El 10 de Abril. Murió Mari Trini , esa voz titilante que la conocí como setentesca. Me sonaba ajena entonces; hoy me ha recordado muchas cosas. Ya de mayor me pude enterar que en Paris de de los sesentas cantaba las canciones protestas escritas por Aute y algunas de Massiel (antes de que se haga minifaldera y eurovisión). La voz de mari trini, me es particular y me es especial, me sabe a infancia, me sabe a los primeros llamados al gusto musical, me sabe al pueblo de mis primos en donde pasaba los veranos…a lo azul…me sabe a música de mi hermana mayor y los primos mayores que estaban ya adolescentes y totalmente minifalderos izquierdosos y super sicodélicos ye ye; pero más allá de los sentimentalismos de mi memoria, de mi historia, debo reconocer que siempre consideré como inentendible el gusto, de muchos, como ellos, rockeros, no duros, sino más bien sinfónicos,no tan izquierdosos, sino intelectuales, aquellos seguidores de jetro tull, led zepelin, los rollin, o pink floyd, que por otro lado escuchaban a Mari trini y la canción protesta.
Eran momentos que en Europa llegaron pronto, yo diría que desde finales de los sesentas hasta mediados de los setentas, en España este final setentesco se empalmó con la entrada a la democracia. El despertar de una península tan mestiza y rica como América, que había estado amordazada de vida por cuarenta años; Mientras tanto, América Latina terminaba sus últimas dictaduras y trataba de encontrarse de reconocerse y no tenía más referentes que la Izquierda ideológica que aún perduraba pese a la realidad de la post guerra, el boom de los sesentas en todo el mundo, Francia, mayo del 68 y España que iba ligeramente adelantada.
La Música de ese entorno es el principio de la construcción de la banda sonora de parte muy importante de mi vida.
Yo nací en el 68, fui niño en los 70´s adolecente en los 80´s y allí aprendí a patear calles, a correr más que la policía, a recitar el manifiesto del partido y a vibrar con el rock, con mari trini, pero también con Calamaro, Alci Acosta, y promesas Temporales.
Hoy pensaba en todo lo que en la vida se puede llegar a mentir, es mucho, muchisimo, casi que nos podríoamos fabricar una identidad con mentiras. pero como el futbolero no es capaz de decir que es hincha del contrario, yo se que no podría mentir acerca de la banda sonora de mi vida.
Son los que estan, más, que están los que son, y se están empezando a morir.
Nunca podre ocultar el dolor que llevo dentro un par de días desde que supe que había muerto Antonio Vega.
No puedo decir que se haya ido parte muy importante de mi vida, todo lo contrario, es una pena y una inmensa gratitud, por lo que ha dejado, el saber que ha muerto el autor, cómplice y amigo intimo de parte muy importante de mi interior.
y una gratitud final, es como de pronto haber descubierto de pronto, que me estoy poniendo mayor. A solo 8 días de cumplir 41.
…ya era hora…?no?
El yonqui
Apenas y me puedo levantar. Pero no importa, en realidad son pocas las cosas que aún importan.
Importa que el representante de derechos humanos llegue hoy, a tiempo, con mi dosis.
Importa que él no pille atascos.
Importa que aún quede una jeringa, que encuentre mi vena en la pierna, en el pié, en cualquier sitio que no lo tenga estropeado.
Importan las telarañas y las ratas que no dejan dormir.
Importa el frío, el frío importa mucho, el de aquí y el del alma.
Importa mi mano temblorosa, importa que, he perdido la cuenta de no afeitarme.
Siempre, son más, las cosas que no importan.
No importa el paro, ni la recesión, ni el clima, ni la campaña de justicia penitenciaria que iniciamos hace ya varios años, ni siquiera importa todo el daño que he hecho.
Sí importa ese pequeño papel amarillento, caduco y arrugado que yace meses sobre mi mesa de noche. Es de ella, la última que amé, se lo escribí cuando nos mudamos juntos. Hace poco me lo devolvió, contándome que es madre, que es feliz:
-Una pequeña callejuela donde no se aparca sino para amar.
Un edificio tan delgado como la brisa de la primavera y palmera de mar.
San Leandro 11, escaleta flaca y cansada, sin ascensor ni bulla, solo escalera como ella sola.
Cuarto, única puerta, puerta pequeña y cerradura en medio.
Amanece en la cocina, una pequeña ventana, mesa camilla para dos sobre una bombona de butano.
Un mantel de colores que camufla las carencias y reluce los colores, los colores amor, los colores alegría.
La alegría desbordando en menos de 50 metros.
Ventana pequeña con viento de mañana y sol de desayunos.
Tres pasos y el trastero, tres pasos y el salón, tres pasos y el estudio, el baño.
La habitación, cama grande como tu corazón verde mar, pero su calor la hace sentir estrecha, como un estornudo en autobús.
Y tenemos terraza, secadero más bien, alegre y decorado con la ropa limpia al viento, a la calle.
Y tenemos un desorden cotidiano que se llama estudio.
Y tenemos un sofá que se llama nido, donde te echas y se va el tiempo, un sofá de magia que arrulla el amor y las caricias.
Un loro que canta los CDs preferidos.
Y más allá de los tres pasos, solo nos tenemos a los dos, con mil ilusiones y canciones.
Y más allá de todo, tenemos un montón de camino por recorrer, para amarnos en el infinito de construir una verdad -.
El representante ha llegado. Me saluda con un movimiento de cejas, me entrega un folio con encabezado oficial. No quiero leerlo, solo sé, que no trae mi dosis. Nada importa más.
