La cotidianidad nos vuelve claramente vulnerables al mainstream prácticamente de cualquier naturaleza. Ya sea por morbo, por hacer conversación de bar, por hojear un periódico en el desayuno, es casi inevitable vernos salpicados de ello. De esta manera, permitimos que la cotidianidad misma nos empuje a ir de escándalo en escándalo, de reality en reality… Así, perdemos la noción y la conciencia de valorar la calidad, impregnando todos los eventos de una naturaleza sórdida, superficial, debilitando claramente nuestro criterio de juicio y volviéndonos en gran medida víctimas de un consumismo que, como una máquina, nos termina por devorar.
A lo mejor, éste es un efecto del neoliberalismo y está bien. O no. A lo mejor, si que podemos hacer algo.
La arquitectura y sus disciplinas afines no están exentas de este mismo mal. Sin que seamos realmente conscientes de cómo se altera la percepción y por tanto la formación de nuestro imaginario, el mismo del que tiramos al momento de buscar inspiraciones o ideas del trabajo creativo. Justamente en una anterior entrega a este mismo medio, comentaba cómo la construcción de nuestra idea de ciudad no solamente tiene que ver con lo escrito por Lynch, lo estudiado por Rykwert, lo investigado por Delgado, Silva y tantos, sino también por todo lo que nos va alimentando como repertorio de imágenes. En el citado artículo, hacían alusión a recreaciones digitales de videojuegos, pero ahora me interesa resaltar lo que implica ese mainstream de la “gran arquitectura y los grandes arquitectos”
Hace poco José Ramón Hernández, convocaba por redes sociales, a sus no pocos seguidores a elaborar un listado de los 20 edificios más destacados de la arquitectura moderna. Esto, a propósito de la gran actividad que suscitó un artículo publicado en el País sobre el reciente libro de GG, en el que arquitectos de prestigio han colaborado en definir 100 edificios del siglo XX. Sinceramente, me alegró mucho la iniciativa de José Ramón por una razón fundamental, y era que ponía a mano y hacía abierta y alcanzable la participación de una iniciativa interesante, que por ese mismo argumento hacía algo más prosaica y cotidiana. Personalmente, me interesa más un listado así, antes que las obras famosas ordenadas por famosos, y sin embargo de lo cual, creo que tanto el orden como la representatividad de muchas es extremadamente relativa.
¿Podemos discutir de la validez y representatividad de obras como la Villa Savoya, el MoMa de Nueva York, Casa Farnsworth, o Ronchamp?
Pues claramente que no, no podemos. Podemos discutir su posición en un listado y siempre habrá polémica, pero nunca podríamos dudar de tan contundente aporte al desarrollo de la arquitectura, de un momento en el que se cambió todo. Un momento en el que se replantearon principios de la arquitectura que aún tienen vigencia.
Entonces, ¿qué nos merece la pena discutir?
Yo apuesto por la obra sencilla. Apuesto por esos arquitectos locales que se dedican con vehemencia a proyectar, resolver problemas concretos para clientes con cuentas limitadas. Apuesto por esa obra sencilla, cargada de un acervo contundente, de una identidad que es inevitable y que se revela en formas arquitectónicas que una a una hacen ciudad. Apuesto por esas pequeñas obras que muchas veces ni siquiera son publicadas.
Hace poco, repasando bibliografía para un tema en concreto, recordé un par de ejemplos que quiero compartir.
El muelle y edificio de servicios para el puerto de Alicante, conocido actualmente como el bar-cafetería Noray, me ha permitido caer en la cuenta de que no es solamente el edificio en sí como “objeto arquitectónico” lo que nos merece la pena valorar, sino que es necesario un conjunto de elementos que ponen de manifiesto una obra que nos aporta, más allá del brillo mediático, del autor, e incluso la trascendencia internacional que pueda tener.
