El vendedor de sueños

He conocido al vendedor de sueños de Ernesto Quiñonez, historia aguda y exquisita, me lo he devorado. Luego con más calma (creo que las películas se debe comentar a los dos días y los libros a la semana…o más)le he saboreado. Yo lo leí por un comentario de Alberto Fuguet acerca de la presencia de unas culturas dentro de otras. El tema de los Latinos en Estados Unidos es muy amplia y compleja, en muchas series guiris- gringo-yanqui-hollywoodesca se ha hecho todo lo posible en mostrarles de manera peyorativa, sin embargo creo que este libro tiene acercamientos a una complejidad social, a través de una novela, mucho más rica de las que suponemos o estamos acostumbrados a verlas recreadas por hollywood, creo que esta novela llega realmente a la esencia de un pueblo en la búsqueda de su cultura contemporánea.

se cayó la historia

…Y de pronto se le cayó la historia…
De pronto no tenía pasado.
Solo apareció casi, casi de la nada.
Como si una tarde, la mirada perdida en el parque, cazaría el aparecimiento de un árbol, ir mirando como poquito a poco el árbol va saliendo del suelo, como rompe el césped y deja ver su primera rama, pero no como un pequeño brote nuevo, sino la rama de la copa y luego mas ramas, y luego frondosidad entera y luego tronco, y luego más tronco, hasta llegar a mucho tronco, mucho tronco de largo y alto.
Así de pronto, se le cayó la historia y no era más que un elemento en el paisaje, sin fe sin religión, sin ternuras ni odios, como entre paréntesis…
¡Y él queriendo estar entre comillas!

san leandro

Una pequeña callejuela donde no se aparca sino para amar.
Un edificio tan delgado como la brisa de la primavera y palmera de mar.
San Leandro 11, escaleta flaca y cansada, sin ascensor ni bulla, solo escalera como ella sola.
Cuarto, única puerta, puerta pequeña y cerradura en medio.
Amanece en la cocina, una pequeña ventana, mesa camilla para dos sobre una bombona de butano.
Un mantel de colores que camufla las carencias y reluce los colores, los colores amor, los colores alegría.
La alegría desbordando en menos de 50 metros.
Ventana pequeña con viento de mañana y sol de desayunos.
Tres pasos y el trastero, tres pasos y el salón, tres pasos y el estudio, el baño.
La habitación, cama grande como tu corazón verde mar, pero su calor la hace sentir estrecha como un estornudo en autobús.
Y tenemos terraza, secadero más bien, alegre y decorado con la ropa limpia al viento, a la calle.
Y tenemos un desorden cotidiano que se llama estudio.
Y tenemos un sofá que se llama nido, sonde te echas y se va el tiempo, un sofá de magia que arrulla el amor y las caricias.
Un loro que canta los CDs preferidos.
Y más allá de los tres pasos solo nos tenemos a los dos, con mil ilusiones y canciones.
Y mas allá de todo tenemos un montón de camino por recorrer para amarnos en el infinito de construir una verdad

un prólogo para Lalala (léase antes de época de estudiantes)

Eran las 7 de la mañana. Hacía frío. Yo llevaba una macana de colorines, que me trajo Amelía de cuando vivió en Perú envuelta en mi cuello como bufanda, mi cazadora gris, una talla más grande, como siempre, y vaqueros. En ese entonces aún usaba los zapatos florsheim de piel marrón hechos de una sola pieza y suela de crepé. En realidad este fue mi «uniforme» durante muchos años de estudiante. mi «walkman», de los primeros, de estos de cintas, sonaba una canción de Caetano Veloso que narra la historia de una prostituta que es apedreada. Caminaba por la acera que tenía árboles, con un libro en mis manos para gastar el tiempo . las clases empezaban a las 8. El libro era Una realidad aparente de Carlos Castaneda, con Pedro estábamos interesados en aprender a volar en los sueños y este libro narraba las experiencias con un maestro brujo en el uso de alucinógenos. yo no llegaba a los 20 años, estudiaba una carrera que elegí casi a dedo, pero para la que iba viendo que tenía aptitudes. Nadie me obligó a elegir esta carrera, pero muchos años después entendería que se podía hacer más dinero con mucho menos esfuerzo, y se podía ser feliz con muchas otras cosas que daban menos prestigio que un gran titulo. Sé con toda certeza que en el momento de la elección dentro mío solo primaba el demostrar a mi padre que era capaz de eso y mucho más, lastimosamente, estaría en el error de cumplir sus espectativas muchos años más. antes de que me diera cuenta de que el mayor tesoro que él me regaló fue la posibilidad de equivocarme, caerme y saber que al levantarme, Él igualmente estaba allí.