Era 1989, yo cursaba tercero de arquitectura, era estudiante y hacía una vida de estudiante. Teníamos presupuestos de estudiantes y, nos apetecía todo lo que hoy ya no les apetece a los estudiantes.
La bohemia era parte de ello. Estrictamente indispensable. Era el espacio de sueños, de romances, quimeras y excesos. Existieron muchos escenarios, un tiempo nos dio por la canción de autor, -Galería Charpantier- se llamaba el sitio, donde, al compás de canciones urbanas y protesta bebíamos Guayusas en jarras y a veces cervezas. Otro tiempo se nos dio por la salsa, -el bangaló, el son candela, el solar y el seseribó- fueron los escenarios. Pero se quedaron dentro, tan dentro de la sangre que nunca los pudimos sacar.
Otro tiempo se nos dio por el rock, rock clásico, rock duro, ROCK EN VIVO. El sitio se llamaba «john´s» su dueño se llamaba Juan, los amigos le decían Joni. Él era el guitarrista, conserje, camarero y todo lo demás, aunque a veces le ayudaba su padre y su novia. Solo se vendía alcohol, desde cerveza hasta un “wiski” boliviano que nos dejaba tres días de resaca. Música en vivo con su grupo y de rato en rato algunas patatas o cacahuetes. Buena música, expertos en versiones de los Beatles, Led Zeppelin y los Rollings. Los viernes terminábamos las clases de la facultad pronto, 5 o 6 de la tarde e íbamos a sentarnos en la puerta hasta que abrieran con la firme decisión de emborracharnos. Cuando llegaban, pasábamos dentro como si fuéramos de la familia, nos instalábamos y hasta que todo estuviera operativo ponían un par de discos, discos de acetato claro, en esa época era lo último en tecnología.
Tenían tres acetatos, -TAIYO de Locomía-, que era de su novia, uno de Armando Manzanero, de su padre y -KIND OF BLUE. MILES DAVIS. 2 de marzo de 1959.- ponía en letras casi ilegibles en la parte trasera del disco, había sido de la abuela que vivió en Estado Unidos, se lo regaló a Joni cuando empezó el conservatorio. Aún puedo recordar el olor a cartón de la funda. Se lo pedíamos, se lo rogábamos, casi le implorábamos que lo ponga, no sé si por evitar los otros dos o porque realmente nos gustaba.
Viernes tras viernes le escuchamos entero, empezaba por so what y terminaba en flamengo sketchers, 6 canciones y, volvíamos a mover la aguja hasta el principio y, volvíamos a escuchar.
Hasta, aquel viernes, totalmente, embriagados de música y alcohol, el momento de pagar, me acerqué a la barra y saqué mi cartera, tenía juntos: mis documentos, las tarjetas y el talonario; yo no me di cuenta, sino un par de días después, de que faltaban varios cheques. Nosotros no volvimos a ir, dos meses más tarde el banco me confirmó que era el Joni quien había cobrado los cheques, para entonces el bar ya había cerrado y su padre, que tenía un quiosko de prensa a un par de calles, decía, que no sabía nada de él.
Algún tiempo después encontré a su novia, me contó que la dejó embarazada, tomó todo lo que pudo y se marchó a Estado Unidos que era donde vivía su madre.
Han pasado 20 años, nunca le guardé rencor por el robo, Milles Davis, sigue tocando mejor cada día y, espero que el Joni aún sea guitarrista.
Llevaba muerta cinco días, y yo no me animaba ni a mirarla, allí, bajo mi cama. La verdad, es que ni siquiera me sabía mal, en realidad, me daba exactamente igual. Tuvieron que pasar varios meses hasta que Pascal la echó de menos, entonces me preguntó por ella y, yo muy cínicamente mirándole a los ojos, le expliqué.
-Mira, cuando noté que le faltaba el aliento, intenté resucitarla en el garaje, junto al coche, luego vinieron los de emergencias e hicieron lo suyo; -pero todo fue en vano, espero que no te importe, igual, ya tenía más de cuatro años… -Si te parece, te compraré otra de mejor calidad.
El camino era estrecho, muy estrecho, por momentos y pensaba que esa seguidilla de árboles jamás terminaría, claro que en este rato los agradecía por la fría sombra que me daban. Por momentos y me recordaba a esa sensación de los veranos en Europa, cuando pasas por frente a las salidas de los sótanos y una ráfaga de aire frío te azota, esa extraña sensación de ser atrapado por algo que no puedes ver, que se siente bien, tan bien, como cuando en mis sueños ella me besaba. En momentos y me recordaba las palabras del Carlos cuando estábamos aprendiendo a soñar.
Sueña!!, sueña!! Me decía mientras abría airoso sus manos y con el ceño totalmente estirado miraba hacia el cielo antes de caer boca arriba y levitar por horas, luego, cuando comentábamos lo que habíamos soñado, el siempre hablaba de esa sensación de dejarse atrapar y de soltarse, de ese calor, de ese frío, de ese calor, de ese frío…y así, hasta llegar al bosque encantado; Y siempre me pregunté que había en él.
¿Por qué el Pancho siempre soñaba en ir allá?
Nunca me imaginé que tan solo tomando el jarabe, sería posible embarcarse en el viaje que ahora lo estoy haciendo y sentir que todo lo que soñaba era posible, que todo era real en la cabeza de los que habíamos aprendido a soñar.
La verdad, ya me duelen los pies, pero es más fuerte la intriga de saber que todo lo de los sueños estará allí, al final del camino de los cipreses enanos que eran grandotes.
