Original publicado el 26 de septiembre del 2018

El término tátau, tiene orígenes samoanos y hace referencia al acto de “marcar”.  Tanto la isla de Samoa como el resto de las islas que forman la polinesia, tienen una tradición ancestral de este arte corporal que ahora lo conocemos como tatuaje, aunque en realidad no sé si es legítimo el hablar de “arte”.  En sus orígenes, los tatuajes eran considerados una estrategia de “marca social”.  Los aborígenes de Nueva Zelanda, entre otros, los realizaban inspirados en formas de la naturaleza y en rituales que consagraban la belleza femenina y las habilidades guerreras, por ejemplo.  La mayor parte de estos procedimientos incluían prácticas tribales que se realizaban con afiladas cuchillas, hiriendo la piel e inyectando sabias naturales que producían los tintes esperados.  La herida, era abierta repetidamente hasta alcanzar tanto la pigmentación como la cicatriz deseada, en un proceso que podría durar bastante.  En otros casos, y bajo determinadas condiciones, el tatuaje tenía inscripciones descriptivas de la familia del tatuado, abolengo e incluso de la consagración del paso de la niñez a la juventud, procesos mayoritariamente ceñidos y ejecutados con rituales colectivos, para tener el reconocimiento de grupo social.

Si procuramos buscar elementos comunes que definan de manera genérica el acto del tatuaje, como una tradición tribal ancestral, encontraremos que se aúnan en los siguientes:

 Ritual, el dolor corporal, la marca mediante una cicatriz que genera identidad

“Andando” | Alicante, España. Imagen: @mariohidrobo

No solamente somos cuerpo.  Más allá de connotaciones clericales, filosóficas y culturales, nuestro ser está constituido de partes adicionales.  Somos alma y consciencia también y muy probablemente debido a esta triada de composición de la integridad humana, también podemos ser marcados sin señal visual, sin dolor incluso, muchas veces y sobre todo, cada vez más sin que nos demos cuenta de ello.

Sobre la manera cómo el entorno nos influye y nos marca, más de un autor lo ha visto claramente y desde hace mucho hay investigaciones académicas y desarrollos de conocimientos técnicos y sociales que dan muestra de ello.  También es cierto, que el criterio al respecto ha tenido que ver con el desarrollo de la tecnología y las estructuras de poder y, en función de los recursos con los que ha contado ese mismo poder en cada momento histórico.

1Guy Debord a mediados del siglo anterior, afirmaba que existe una forma de organización que rige todo y estructura el poder en un grupo minoritario de quienes controlan la información y una gran masa obediente que acata los designios del poder. También podríamos decir que esta masa es víctima de esa desinformación, para provecho de una minoría que la controla y explota.

Armando Silva, entrado ya los ‘90, afirmaba que el peso del valor simbólico que está plasmado en cada cartel publicitario, en cada vitrina de tienda y en cada forma particular de un recorrido de la ciudad, incluyendo sus edificios, su vegetación y sus grafitis, nos está comunicando y por tanto nos está formando, además de estar definiéndose a sí misma como ciudad, barrio o territorio en general.

“El territorio, en cuanto marca de habitación de persona o grupo, que puede ser nombrado y recorrido física o mentalmente, necesita, pues, de operaciones lingüísticas y visuales, entre sus principales apoyos.  El territorio se nombra, se muestra o se materializa en una imagen, en un juego de operaciones simbólicas en las que, por su propia naturaleza, ubica sus contenidos y marcas los límites”2

“Maniquí macabro” | Lima, Perú. Imagen: @mariohidrobo

Eres lo que escuchas—dice un slogan de radio—y de acuerdo a lo comentado somos marcados a través de las influencias de nuestro entorno.  Lo que vemos, nos forma, mientras somos también parte de ese mismo escenario y mientras todos los elementos que lo conforman autodefine el entorno.  Sus límites, sus elementos sobresalientes y los desapercibidos, los valores simbólicos, las cantidades, las cualidades, la escala, el ritmo, las proporciones del territorio y sus elementos, nos marcan una suerte de metonimia urbana, nos describen a los actores de la ciudad mientras somos parte de ella y le damos contenido/sentido.

“Island Within an Island” | New York, United States 1993, Obra: Gabriel Orozco. Imagen: Photo Tractatus.

Paul B. Preciado, activista queer, sostiene que el cuerpo es, a día de hoy, un producto del sistema biotecnopolítico. Defiende, además, que la visión hombre-mujer se corresponde una creación que tienen que ver más con los propósitos de lo político y lo económico antes que con nuestra biología, que el accionar del sistema se corresponde a un “Borrado sistemático de los saberes subalternos del cuerpo” ³.

Desde estas premisas, podemos afirmar que existe un proceso paralelo tanto en el desarrollo de la tecnología como en la consideración de nuestra consciencia en función de la magnitud en que nos afecta el entorno, de cuan profunda es nuestra relación con él.

 

El entorno nos afecta, nos define, nos hace

 

Si en un afán de volvernos hacia atrás en la historia, rascamos en la búsqueda de los orígenes de esta “metonimia” del ser humano y el entorno, es pertinente ir hasta los primeros habitantes que aún recorrían su terruño en busca de la caza y la recolección, cuando la relación con el territorio claramente estaba marcada por el largo transitar sobre la senda de la transurbancia nómada, siendo el caminar una forma de práctica estética y política que marca una presencia y una primigenia relación ser humano y el territorio.  Así lo afirma Careri en su conocido y exhaustivo Walkascapes4

 

Tiempo después, cuando el ser humano procuró una relación de presencia que perdure en el espacio y el tiempo, dejó marcas.  Grandes piedras, las mismas que le permitieron generar una nueva relación con el recorrido que dejó de tener un solo sentido unidireccional, infinito.  Una sola marca, una referencia.  Un menhir, marcó un inicio y un final, un ir y volver, un sentido de giro, una proximidad y lejanía.  Un antes y un después.