ya dentro de la facultad, atravesaba el patio de la escuela cuando escuché el grito de Pedro:
! Enanooooo¡ nunca me molestó mi mote, en realidad estaba bien, yo siempre fui mas pequeño que los demás y no todos se ganaban el privilegio de tratarme así, si alguien se atrevía, corría el riesgo de que yo le invente uno mucho peor, eso fue lo que le pasó a Sapo, el que tenía la boca grande; a Poni, el hermano pequeño de aquél chico al que llamaban caballo, a Piojo, este chico muy moreno y pequeño que tenía colmillos grandes, a Queso, el que se apellidaba Manchego.Pedro estaba en el bar con los demás. cambié mi dirección y me dirigí hacia ellos. Eran apenas las 8:10 y ya habían empezado la partida de mus y tenían en la mesa una jarra de calimocho. Paisaje conocido. Para entonces se había aprobado en la Universidad una normativa que obligaba a los alumnos esperar 15 minutos al profesor, una vez pasados, se consideraba ausencia y los alumnos podían exigir la recuperación de la clase el día y a la hora que se les antojase. Si el interés era realmente recuperarla, se consensuaba con el profesor y si se le quería tocar las narices pues se proponía el Domingo a las 6 de la tarde.

Estaba descargando mi arsenal: chaqueta, macana, cámara de fotos (ese día tenía en la tarde clases de fotografía y como parte del «uniforme» llevaba una tipo reflex marca minolta colgada al cuello) y el bolso con los cuadernos, cuando vimos todos juntos a través del gran cristal que daba a la entrada del patio de la facultad como Torres, el profesor de Matemáticas II, con traje y porfolios caminaba a paso acelerado, fue una fracción de segundo, pero evidente, nos miró con el rabillo del ojo, y sus pasos se duplicaron de longitud. No corría, eran más bien unos ligeros saltos los que daba, anticipando la carrera.

Nadie dijo nada, apenas y nos miramos pero todos arrancamos a correr en dirección a la clase. Cada uno tomó sus cosas como pudo y corríamos atravesando el patio con un bulto multiforme en las manos. En la mesa quedó una imagen casi de «Western»: El bar en silencio, el humo flotando en el ambiente y la mesa sola; sobre si, los vasos a medio beberlos, la jarra casi terminada de la primera «ronda», las sillas desordenadas, incluso una tirada de lado en el suelo, la baraja no se si quedó completa, unas en el suelo, otras en la mesa, todas desperdigadas e incluso, Carlos y Sapo luego vimos que las llevaban en las manos hasta la puerta de la clase.

Cuando llegamos a la pueta de la clase y ya estaba cerrada, entre aquél montón de alumnos parados frente a ella, una mano salio de en medio y golpeó. Nadie se retiró. Torres la abrió. Pequeño, con traje, algo regordete y aún jadeante por la carrera, nos miró y dijo:
!lo siento¡ están tarde y Justo hoy es la prueba final.
Nadie dijo nada, y el lentamente, como en cámara lenta cerro la puerta, todos nos miramos y con la cara mirando al suelo, no tuvimos mas remedio que volver al bar a terminar la faena.

Duro fue el día que tuve que contárselo a mi padre. Había aprobado las 7 materias de segundo de carrera, excepto matemáticas.
La normativa de aquella época permitía que uno tome el curso siguiente «arrastrando» la que había suspendido y ese era mi destino, nada calamitoso de no ser porque la escuela estaba aún en construcción, al igual que la mayoría del recinto universitario y por tanto las clases de «arrastre» estaban desperdigadas en pequeñas academias e institutos de FP que estaban por toda la ciudad.
Mi padre me miró fijamente – ¡ahora veremos si eres capaz! – me dijo.
¡ese es el costo que pagan los que se sientan a la última fila y hacen doctorado en mus!
Hoy se que en realidad me estaba diciendo que siguiera adelante. Y que por sobre todo recordase que una suerte distinta era posible, que a Él le costó mucho más tener una carrera. Sé que no lo entendería si no supiera que Él empezó de carpintero para hacer EGB con 17 años y viajar a la capital a inscribirse en la Universidad como una hazaña heroica.
Se la financió solo y únicamente con su trabajo, paró en los calabozos más de una vez por estar en » Posesión de Material subversivo» en su habitación de la residencia universitaria, que en realidad eran cuatro cables, dos lámparas de tubo y un tableros contrachapado, con los que hacía mesas de dibujo para vender. Él realmente no leyó el capital ni el Manifiesto del partido comunista hasta cuando se los dejé yo. Como Ingeniero de Vías dirigió más de 1500 kilómetros de carreteras en 22 provincias para el gobierno y llegó a ser propuesto como Ministro de Fomento. Entonces era difícil repensar todo esto, yo estaba en su campo de vid, sabiendo que se pinchaba insulina una vez al día y escuchaba «new age» mientras resolvía SuDoKus, sabiendo que le llegué tarde, yo era el quinto de 5 hermanos y que para entonces estaba cansado y solo le quedaban, el ejemplo, su dinero y los buenos consejos.