Creo que he caminado más de diez toctes, en realidad aun no me acostumbro a contar el tiempo en toctes, Cada vez que uno de ellos cae anunciando uno nuevo, siento que me hago más feliz. En el no sueño, era triste cumplir años y sentirte más viejo y que no se pueda mensurar la sabiduría que habías alcanzado. Pero cada tocte se desvanece hasta que caiga otro y se hace parte de la tierra, creo que es algo como circular, uno cae mientras otro se deshace, como nacer y morir, como que fuera un solo tiempo el de nacer y el de morir el de crecer y crecer.
Además, no entiendo por qué no tengo sed, como la que te da cuando estás chuchaqui, sólo necesito detenerme un momento, pienso en un río, en el mar, o en los bolos helados que vendían en Canoa, y la sed se va, es como si fuera mágico.
Aun recuerdo cuando hacíamos el jarabe entre las palabras del conjuro y la oración de purificación. Braulio, el pordiosero que hacía de shaman, dijo algo como:
“ que todos tus pensamientos se hagan sueños y que todos tus sueños sean como quieran los astros y todos los dioses que nos bendicen,
el del amor, el de la sed, el de la confianza y el de la solidaridad, y que todos nos acompañen en el bosque de los cipreses enanos y que todos los veamos grandotes”.
Supongo que estoy llegando a algún sitio, porque siento más calor, pero es extraño, mis pies ya no me duelen, en realidad ya no me duele nada, es una sensación que no había sentido jamás, todo, cada parte de mi, si frunzo el ceño siento instante a instante como cada parte se va retorciendo, siento como a cada paso que doy, cada ligamento y tendón se va estirando y contrayendo, pero mis pasos son ligeros, como si mi cuerpo no pesara nada, en realidad ya no estoy en contacto con el piso, si, en realidad estoy flotando.
No dejo de recordar el rostro del pordiosero, Braulio.
Siempre sentí algo extraño cuando me pedían dinero y trataba de no mirarlos, al ver sus muñones de los miembros amputados o al escuchar esos roncos sonidos que hacían al intentar hablar. Se me erizaba la piel de recordar que en otros siglos los escondían y los trataban como demonios o animales. Pero yosiempre pensé que no eran demonios sino algo similar a dioses, o conocedores de lo que ignorábamos los supuestos normales que estamos llenos de anormalidades y desfiguraciones del alma.
Creo que fue a principios de Febrero, cuando al pasar junto a un chapita de esquina en el final del parter, Braulio nos miró. Traía un sombrero de esos que venden en Monte Cristi, era rojizo con negro, y hacía que se ilumine su rostro con puntitos rojos y grises; una camiseta de “ Nebot presidente”, medio rota, y un pantalón de todos los colores.Abrazando parte del pantalón y los muñones de las piernas amputadas,unos pedazos de tubo de llanta amarrados con sogas, para arrastrarse cómodamente.
Junto a el, un tarro de un cuarto de aceite para recoger los sueltos y su vehículo, un monopatín solo con tres ruedas;
Braulio hizo varios ruidos llamando nuestra atención. Nos acercamos un poco, tanto como para percibir ese ácido olor que emanaba, creo que por momentos y se podía ver, tal vez y era azul o violeta. No me refiero a Braulio sino a su olor.
No se que hubiera sido de nosotros si José, mi cabo segundo, no se acerca a traducirnos los grotescos sonidos de Braulio. Ellos dos se entendían perfectamente, y es que él había sido asignado desde hacía siete meses a la misma esquina gracias al intercambio de favores con María, la empleada doméstica del coronel Martínez.
Para el chapita, la esquina era maravillosa.
En ella cogían el bus los dos hijos del coronel, y a dos cuadras estaba la casa, de tal modo que era perfecto para unos momentos de romance hasta que el bus llegara, todos los días, siete y media de la mañanay una de la tarde.
Además ese “PARE” detrás del árbol, hacía caer a cuatro o cinco ingenuos conductores diarios, que permitían llegar con el pan y a veces hasta con la leche para los guaguas y su mujer, la oficial.
“Dice que ustedes son elegidos”- nos tradujo José.
“ ¿Elegidos para que?- pregunté ingenuamente.
“ Ah!, el patojito se llama Braulio y desde la última vez que le atropelló un bus, por pedir plata, quedó medio loco, es como si se creyera brujo o algo así”.
“ ¿Qué dice?, ¿qué dice? ”.
“ Dice que vengan a las siete de la noche, cuando el se alza, y les explicará bonito”.
Por momentos dudamos con Pancho en ir a la cita, pero realmente era mucho más fuerte la curiosidad de saber si todo lo que pensaba de esos pordioseros era verdad o no.
En realidad yo le convencí al Pancho de ir, con todo un discurso de no hacer de menos a nadie, y que al final todos aquellos mendigos eran personas y se merecían nuestra atención, respeto y solidaridad.
Cuando eres estudiante y no tienes más responsabilidad que la de cobrar sueldo de hijo y dedicarte a defender causas ajenas, como la de la subida del pasaje, la ecología y hasta ayudar a botar ministros, es fácil aprender a crear discursos, hasta para defender a las mariquitas rojas del árbol de capulí de tu vecino.
Estuvimos a las siete, Braulio, entre señas y sonidos roncos, nos explicó que le siguiéramos caminando. Fueron como seis cuadras detrás de su monopatín; Al arrastrarse, el sonido era espeluznante: sus gemidos broncos de ese respirar agitado, como si se estuviera ahogando, o los mocos que no le permitían respirar, mezclados con el rechinar de los fierros de la llantas que faltaba en el monopatín y los pedazos de taco del zapato que usaba para impulsarse.