Imagen: Bar caferería Noray, Alicante. Merxe Navarro. merxenavarro.com
Un valor muy importante, en esta obra menor, sí que es la trazabilidad del proyecto, esa posibilidad de saber y llegar a conocer las circunstancias en las cuales se debate y se forja una idea que luego puedes ver cómo se materializa. Quiero decir que suman y mucho, los antecedentes de las circunstancias en las cuales se desarrolla. Éste, en su caso, es un edificio que viene a procurar la presencia del fatalmente derribado edificio del Real club de regatas inaugurado en el año 1911 y derribado sobre los 90’s, y busca una articulación con mínima presencia en dos líneas del puerto, que lo logra pese a alguna desarticulación de usos a posterior, por parte del promotor. Una situación delicada y compleja que el autor logra no solamente salvar con la propuesta adecuada, sino que integra de manera delicada al paisaje marítimo del puerto, tanto como la primera línea construida y visible de la ciudad, vista frontal de la llegada de los catamaranes locales. Más detalles se pueden encontrar en esta interesante reseña de Merxe Navarro. El Noray, Proyecto que García-Solera ganó por concurso hacia el año 2000 y fue publicado en un exquisito libro de Juan Calduch llamado “Building Boats”, en el que se hace una escrupulosa narración del proyecto. Con lo cual queda consumado el registro del mismo, con una obra impresa, muy completa y delicada, que en lo personal considero es la mejor obra escrita de arquitectura, no solamente por el proyecto al que hace referencia, sino también por la narrativa, es decir la forma como, mediante los capítulos, palabras y gráficos el proyecto queda totalmente comprensible, y por ende, la utilidad que ello representa para quien lo lee. El Noray, obra que además de su tamaño, naturaleza—un bar-cafetería—su situación y uso, lo ponen en total disponibilidad y acceso, de tal modo que por el sencillo valor de una caña y unas olivas puedes sentarte a percibir su espacio, si tienes más suerte y algo de planificación, incluso puedes disfrutar de un concierto de jazz al borde del mediterráneo.
Otro caso que tengo mucho en mente es: “Es pequeño, llueve dentro y hay hormigas”, una gran publicación de Federico Soriano y Dolores Palacios. Imágenes generadas por ellos dentro de sus procesos de investigación y pensamiento, dentro y fuera de sus proyectos. La publicación es un pequeño libro que tiene muchas maneras de ser leído. Una primera, convencional, de adelante hacia atrás. Una segunda, a manera de un juego mediante unos desprendibles, de doble imagen a manera de piezas de dominó que son la cubierta del libro. Cada partida de dominó es una forma secuencial de capítulos a leer y así hasta 748 formas diferentes. Y por el dorso de las piezas de dominó viene una identificación en código de barras y el orden de las páginas de las imágenes que agrupa un proyecto. La propuesta va mucho más allá de ser divertida, si uno se propone en el ejercicio de lectura objetiva, descubrirá que se convierte prácticamente en una suerte de oráculo de motivación o inspiraciones gráficas azarosas, muy recomendable al momento de tirar de él para el trabajo creativo.
Imagen: Es pequeño llueve dentro y hay hormigas, Soriano Palacios. Portada.
La “gran arquitectura” siento que está en una trascendencia distinta. La vivencia del espacio en directo, la apreciación del entorno y sobre todo la percepción de una escala y proporción humana, sólo posible con la presencia física, que otorgan a la experiencia de la arquitectura unas condiciones realmente particulares y no asimilables mediante otros métodos que no sean ese contacto real. Pero el viajar cuesta y mucho, el coincidir con la plena disponibilidad de acceso a un “monumento de arquitectura”, no siempre resulta fácil y accesible, pero nos quedan experiencias y alternativas que pueden permitirnos otras—si bien no reemplazables—formas de aproximarnos a la experiencia arquitectónica.
El mismo José Ramón Hernández, junto con Eduardo Almalé, generosos difundidores de la arquitectura moderna, protagonizaron el año pasado una experiencia novedosa y divertida. A propósito del lanzamiento de Breviario de Ronchamp, libro publicado por Ediciones Asimétricas, propusieron de manera abierta 53 coloquios denominados #BreviarioRonchampNº a través de twitter, en la imagen adjunta se puede observar cada una de las portadas de los coloquios, si entras en el enlace correspondiente accederás a un momento de twitter que agrupa los tweets destacados de cada jornada. Muy recomendable revisar el libro con los momentos adjuntos. Otra forma de lectura.
Imagen: #BrevarioRoncham guía de coloquio a través de momentos de twitter. Cortesía de Eduardo Almalé [@almale]
Quiero imaginar a ese joven estudiante de arquitectura de un país de fuera de la Unión Europea, imagino lo lejos que debe ver a Ronchamp e imagino en ese déficit lo fructíferamente provechoso que le puede ser un formato como este.
Insisto, los tiempos han cambiado, la actualidad de la arquitectura demanda más que nunca renovaciones y estrategias innovadoras que permitan fructíferos caminos, probablemente para acercar a los clásicos, pero sobre todo a sacarle partido a las herramientas contemporáneas en favor de la creatividad y nuevas perspectivas del quehacer y del pensar en arquitectura.
“Están ahí pero no los ves. Bueno, de eso se trata. Están pero no están. Así que cuidá el maletín, la valija, la puerta, la ventana, el auto. Cuidá los ahorros. Cuidá el culo. Porque están ahí. Y van a estar siempre. Chorros. No…eso es para la filada. Son descuidistas. Culateros, abanicadores…gallos ciegos, biromistas, mecheras, garfios, pungas…boqueteros, estruchantes, arrebatadores…mostaceros, lanzas, bagalleros, pesqueros. Filos”
La vida de la ciudad es un sinfin de situaciones en las que podemos siempre estar inmersos siendo actores directos; cuando caminamos, cuando interactuamos directamente sobre ella.