llueve en mi ventana

Llueve en mi ventana.
Las gotas tras el cristal, yo te rememoro en tantas gotas, lágrimas en vano.
Si todos nuestros llantos pudieran ser flores, si todos nuestros desesperos fueran amores, caricias, besos.
Si todas nuestros rencores, rencorcitos pequeños, pudiéramos cambiarlos por caricias, por amores, mas amores y ternuras.
En medio de esta lluvia de mediterráneo, te echo de menos. Amante ternuras, Amante compañera, te echo de menos tanto como a mi juventud arriesgada, tanto como a mi pretérito soñado; pero te echo de menos y te busco con entusiasmo, hasta alcanzarte aun que solo sea esta noche para mañana buscarte menos, porque te sentiré llegar.
DE NUEVO….

época de estudios

Zaragoza siempre me había parecido más disfrutable en invierno, aunque yo siempre sería de mar, de mediterráneo y por tanto de calor, de verano. En invierno Zaragoza estaba muy bien; muchas veces me iba fuera de la ciudad solamente por ver los prados verdes, sembrados y soñaba que era mi mar; otras veces no eran los prados, eran las aguas del Ebro.

Las clases eran en la calle san Jorge 12 frente a las ruinas del teatro romano. Un Edificio de la década del 30, muchas molduras alrededor de cada ventana y verjas de hierro forjado, en un segundo piso y sin ascensor. Al lado estaba la panadería, los mejores postres, bollos y sobre todo olores. Era cálculo infinitesimal, variables, el profesor no estaba mal, sabía explicarse; No se por qué sentía que esa clase iba a ser especial.
Se debía aprobar con un mínimo de 21 como sumatoria de tres notas sobre 10. Dos horas de clases diarias en las que todos los suspendidos nos juntábamos al amparo de la resignación de ir con un curso a cuestas. Todos los elementos daban para sentir una cierta marginalidad. Siempre he creído que las personas se unen al rededor de cosas comunes, pero cuando estas son muy sentidas, la camaradería es profunda. No intimaba con nadie, sin embargo se que todos, incluso sin hablarnos, nos sentíamos cómplices. Sabía el esfuerzo que hacían mis padres para que yo estudiara allí, y me parecía un sacrilegio perder el tiempo en cosas que no eran los estudios.

Aquel día de la última evaluación quise sentirla diferente. Había estudiado casi toda la noche anterior, tome mi desayuno , y salí de casa. Usualmete me bajaba del autobús en la parada de la calle Coso, pero aquel día, estando con tiempo de sobra, quise caminar. Me bajé frente a la torre de la Zuda, caminé por la acera de la Muralla romana, con el asombro de un turista recién llegado crucé el Mercado por su interior, dejando que mis ojos captaran cada toma llena de colores y al salir, me dejé internar por las estrechas callejuelas, pensando, imaginando, suponiendo otras épocas.