El Pancho y yo, no nos dijimos nada durante todo el trayecto, en momentos nos regresábamos a ver y creo que solo seguíamos, pensando que el otro estaba más asustado que uno.
Al llegar, un terreno baldío con olor a orinas, en el fondo, un montón de plásticos y cartones de colores viejos y oxidados por las hojas de zinc que lo cubrían. No se podía entrar, tal vez si nos hubiéramos arrodillado. Solo Braulio entró, por el pequeño hueco que servía de puerta, como casita de perro.
Pronto salió sin su monopatín, arrastrándose sobre un pedazo de estera, traía una botella sostenida en sus dientes, un libro y una vela. Abrió el libro en cualquier página y nos mostró, era una figura femenina desnuda con sus respectivos atributos. Al pie de la página de papel periódico, en letras pequeñitas decía:
“ Fig.30. La Maja desnuda de cada hombre en cada sueño”.
Tan pronto la terminé de leer cerré el libro, en letras como manuscritas se leía:
SACROSANTO MANUAL DE CONJUROS PARA SUEÑOS Y OTRAS MAGIAS.
Braulio, gimió fuertemente y entre ese ruido infernal se retorció hacia atrás, se sostuvo de algo de hierba larga que alcanzaron sus manos, hasta que los muñones de los pedazos de piernas saltaron hacia delante y él se quedó estirado boca arriba.
Creo que estuvimos a punto de salir corriendo, de hecho, retrocedimos algunos pasos como buscando resguardo a esa Kafkiana escena. Luego nos miramos, el Pancho, tenía ojos de pescado frito y cinco centímetros más de frente, y supongo que yo también.
Por un momento hubo silencio. Luego, Braulio nos miró y sonrió, sus amarillentos dientes se habían transformado en una sonrisa casi hollywoodesca. Con un acento que no se podía distinguir si era tartoso o extranjero, nos dijo:
“ Lamento toda la escena de susto que acaban de tener, pero era necesario saber si en realidad eran ustedes los elegidos”.
En seguida el Pancho preguntó:
“ ¿ Elegidos para que?”
“ Para lo que han estado deseando desde hace tiempo”.
“¿ Y cómo sabes quéhemos estado deseando?”
“Yo, como todos si se propone, puedo saber lo que alguien desea, tan solo por la expresión de sus ojos”
“Bueno, ¿pero qué es lo que hemos estado deseando?”
“ Soñar y aprender a manejar los sueños”
“ Oye, pero si sólo hemos leído un par de libros de Castaneda”.
“ No es sólo eso, es que toda la vida se han estado preparando para esto;Cuando sus padres les permitían jugar con seres imaginarios, se estaban preparando para esto, cuando hicieron las sesiones de espiritismo, también, cuando en Baños el Oswaldo tuvo vuelos astrales, ustedes se morían de envidia. Siempre han estado estudiando para esto, para pasar a otra dimensión, pues bien, yo estoy aquí para enseñarles lo que falta.
Con este libro y varios ejercicios que haremos desde hoyhasta su viaje final, quedarán convencidos de que nada fue en vano, de que todo el esfuerzo que han hecho, tendrá solamente el resultado que ustedes quieran, ustedes están limpios y por eso estoy seguro de que nunca utilizarán sus dones para el lado obscuro.”
“Bien, empecemos”.
Nos hizo arrodillar frente a él y encendió la vela. Casi mágicamente, la lluvia y el viento que había, no la apagaban. La asentó sobre una pequeña piedra, levantó la botella,que a la transparencia de la poca luz que había, dejó ver que tenía algo de un líquido. En seguida comenzó un largo discurso en un idioma que parecía oriental, casiy solamente eran monosílabos, al terminar, él lo bebió y nos pidió que sostuviéramos la botella con ambas manos y cerráramos los ojos. Cuando fue ni turno apenas la tomé sentí que el líquido estaba caliente, cerré los ojos con una insostenible sensación de levantar mi rostro al cielo.
Instantáneamente comenzarona correr por mi mente, como una película, todos los sueños que solía recordar, pero a colores y con las sensaciones reales. Cuando veía el sol sentía calor, cuando hacía viento sentía como mi pelo se movía, cuando llovía sentía que el agua corría por mi cara; De pronto, Braulio aparecía en la imagen, estaba bien vestido y con piernas, parado en la entrada de un túnel, y me invitaba a entrar. Cuando yo me acerqué me explicó que dentro del túnel ya no había regreso.
“No podrás regresar”- dijo- “y ya nunca podrás dejar de soñar, desde hoy tu deber será enseñar a los demás a creer en sus sueños”.
Yo aceptaba moviendo la cabeza y comenzábamos a caminar hacia dentro juntos. En ese momento, sin ninguna indicación, baje la cabeza y abrí los ojos. Por un momento me molestó la real obscuridad en la que estábamos, el paisaje era el mismo, el terreno baldío, rodeado de las culatas planas de las casas vecinas. Sentí frío, no distinguíal Braulio ni al Pancho, solo eran dos siluetas en penumbra.
Braulio estiró sus manos sin decir nada y tomó la botella. Sus manos estaban heladas. El Pancho me miró sonriente y en voz muy bajadijo:
“ chévere, ¿no?”.
“¿Alguno de ustedes tiene fósforos?”- dijo Braulio.
El Pancho sacó la fosforera fucsia que siempre llevaba y la encendió acercándola a la botella.
“¡ No!, ¡No!”- dijo Braulio tomándola con la otra mano.
La volvió a encender y la metió dentro.
“Esto simbolizará siempre la pasión de sus sueños, que jamás se apagará”.