O no.
Podemos también ser narradores, mirar la ciudad, contemplarla, valorarla, medirla o claramente pretender entenderla. No lo lograremos en su infinitud, pero ese ejercicio del propósito de entenderla nos puede llevar por metáforas inabarcables que nos conducen a nuevos y mejores aprendizajes.
Gracias a mi acercamiento a Manuel Saga, a propósito de videojuego y ciudad, he tenido la oportunidad de quedar con él para poder disfrutar de diálogos que nos acercan a este tipo de reflexiones.
Me apetece describir a Manuel como un inquieto joven arquitecto granadino que viene de un máster en la Universidad de los Andes (Bogotá) y ahora está camino del doctorado con una plaza de investigador en Turín. Su perfil toma especial importancia desde su experiencia docente en relación con su interés en el videojuego, como comenté en la mencionada entrada de este mismo medio. Junto con Enrique Parra mantuvieron MetaSpace. Espacio activo y referente importante por no decir, único registro de novedades y análisis en la relación entre la arquitectura y el videojuego. Referencia y relación de la que no únicamente se nutren nuestras disciplinas, puesto que como bien veremos, Manuel lo remarca, están el cine, la música y muchas otras artes que tienen que ver con lo urbano. Esta relación me interesa sobremanera, y es acerca de ella, que he procurado incitar al entrevistado a marcarnos una narrativa de las experiencias a considerar.
Francamente, no me apetece transcribir la entrevista, porque creo que pueden abundar en elementos coloquiales y más bien procuraré tamizar lo que considero que han sido perlas que Manuel ha dejado caer sobre esta interesante relación.
MH | ¿Es la arquitectura en el videojuego o es el videojuego herramienta de la proyección de la arquitectura? ¿Tiene un papel el arquitecto en la producción del videojuego?
¿Ves en pronto la asignatura de videojuegos en los programas de estudio de las carreras de arquitectura?
MSG | Para responder quisiera recordar la entrevista que en su momento le hicimos desde MetaSpace a María Elisa Navarro.
Assassin’s Creed II es un juego en el que tomamos el papel de Ezio Auditore da Firenze, un asesino florentino en la Italia del Renacimiento. La historia se desarrolla durante el segundo papado de los Borgia y toma numerosos elementos del imaginario renacentista para crear una ficción donde interactuamos con personajes como Maquiavelo o Leonardo da Vinci. Es un juego tipo sandbox, de mapa abierto, donde podemos recorrer a nuestro antojo ciudades como Florencia, Venecia o San Gimignano.
Cuando entrevistamos a María Elisa, ella nos habló de roles dentro del desarrollo del videojuego que solo puede hacer un arquitecto. Por ejemplo, ella trabajó como asesora analizando la historia del Renacimiento italiano. Análisis arquitectónicos, culturales, etc.
El arquitecto tiene toda una biblioteca de referentes y una cultura disciplinar tras ella. Desde ella puede realizar aportes diferentes a los de un artista 3D, game designer o programador.
La referencia opuesta es José González, autor y desarrollador de block’hood, caso en el que es el arquitecto es quien desarrolla casi todo el juego y lleva a cabo un trabajo artesanal que le lleva a encargarse de muchos roles diferentes.
Más que una asignatura de crear videojuegos, me parece que tiene cabida un espacio de cultura del videojuego. Podría ser similar a esas otras materias en las que se habla de arquitectura y cine, arquitectura y teatro, u otras relaciones igual de interesantes. En ellas, los ejercicios acercan a los estudiantes productos arquitectónicos dentro de otras disciplinas, de los que pueden extraer aprendizajes para aplicar en sus proyectos más tradicionales.
No creo que la profesión del arquitecto deba pasar obligatoriamente por el desarrollo del videojuego, pero cada vez la arquitectura se va a alimentar más de él, igual que se ha alimentado de otras fuentes.
MH | ¿Desde tu perspectiva sensible, basada en la experiencia que tienes, crees que hay ciudades más interesantes que otras para ser protagonistas de videojuegos?
MSG | Sagas como GTA (Grand Theft Auto) han jugado a crear ciudades ficticias basadas en ciudades reales: Los Santos- Los ángeles, San Andreas – San Francisco, Liberty City – New York. Cuando uno coge la ciudad como es en la realidad (aunque no me gusta usar ese término, puesto que solo son dos dimensiones: una no juega representando a la otra, sino que son de alguna manera paralelas) se encuentra con grandes metrópolis ultra complejas. Podríamos pasar vidas paseando tratando de entenderlas. Los Santos—Los ángeles digital— debe ser fácil de entender porque el jugador en menos de 10 horas de juego debería poder orientarse ya a la perfección. Hablamos de un juego que podría durar setenta, ochenta horas y si uno lo estira, 120, pero uno debe poder orientarse pronto y fácil. Se trata de una operación de la que mucha gente se ha percatado, y tiene que ver con que en esta adaptación de la ciudad digital a la ciudad física hay elementos que permanecen y otros que se simplifican. Permanecen los que son de tipo más fundacional—citando a Rykwert—y los que son de tipo más sensitivo y tienen que ver con la imagen de la ciudad—citando a Lynch— los hitos, las plazas, los límites. Entonces, volviendo a la pregunta, ¿qué ciudades son más fáciles de llevar a esa adaptación de ciudad digital?,
Yo te respondería que aquéllas en las que esos elementos fundacionales y sensitivos son más evidentes.
