estrategias muy venidas a más es tratar de «complicar» términos a fin de «opacar» su concepto. Se le llama movilidad internacional laboral a la migración, con ello se intenta matizar un término, aparentemente complicándolo pero realmente ocultando sus razones claras y de fondo. Es una manera de negarlo.
Conocí una familia a cuyo novio de la hija lo llamaban «Éste». El chico tenía nombre y apellido, pero todos, la interesada incluida lo llamaban Éste, casi como si de un apodo se tratara, pero no lo era.
En nuestra lengua está reconocida la «media verdad» como una declaración engañosa.
Vamos!!!»que por angas o por mangas», el tema es que hay un sentido sub contextual en el hecho de ocultar, de esconder. Voy a cumplir diez años en esta tierra mediterránea a la que le tengo inmensa gratitud y cariño, pero debo confesar que hay gran parte de estos «lenguajes» que aún no soy capaz de aprender a manejar.
—La cosa—, dice la gente. —La cosa—se está componiendo.
Así se refieren a la reaparición de grúas y una que otra parcela, que luego de haber ganado ociosa plusvalía, empieza a verse con movimiento de tierras y el trajinar de obreros de construcción que vuelven a la carga. Con toda certeza, esta afirmación:»la cosa se está componiendo», tiene que ver con la ignorancia de no poner nombre a un hecho, fenómeno social culpable de muchas de las dificultades que estamos viviendo. Tiene que ver también con un optimismo de que «a todos nos vaya mejor», con esa ilusión de que salgamos de una época mala y volvamos a lo mas parecido posible del «estado del bienestar», esa época en donde probablemente muchos vivíamos más allá de nuestras posibilidades y sobre todo nos ilusionamos tanto y tanto, que no fuimos capaces de ver que el «estado de bienestar» era un caldo de cultivo de la corrupción, el clientelismo, pero sobre todo una injusticia social que nos engañó a todos, haciéndonos pensar que era normal un estado de absoluto despilfarro, en donde las escalas y proporciones de beneficios se fueron de las manos y muchas profesiones y oficios se «crecieron» muchísimo más allá de la realidad.
¿Que nos queda?
Yo apuesto a la reflexión, darnos cuenta que los pocos proyectos de edificación que se levantan, si bien no son un timo, si que siguen siendo en gran medida, el símbolo de un error. Son la escenografía de una obra de teatro de lo mas nocivo y cruel que ha vivido el sur de Europa y gran parte del resto del mundo y que ha coincidido con una crisis no solo económica, sino ética, política. Pero sobre todo no es un símbolo de que las cosas van a ser mejores mañana, ni menos aún símbolo de arquitectura o industria.