Y en efecto, la fosforera cayó parada dentro de la botella y siguió encendida mientras él nos pidió beber el contenido. Era dulce, casipodía asegurar que tenía miel. La bebí despacio, como saboreándola, y me recordó a Javier, el español que conocimos en el Café de la Plaza Mayor, que nos enseñó a tomar vino. Braulio me miró y sonrió diciendo:
“Si, si, es como tomar vino”.
En seguida le pregunté: “ ¿cómo sabías lo que pensaba?” .
El solamente respondió: “Javier también fue mi alumno, ya lo volverás a encontrar en tus sueños”.
Regresando a casa, no podía parar de escoger con cual de los sueños que tenía podía empezar. Al llegar, como siempre, me calenté algo de sopa que había sobrado. Me acosté escuchando un CD de Charly García. Me dormí pronto, tal vez por el ansia de saber si el jarabe de fosforera realmente hacía efecto. La verdad, nunca pensé que sería precisamente esa noche cuando empezaría, y menos aun que el primer sueño real sería este que no lo conozco.
Si, en realidad ya estoy llegando a alguna parte, cada vez hace más calor, los cipreses enanos son más espaciados y pequeños. Ahora ya realmente parecen enanos, cuando comenzó el sueño y el camino eran como de varios metros. En el fondo se ve una planicie de hierba. Al llegar sentí que muchas otras cosas eran diferentes, el verde de la hierba era tan fuerte que parecía que si la topabas te mancharías, el sol era fuerte pero no sofocaba, además, se movía hacía donde uno iba, supongo que para calentarte mejor.
Me senté como para descansar, pero no estaba agotado, sino más bien como ávido por más sensaciones nuevas.
Delante de mi, entre la hierba, en cuestión de segundos, un girasol comenzó a salir. Fue primero un botón, y el tallo. Luego, mientras este seguía saliendo o creciendo, la flor se empezó a abrir. Cuando terminó, hizo varios movimientos hacia los lados como si me mirara y luego se detuvo. Yo, vulgar destructor de la Naturaleza, intenté arrancarla y me estremecí de escalofrío cuando gritó. Me puse de pie, dando un paso hacia atrás. Luego de mirarla, y dudando entre hablarle o salir corriendo, estiré mi mano y la flor se acurrucó en ella, saliendo de la tierra con una expresión de ternura. La acaricié y la apreté con cuidado en mi pecho.
Me volví y encontré frente a mi una casa con los colores más cálidos que jamás había visto. Las ventanas eran azules y con remates circulares, las contraventanas eran blancas, todas las paredes tenían diferentes colores pero una misma textura rústica, como de barro. Una sola puerta dentro de un pórtico de madera.
En un lado había un columpio y una hamaca de hilos blancos. Junto a la puerta, en una cartelera negra como de pizarra estaba escrito:
“ Menu del día.4 de Agosto
La vida realmente comenzará a ser bella, cuando dentro de ti sientas que un girasol te ha sonreído, cuando sientas que toda esa poesía escrita y descrita en tus años de búsqueda, haya tomado sentido y encontrado su razón. El amor de verdad, el amor de amar a propios y extraños realmente estará en cada sentir, en cada paso, en sentir cada pierna, cada ojo, cada parpadeo, en silbar con los pájaros y nadar con los peces, en sentir verde, mas verde cada día la hierba que mires, cada vacilar de intenciones, tus oídos se sentirán cálidos como un violín y tus ojos se empalagarán en una selva. Y tu mismo te empalagarás y disfrutarás de todo lo que sientas, la sonrisa de una arruga, y el cantar de una planta, los colores del viento y los sabores de un atardecer, todo eso será y todo eso tendrás, todo eso compartirás si realmente aprendes a amar y a soñar, no mas estarán los cuchos obscuros y dolorosos que te hicieron crecer.”
Me siento valeroso y capaz de entrar, acerqué mi mano hacia la cerradura y antes de que la tocara, se abrió casi sola. Dentro estaba ella, como en todos mis sueños, fina, delgada, cabello suelto y rubio y ojos más preciosos que el cielo .Tan pronto como quise hablarle desperté y siento que hoy realmente es un día de colores.
Algún día se enterarían de quién era el que movía el espejito, era mi regalo de la mañana, el espejo móvil estaba a la izquierda, su foto de los veinte años a la derecha, al momento de maquillarse, mamá legañosa y recién levantada se miraba despacito y tan pronto como agachaba la mirada al grifo yo movía el espejo enfocando a la foto, ella alzaba la mirada y se volvía a encontrar con la edad en la que me tuvo, me regalaba ese cachito de sonrisa cariñosa y se seguía maquillando, cuanto me pesa haberme ido.
…Y de pronto se le cayó la historia… De pronto no tenía pasado. Solo apareció casi, casi de la nada. Como si una tarde, la mirada perdida en el parque, cazaría el aparecimiento de un árbol, ir mirando como poquito a poco el árbol va saliendo del suelo, como rompe el césped y deja ver su primera rama, pero no como un pequeño brote nuevo, sino la rama de la copa y luego mas ramas, y luego frondosidad entera y luego tronco, y luego más tronco, hasta llegar a mucho tronco, mucho tronco de largo y alto. Así de pronto, se le cayó la historia y no era más que un elemento en el paisaje, sin fe sin religión, sin ternuras ni odios, como entre paréntesis… ¡Y él queriendo estar entre comillas!
Una pequeña callejuela donde no se aparca sino para amar.
Un edificio tan delgado como la brisa de la primavera y palmera de mar.
San Leandro 11, escaleta flaca y cansada, sin ascensor ni bulla, solo escalera como ella sola.