-¡Sobre sus mesas solo un lápiz, goma y calculadora!, dijo enfático, el profesor.
-¡No quiero que pasen de las 3 horas, el examen está hecho para resolverlo en una!
En ese momento sentí la necesidad de frotar mis manos. No se si este gesto era el del lobo ante la presa o simplemente un reflejo del frío, pero se que lo hice sin intenciones de presumir de mi seguridad ante la materia. Tan pronto como tuve las hojas en mi mesa, empecé a escribir. Me tomó exactamente una hora y veinte minutos, incluyendo una revisión de esas tonterías que uno siempre desprecia: comas, unidades y demás. Al terminar, miré fijamente al profesor mientras hacía un ligero gesto de levantarme de mi silla. Él acudió a mi llamado y estiró la mano, yo le sonreí ligeramente y le entregué las hojas a la vez que me levantaba. Erguido mientras daba unos pasos hacia delante dijo:
-¿alguien más?.
De esa manera logró romper la concentración de la mayoría y permitió que se enterasen que a partir de entonces sería forzado tardar. Recogí mis cosas y estaba decidido a salir cuando sentí su mirada encima mío, me giré y con un gesto casi imperceptible me pidió acercarme. En su mesa, me pidió un bolígrafo y con su punta señalando el recorrido, iba leyendo mientras murmuraba algunas palabras. Al terminar cada ejercicio, con un rasgo enfático y de proporción exagerada rayaba una uve, aprobándolo. No tardó más de un minuto, pero yo discretamente parado a sus espaldas, sentí ese tiempo como eterno. Intentaba no mirar al papel, recorrí con mis ojos todo el entorno del silencioso paisaje: los compañeros más próximos, los agujeros de la escayola en el techo, la persiana rota de la ventana, las lámparas de pantalla amarillenta, la puerta astillada y sin cerradura, la pizarra verde grisácea del polvo de tiza. Es que lo recorrí todo, todo, pero antes de terminar, cuando tenía la mirada hacia arriba, escuche un suspiro profundo, se incorporó y me felicitó, estiró la mano y la estrechamos. Solo entonces caí en cuenta que nunca lo había tocado. Su mano era grande y de piel gruesa, parecía más bien la de un obrero y no la de un profesor de matemáticas.
Al cruzar la puerta de la calle sentí una sensación extraña, era como despertar de un largo sueño y sentir de pronto la realidad, pero esta era la mía, mi realidad. Me dejé atropellar por el viento invernal en mi cara desprotegida, caminaba dando profundas inhaladas de aire, sintiendo mas grande mi pecho, quería gritar,quería correr, pero no sabia qué ni hacia donde. De pronto sentí como una película de eventos pasaba por mi mente, desde los esfuerzos y sacrificios de mis padres que me habían llevado hasta allí, hasta la consciencia de que todo había sido únicamente una batalla vencida.

clarobscuros

Siempre disfrute más de las imágenes a contra luz, es incómodo el sol en la
cara, pero sé que si a mi me cuesta ver, a ellas les cuesta verme, finalmente se
que estoy equivocada, si yo tengo el sol en mi cara, los demás la ven iluminada.
No me importa, se que es una más de mis desvergüenzas y alevosías, tal vez y la
menor.
Vaqueros estrechos, la mujer rubia empuja su carrito de bebé intentando poner
sobre su rostro una expresión de ternura maternal, pero en el fondo sabe que sus
caderas son lo mas figurativo de su paisaje. Sé que siente mi mirada lasciva y
con el rabillo del ojo me mira, Sé que no estoy bien. Sé que no es normal que
mire de esta forma a las mujeres y sé que el verano lo pone peor.
Por un momento voy al interior de la cafetería, allí hay una más; minifalda
roja, su ligera blusa de seda deja que se le marquen sus pechos. Miro hacia el
suelo fingiendo ignorarla, tacones rojos, tobillos huesudos y morenos, un tatuaje
en chino y unas piernas esculturales, sé que lo que más me gusta es el contraste
de la tinta negro azulada del tatuaje con el color de su piel, finge no darse
cuenta, pero en el fondo agradece mis miradas, tomo una servilleta y regreso a mi
silla en la terraza. Pedro llega, se inclina tiernamente hacia mi y me da un
beso, se sienta con extremada tranquilidad.
– Los chicos están el el coche, cariño. ?nos vamos¿
yo le sonrío y solamente asiento con la cabeza, le compadezco y sé que no soy
justa con él. El extremado cuidado con la ropa, mi vanidad e incluso las
sospechas de infidelidad, sé que le han dado mucho que pensar, sin embargo me
quiere y me desea. Muchas veces he pesado que es su parte femenina la que más
necesita mi parte masculina, lo mío empieza a ser patológico y muy difícil de
pararlo, especialmente cuando me enfado y además de la furia viene a mi todo ese
rencor que sentía cuando mi padre me pegaba. Lo que mas me cuesta es fingir ante
los niños, especialmente cuando me han visto dar a su padre mas de un cachete.
pero mi mayor dolor es encerrar dentro de «Débora», a una mujer machista.