Posteriormente, vendrá un largo transitar de innovaciones y circunstancias hasta llegar a consolidar la ciudad como nuevo receptáculo de relaciones humanas.  La tradición grecorromana de la fundación urbana, protagonizaba un proceso que incluía varias instancias.

En 5“La ciudad como un mal curable. Ritual e histeria”, capítulo final y concluyente de “Idea de ciudad”, Joseph Rykwert afirma que luego de una exhaustiva investigación sobre las fundaciones de varias ciudades representativas, de distintas localizaciones y culturas, encuentra más de un criterio común en el proceso del nacimiento de las ciudades.

Está, por un lado, la presencia del augurio o proceso de “adivinación” que vincula una dosis de “protociencia” mediante un ritual:  el sabor del agua, el estado de las vísceras de animales autóctonos, procesos que estaban encaminados a “validar” de alguna manera el acierto del lugar como un sitio apto para la fundación de la ciudad y, claro, para la vida humana en función de la calidad de sus recursos de proximidad.

Luego estaría lo que en la tradición romana sería el inauguratioproceso mediante el cual intervienen varios actores con valor simbólico muy importante.  Está el arado, símbolo de la agricultura, tirado por bueyes que son bestias domesticadas, estos dos elementos fundamentales dentro de la representación simbólica básica del sedentarismo serán los protagonistas de un primitivo marcaje urbano, hincándose en la tierra para delimitar de lo que será la ciudad.

 

Herir en la tierra para marcar el territorio, crear el límite

 

Procurando elementos para analizar esta acción de marcar el territorio como un símbolo de identidad y pertenencia, propongo que la siguiente parada pertinente sea mayo del ’68. En pleno posestructuralismo son innumerables las colecciones de afiches, fotos, libros y transcripciones de slogans de las frases que, a manera de grafiti, se pintaron en los días convulsos de huelga.  Lo sucedido en mayo del ‘68 no son los primeros actos irreverentes de una manifestación popular que irrumpe en lo urbano, pero sí incorpora varias particularidades: el efecto viral, los concentra en el tiempo y en el espacio en un acto casi performativo, que se diseminó con un efecto “reprise” e impulsó más aún su valor simbólico.  Por otro lado, su estética visual y la poesía, que componen un propósito de una nueva forma de expresión libre y fresca que irrumpe en la cotidianidad para marcar una nueva narrativa de la ciudad, totalmente cosmopolita y contemporánea.

Este efecto saltó a América algo más tarde y en versión recargada; hacia los ‘70 se intensificaron las tensiones, producto de la guerra fría y de las nuevas incursiones de los Estados Unidos de América en territorios ajenos, una oleada de gobiernos de Izquierdas y golpes de estado en América del Sur y sus consecuentes tensiones y luchas populares.  En Nueva York expresiones como las de Basquiat y Andy Wharhol comprometen el desarrollo de un pensamiento de “arte callejero” como visión clara de la expresión cosmopolita de la “gran ciudad” y por otro lado, las expresiones de menor glamur, más populares, que no por ello de menor creatividad e impacto, para definitivamente liberar el grafiti como expresión máxima de una forma de marcar el territorio por parte de los excluidos que buscan un mecanismo de marcar la ciudad como suya.

“Mejor historia” | Alicante, España. Imagen: @mariohidrobo

A día de hoy, casi medio siglo después, y sobre la base de lo comentado, me pregunto:

¿Dónde quedó ese diálogo, actor-territorio y viceversa, en la narrativa de la ciudad contemporánea?

Diana Piñeiro, @carabiru en redes digitales, arquitecta, ceramista y fotógrafa, acuñó en flickr una categoría de colección de imágenes que denominó cicatrices urbanas.  Este elemento es importante porque ciñe al efecto de la mediación humana en la interacción de la ciudad con sus partes—metonimia—

La ciudad se transforma, crece, se altera y continúa en la perpetua búsqueda de identidad y posibilita que ese momento de acción deje una huella, que por un tiempo, al menos, nos permite leer en esta nueva narrativa de la ciudad.  Como consta en la imagen.

“cicatrices urbanas” | Pontevedra, Galicia, España. Imagen: @Carabiru

El fenómeno de la hibridación físico/digital sigue avanzando, el dispositivo más frecuente, el smartphone es cada día más casi una ortesis antes que una herramienta y esto irrumpe en nuestra relación con el entorno y en la narrativa de la ciudad, poco a poco vamos interactuando a través de esta mediación tecnológica.  Escuchamos música, pagamos facturas, sabemos lo que tarda el próximo autobús, enviamos dinero, hasta cazamos bichos, chateamos con alguien que está al otro extremo del mundo (suponiéndonos en el mismo territorio) y probablemente citando a Bauman6 debemos más que buscar respuestas, cuestionarnos con las preguntas adecuadas:

A día de hoy, ¿cuál es la dimensión del territorio digital?

 

1  |  Debord, Guy. (1968). La société du spectacle. París:  Éditions  Buchet/Chastel.

2  |  Silva, Armando (1992).  Imaginarios urbanos.  Bogotá:  Arango Editores.

3  |  Preciado, Paul B. (2008).  Testo yonqui.  Madrid:  S.L.U. Espasa Libros.

4  |  Careri, Francesco.  (2002).  Walkascapes.  Barcelona: Editorial Gustavo Gili

5  |  Rykwert, Joseph (1964).  Idea de ciudad.  Salamanca: Sígueme Ediciones.

6  |  Bauman, Zygmunt (1999). Modernidad Líquida. Buenos Aires.  Fondo de cultura Económica.

 

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