Cuarto, única puerta, puerta pequeña y cerradura en medio.
Amanece en la cocina, una pequeña ventana, mesa camilla para dos sobre una bombona de butano.
Un mantel de colores que camufla las carencias y reluce los colores, los colores amor, los colores alegría.
La alegría desbordando en menos de 50 metros.
Ventana pequeña con viento de mañana y sol de desayunos.
Tres pasos y el trastero, tres pasos y el salón, tres pasos y el estudio, el baño.
La habitación, cama grande como tu corazón verde mar, pero su calor la hace sentir estrecha como un estornudo en autobús.
Y tenemos terraza, secadero más bien, alegre y decorado con la ropa limpia al viento, a la calle.
Y tenemos un desorden cotidiano que se llama estudio.
Y tenemos un sofá que se llama nido, sonde te echas y se va el tiempo, un sofá de magia que arrulla el amor y las caricias.
Un loro que canta los CDs preferidos.
Y más allá de los tres pasos solo nos tenemos a los dos, con mil ilusiones y canciones.
Y mas allá de todo tenemos un montón de camino por recorrer para amarnos en el infinito de construir una verdad
Eran las 7 de la mañana. Hacía frío. Yo llevaba una macana de colorines, que me trajo Amelía de cuando vivió en Perú envuelta en mi cuello como bufanda, mi cazadora gris, una talla más grande, como siempre, y vaqueros. En ese entonces aún usaba los zapatos florsheim de piel marrón hechos de una sola pieza y suela de crepé. En realidad este fue mi «uniforme» durante muchos años de estudiante. mi «walkman», de los primeros, de estos de cintas, sonaba una canción de Caetano Veloso que narra la historia de una prostituta que es apedreada. Caminaba por la acera que tenía árboles, con un libro en mis manos para gastar el tiempo . las clases empezaban a las 8. El libro era Una realidad aparente de Carlos Castaneda, con Pedro estábamos interesados en aprender a volar en los sueños y este libro narraba las experiencias con un maestro brujo en el uso de alucinógenos. yo no llegaba a los 20 años, estudiaba una carrera que elegí casi a dedo, pero para la que iba viendo que tenía aptitudes. Nadie me obligó a elegir esta carrera, pero muchos años después entendería que se podía hacer más dinero con mucho menos esfuerzo, y se podía ser feliz con muchas otras cosas que daban menos prestigio que un gran titulo. Sé con toda certeza que en el momento de la elección dentro mío solo primaba el demostrar a mi padre que era capaz de eso y mucho más, lastimosamente, estaría en el error de cumplir sus espectativas muchos años más. antes de que me diera cuenta de que el mayor tesoro que él me regaló fue la posibilidad de equivocarme, caerme y saber que al levantarme, Él igualmente estaba allí.
ya dentro de la facultad, atravesaba el patio de la escuela cuando escuché el grito de Pedro: ! Enanooooo¡ nunca me molestó mi mote, en realidad estaba bien, yo siempre fui mas pequeño que los demás y no todos se ganaban el privilegio de tratarme así, si alguien se atrevía, corría el riesgo de que yo le invente uno mucho peor, eso fue lo que le pasó a Sapo, el que tenía la boca grande; a Poni, el hermano pequeño de aquél chico al que llamaban caballo, a Piojo, este chico muy moreno y pequeño que tenía colmillos grandes, a Queso, el que se apellidaba Manchego.Pedro estaba en el bar con los demás. cambié mi dirección y me dirigí hacia ellos. Eran apenas las 8:10 y ya habían empezado la partida de mus y tenían en la mesa una jarra de calimocho. Paisaje conocido. Para entonces se había aprobado en la Universidad una normativa que obligaba a los alumnos esperar 15 minutos al profesor, una vez pasados, se consideraba ausencia y los alumnos podían exigir la recuperación de la clase el día y a la hora que se les antojase. Si el interés era realmente recuperarla, se consensuaba con el profesor y si se le quería tocar las narices pues se proponía el Domingo a las 6 de la tarde.
Estaba descargando mi arsenal: chaqueta, macana, cámara de fotos (ese día tenía en la tarde clases de fotografía y como parte del «uniforme» llevaba una tipo reflex marca minolta colgada al cuello) y el bolso con los cuadernos, cuando vimos todos juntos a través del gran cristal que daba a la entrada del patio de la facultad como Torres, el profesor de Matemáticas II, con traje y porfolios caminaba a paso acelerado, fue una fracción de segundo, pero evidente, nos miró con el rabillo del ojo, y sus pasos se duplicaron de longitud. No corría, eran más bien unos ligeros saltos los que daba, anticipando la carrera.
Nadie dijo nada, apenas y nos miramos pero todos arrancamos a correr en dirección a la clase. Cada uno tomó sus cosas como pudo y corríamos atravesando el patio con un bulto multiforme en las manos. En la mesa quedó una imagen casi de «Western»: El bar en silencio, el humo flotando en el ambiente y la mesa sola; sobre si, los vasos a medio beberlos, la jarra casi terminada de la primera «ronda», las sillas desordenadas, incluso una tirada de lado en el suelo, la baraja no se si quedó completa, unas en el suelo, otras en la mesa, todas desperdigadas e incluso, Carlos y Sapo luego vimos que las llevaban en las manos hasta la puerta de la clase.
Cuando llegamos a la pueta de la clase y ya estaba cerrada, entre aquél montón de alumnos parados frente a ella, una mano salio de en medio y golpeó. Nadie se retiró. Torres la abrió. Pequeño, con traje, algo regordete y aún jadeante por la carrera, nos miró y dijo: !lo siento¡ están tarde y Justo hoy es la prueba final. Nadie dijo nada, y el lentamente, como en cámara lenta cerro la puerta, todos nos miramos y con la cara mirando al suelo, no tuvimos mas remedio que volver al bar a terminar la faena.