fragilidad

Ring, ring, ring,…sonaba el despertador. Como cada mañana las seis y treinta marcaban el final del abrigado abrazo de las mantas. Primero un ligero movimiento del brazo estirándose, como en cámara lenta, a ciegas, empieza la torpe búsqueda del botoncillo para silenciar el escándalo. Una vez en silencio, el meticuloso reconocimiento:
¿Dónde estoy? , ¿Cómo terminó el día ayer?, ¿a qué hora me acosté?, la memoria corre ágilmente, se resuelven los acertijos y en seguida a levantar. Primero siempre el pie derecho, vestía un pijama celeste, liso, de cuello y solapa blancos.
El baño, mientras descarga el ansiado “pis” se mira al espejo, se reconoce en el, y todo cobra consciencia, su yo, su vida, sus legañas.
Se deja llevar por el hambre a la cocina, atraviesa el largo pasillo con pasos lentos, enciende la luz. El interruptor está a la derecha y lo hace casi sin mirar.
Abre la puerta de la nevera con su mano derecha y sin soltarla extiende la otra lentamente hasta el interior, toma un huevo delicadamente y se gira mientras cierra la puerta. Deja lentamente el huevo en medio de la encimera.
Da un paso, se detiene y casi sin moverse más bien forzando los ojos observa sigilosamente al huevo. Se ha movido.
Confiado, da un segundo paso, repite la operación, ya casi por encima del hombro mira al huevo y confirma que efectivamente se está moviendo.
Por su mente de forma instantánea una ráfaga de pensamientos: el huevo, su peso, la encimera imperceptiblemente inclinada; cuando la reflexión termina, el huevo está ya al borde.
Despliega atléticamente su cuerpo, estira el brazo al máximo y lo toma en el aire, con apremio, con fe, con seguridad; con tanta, tanta seguridad que lo aplasta al cerrar la mano.
Mientras mira atento como el líquido trasparente amarillento se deslizan entre sus dedos y cae al suelo, piensa en el azahar y la casualidad, en la vida, la fragilidad, su fragilidad, en el día que le espera.

el Tarato

se llama Pimampiro, un pequeño cantón en la provincia de Imbabura, Ecuador, yo lo conocí desde siempre, mis recuerdos en ese pueblo son muy cálidos, allí aprendí a subirme a los árboles de mísperos, me caí en una acequia y cogí renacuajos en los estanques.
campo y verde; tanto y tanto…que no es posible recordar otro color de fondo. En este pueblo conocí la primer personaje de mis pesadillas, lo llamaban «TARATO», era sordo, por tanto no hablaba e incluso puedo suponer que podía tener algún nivel de retraso mental, solía estar las gasolineras, sus alrededores o las paradas de autobuses por ganarse dinero limpiando algún cristal. esta sin lugar a dudas, es mi descripción hoy, recordándolo como adulto, pero sé que de niño lo pensaba diferente, a lo mejor y si ese niño que fui podría contarlo sería algo como esto:

perca pescada (explicación)

Una crítica y análisis se puede empezar de cualquier parte, recuerdo haber leído un libro que empezaba analizando la lista de la tintorería de una persona, no sé si me equivoco, peor creo que es «como acabar de una vez por todas con la cultura» de Woody Allen alguna vez, en una de aquellas aventuras que uno tiene de Joven profesional con vida libertina, hice un chequeo de mi talonario de cheques y me asusté de la manera tan clara de mi retrato, bueno el de aquellos días, a lo mejor y allí me habría dicho a mi mismo, «DIME EN QUE GASTAS EL DINERO Y TE DIRÉ QUIEN ERES» hoy no creo que el propósito vaya mas allá, sino simplemente mas al fondo; así, la receta de la Perca pescada, no es gratuita, intentaré ser honesto y verla como un espejo, ejercicio duro y profundo, sobretodo por tener que torear a mi mismo, se que trataré de engañarme y presentarme como quisiera ser mas que como soy…pero ahí es donde tengo que verme.

ahí voy…

dias de incertidumbre

Son días de incertidumbre,
esos momentos en los que no sabes si la ansiedad te atrapa o si eres capaz de ponerle entusiasmo a todo.
Esos días, en los que hay que hacer gimnasia mental para recargarse de optimismo.
Esos días, son los de ayer y los de hoy;
y es el firme propósito que son sea el de mañana.
que el de mañana, se deje ver se anticipe y con ello la vida se cargue de seguridad.

este espacio es mío, es íntimo y es público, es sobre todo un espacio para re leerme y saberme, descubrirme y conocerme, es un espacio para expresarme.

hoy ha empezado.