Duro fue el día que tuve que contárselo a mi padre. Había aprobado las 7 materias de segundo de carrera, excepto matemáticas. La normativa de aquella época permitía que uno tome el curso siguiente «arrastrando» la que había suspendido y ese era mi destino, nada calamitoso de no ser porque la escuela estaba aún en construcción, al igual que la mayoría del recinto universitario y por tanto las clases de «arrastre» estaban desperdigadas en pequeñas academias e institutos de FP que estaban por toda la ciudad. Mi padre me miró fijamente – ¡ahora veremos si eres capaz! – me dijo. ¡ese es el costo que pagan los que se sientan a la última fila y hacen doctorado en mus! Hoy se que en realidad me estaba diciendo que siguiera adelante. Y que por sobre todo recordase que una suerte distinta era posible, que a Él le costó mucho más tener una carrera. Sé que no lo entendería si no supiera que Él empezó de carpintero para hacer EGB con 17 años y viajar a la capital a inscribirse en la Universidad como una hazaña heroica. Se la financió solo y únicamente con su trabajo, paró en los calabozos más de una vez por estar en » Posesión de Material subversivo» en su habitación de la residencia universitaria, que en realidad eran cuatro cables, dos lámparas de tubo y un tableros contrachapado, con los que hacía mesas de dibujo para vender. Él realmente no leyó el capital ni el Manifiesto del partido comunista hasta cuando se los dejé yo. Como Ingeniero de Vías dirigió más de 1500 kilómetros de carreteras en 22 provincias para el gobierno y llegó a ser propuesto como Ministro de Fomento. Entonces era difícil repensar todo esto, yo estaba en su campo de vid, sabiendo que se pinchaba insulina una vez al día y escuchaba «new age» mientras resolvía SuDoKus, sabiendo que le llegué tarde, yo era el quinto de 5 hermanos y que para entonces estaba cansado y solo le quedaban, el ejemplo, su dinero y los buenos consejos.
Zaragoza siempre me había parecido más disfrutable en invierno, aunque yo siempre sería de mar, de mediterráneo y por tanto de calor, de verano. En invierno Zaragoza estaba muy bien; muchas veces me iba fuera de la ciudad solamente por ver los prados verdes, sembrados y soñaba que era mi mar; otras veces no eran los prados, eran las aguas del Ebro.
Las clases eran en la calle san Jorge 12 frente a las ruinas del teatro romano. Un Edificio de la década del 30, muchas molduras alrededor de cada ventana y verjas de hierro forjado, en un segundo piso y sin ascensor. Al lado estaba la panadería, los mejores postres, bollos y sobre todo olores. Era cálculo infinitesimal, variables, el profesor no estaba mal, sabía explicarse; No se por qué sentía que esa clase iba a ser especial. Se debía aprobar con un mínimo de 21 como sumatoria de tres notas sobre 10. Dos horas de clases diarias en las que todos los suspendidos nos juntábamos al amparo de la resignación de ir con un curso a cuestas. Todos los elementos daban para sentir una cierta marginalidad. Siempre he creído que las personas se unen al rededor de cosas comunes, pero cuando estas son muy sentidas, la camaradería es profunda. No intimaba con nadie, sin embargo se que todos, incluso sin hablarnos, nos sentíamos cómplices. Sabía el esfuerzo que hacían mis padres para que yo estudiara allí, y me parecía un sacrilegio perder el tiempo en cosas que no eran los estudios.
Aquel día de la última evaluación quise sentirla diferente. Había estudiado casi toda la noche anterior, tome mi desayuno , y salí de casa. Usualmete me bajaba del autobús en la parada de la calle Coso, pero aquel día, estando con tiempo de sobra, quise caminar. Me bajé frente a la torre de la Zuda, caminé por la acera de la Muralla romana, con el asombro de un turista recién llegado crucé el Mercado por su interior, dejando que mis ojos captaran cada toma llena de colores y al salir, me dejé internar por las estrechas callejuelas, pensando, imaginando, suponiendo otras épocas.
-¡Sobre sus mesas solo un lápiz, goma y calculadora!, dijo enfático, el profesor. -¡No quiero que pasen de las 3 horas, el examen está hecho para resolverlo en una! En ese momento sentí la necesidad de frotar mis manos. No se si este gesto era el del lobo ante la presa o simplemente un reflejo del frío, pero se que lo hice sin intenciones de presumir de mi seguridad ante la materia. Tan pronto como tuve las hojas en mi mesa, empecé a escribir. Me tomó exactamente una hora y veinte minutos, incluyendo una revisión de esas tonterías que uno siempre desprecia: comas, unidades y demás. Al terminar, miré fijamente al profesor mientras hacía un ligero gesto de levantarme de mi silla. Él acudió a mi llamado y estiró la mano, yo le sonreí ligeramente y le entregué las hojas a la vez que me levantaba. Erguido mientras daba unos pasos hacia delante dijo: -¿alguien más?. De esa manera logró romper la concentración de la mayoría y permitió que se enterasen que a partir de entonces sería forzado tardar. Recogí mis cosas y estaba decidido a salir cuando sentí su mirada encima mío, me giré y con un gesto casi imperceptible me pidió acercarme. En su mesa, me pidió un bolígrafo y con su punta señalando el recorrido, iba leyendo mientras murmuraba algunas palabras. Al terminar cada ejercicio, con un rasgo enfático y de proporción exagerada rayaba una uve, aprobándolo. No tardó más de un minuto, pero yo discretamente parado a sus espaldas, sentí ese tiempo como eterno. Intentaba no mirar al papel, recorrí con mis ojos todo el entorno del silencioso paisaje: los compañeros más próximos, los agujeros de la escayola en el techo, la persiana rota de la ventana, las lámparas de pantalla amarillenta, la puerta astillada y sin cerradura, la pizarra verde grisácea del polvo de tiza. Es que lo recorrí todo, todo, pero antes de terminar, cuando tenía la mirada hacia arriba, escuche un suspiro profundo, se incorporó y me felicitó, estiró la mano y la estrechamos. Solo entonces caí en cuenta que nunca lo había tocado. Su mano era grande y de piel gruesa, parecía más bien la de un obrero y no la de un profesor de matemáticas. Al cruzar la puerta de la calle sentí una sensación extraña, era como despertar de un largo sueño y sentir de pronto la realidad, pero esta era la mía, mi realidad. Me dejé atropellar por el viento invernal en mi cara desprotegida, caminaba dando profundas inhaladas de aire, sintiendo mas grande mi pecho, quería gritar,quería correr, pero no sabia qué ni hacia donde. De pronto sentí como una película de eventos pasaba por mi mente, desde los esfuerzos y sacrificios de mis padres que me habían llevado hasta allí, hasta la consciencia de que todo había sido únicamente una batalla vencida.
Siempre disfrute más de las imágenes a contra luz, es incómodo el sol en la cara, pero sé que si a mi me cuesta ver, a ellas les cuesta verme, finalmente se que estoy equivocada, si yo tengo el sol en mi cara, los demás la ven iluminada. No me importa, se que es una más de mis desvergüenzas y alevosías, tal vez y la menor. Vaqueros estrechos, la mujer rubia empuja su carrito de bebé intentando poner sobre su rostro una expresión de ternura maternal, pero en el fondo sabe que sus caderas son lo mas figurativo de su paisaje. Sé que siente mi mirada lasciva y con el rabillo del ojo me mira, Sé que no estoy bien. Sé que no es normal que mire de esta forma a las mujeres y sé que el verano lo pone peor. Por un momento voy al interior de la cafetería, allí hay una más; minifalda roja, su ligera blusa de seda deja que se le marquen sus pechos. Miro hacia el suelo fingiendo ignorarla, tacones rojos, tobillos huesudos y morenos, un tatuaje en chino y unas piernas esculturales, sé que lo que más me gusta es el contraste de la tinta negro azulada del tatuaje con el color de su piel, finge no darse cuenta, pero en el fondo agradece mis miradas, tomo una servilleta y regreso a mi silla en la terraza. Pedro llega, se inclina tiernamente hacia mi y me da un beso, se sienta con extremada tranquilidad. – Los chicos están el el coche, cariño. ?nos vamos¿ yo le sonrío y solamente asiento con la cabeza, le compadezco y sé que no soy justa con él. El extremado cuidado con la ropa, mi vanidad e incluso las sospechas de infidelidad, sé que le han dado mucho que pensar, sin embargo me quiere y me desea. Muchas veces he pesado que es su parte femenina la que más necesita mi parte masculina, lo mío empieza a ser patológico y muy difícil de pararlo, especialmente cuando me enfado y además de la furia viene a mi todo ese rencor que sentía cuando mi padre me pegaba. Lo que mas me cuesta es fingir ante los niños, especialmente cuando me han visto dar a su padre mas de un cachete. pero mi mayor dolor es encerrar dentro de «Débora», a una mujer machista.
Ring, ring, ring,…sonaba el despertador. Como cada mañana las seis y treinta marcaban el final del abrigado abrazo de las mantas. Primero un ligero movimiento del brazo estirándose, como en cámara lenta, a ciegas, empieza la torpe búsqueda del botoncillo para silenciar el escándalo. Una vez en silencio, el meticuloso reconocimiento: ¿Dónde estoy? , ¿Cómo terminó el día ayer?, ¿a qué hora me acosté?, la memoria corre ágilmente, se resuelven los acertijos y en seguida a levantar. Primero siempre el pie derecho, vestía un pijama celeste, liso, de cuello y solapa blancos. El baño, mientras descarga el ansiado “pis” se mira al espejo, se reconoce en el, y todo cobra consciencia, su yo, su vida, sus legañas. Se deja llevar por el hambre a la cocina, atraviesa el largo pasillo con pasos lentos, enciende la luz. El interruptor está a la derecha y lo hace casi sin mirar. Abre la puerta de la nevera con su mano derecha y sin soltarla extiende la otra lentamente hasta el interior, toma un huevo delicadamente y se gira mientras cierra la puerta. Deja lentamente el huevo en medio de la encimera. Da un paso, se detiene y casi sin moverse más bien forzando los ojos observa sigilosamente al huevo. Se ha movido. Confiado, da un segundo paso, repite la operación, ya casi por encima del hombro mira al huevo y confirma que efectivamente se está moviendo. Por su mente de forma instantánea una ráfaga de pensamientos: el huevo, su peso, la encimera imperceptiblemente inclinada; cuando la reflexión termina, el huevo está ya al borde. Despliega atléticamente su cuerpo, estira el brazo al máximo y lo toma en el aire, con apremio, con fe, con seguridad; con tanta, tanta seguridad que lo aplasta al cerrar la mano. Mientras mira atento como el líquido trasparente amarillento se deslizan entre sus dedos y cae al suelo, piensa en el azahar y la casualidad, en la vida, la fragilidad, su fragilidad, en el día que le espera.