MH | ¿Verías a Rykwert haciendo el guión de un videojuego? Pregunto argumentando, sobre la base de una anécdota que liga temas de práctica de psicoanálisis con un juego de rol, para acentuar mi interés sobre elementos simbólicos urbanos y psicoemocionalidad urbana, que logran incluso abstraer lo físico.
MSG | Si él hubiese nacido 50 años más tarde, ahora seguro estaría haciendo el guión de un videojuego. (risas)
De hecho, esto me lleva a una saga de juego de los noventa, Civilization, que hoy en día se llama Sid Meier’s Civilization. Quien lo creó, Sid Meier, que ahora tiene 65 años, creó un sistema que cae en anacronismos porque tiene una perspectiva de la historia evolutiva e unidireccional. Por supuesto, es un juego que se ha hecho muy popular gracias a que ha trabajado con elementos históricos buscando respetarlos mientras los recombina para crear nuevas líneas temporales.
Justo esta semana apareció otro juego titulado Jon Schafer’s At the Gates, desarrollado por el diseñador jefe de Civilization V. La diferencia es que At the Gates no abarca toda la historia de la humanidad, sino que se centra en pueblos bárbaros europeos; es decir, visigodos, ostrogodos, celtas, etcétera. El jugador controla asentamientos nómadas y clanes que van fundando sólo unas pocas ciudades, marcando una distancia menor entre el juego y la realidad histórica. En At the Gates cada pequeño avance, cada pequeño cambio, requiere de un esfuerzo importante. Uno no puede llegar de la nada y crear un asentamiento completo con murallas y obelisco, sino que debe tantear el terreno, estructurarlo, antropizarlo, y, finalmente, si todo va bien a lo mejor se convierte en esa cosa tan compleja a la que llamamos ciudad. A mi me parece que si Rykwert estuviera haciendo un juego, se parecería mucho a éste y no tanto a Civilization.
En cuanto a los valores emocionales, sí es cierto que hay juegos en los que la ciudad no está a cargo del jugador pero sí consigue crear un vínculo muy potente con él. Es decir, igual que hay títulos en los que jugamos a manejar la ciudad como si estuviera compuesta de piezas tipo Monopoly, en otros la ciudad es un telón de fondo predeterminado pero tan poderoso que marca la experiencia. El ejemplo que más he podido estudiar en este sentido es Bioshock, una saga de juegos en los que se habla de un hombre y una ciudad. Una ciudad que normalmente tiene un mensaje fundacional utópico, y que, a raíz de la llegada del hombre se pone en crisis y se convierte en una distopía. Son ciudades dónde el héroe tiene un gran papel, donde el rito de acceso tiene una historia y es importante a nivel narrativo, dónde los temas religiosos y los signos divinos tienen una carga. En mi investigación he podido estudiar los dos modos de entender la ciudad: la de bioshock que tiene que ver con los valores y la narración vs la que se basa en el sistema y como el jugador crea la ciudad. Las categorías fundacionales “Rykwertianas” aparecen en ambas con efectos muy diferentes entre sí.
MH | Imaginarías un juego guionizado por Armando Silva y Manuel Delgado, pretendo parafrasear a tus explicaciones de bioshock y Civilization, pero en un momento contemporáneo, desde allí:
¿Dónde encuentras los valores urbanos a día de hoy? ¿Dónde estarían los centros claves de esa construcción urbana utópica dónde se centra la sociología urbana contemporánea?
MSG | Los temas de los que hablamos en el videojuego casi nunca son nuevos. Vienen de antes y con él están adquiriendo una nueva dimensión. Si hablamos de los centros de la ciudad a nivel sociológico y a nivel global, podemos hablar de cómo hay ciudades o ideas de ciudades o imaginarios de ciudades que se han convertido en imaginarios globales a través del cine. principalmente, He citado antes el caso de Nueva York , que probablemente es la ciudad más conocida del mundo. Sin embargo, ese conocimiento de la ciudad no tiene que ver con que las personas que la conocen hayan estado allí, sino con que la han visto en cine y televisión, la han consumido continuamente. Todo el mundo sabe dónde está y sabe lo que la caracteriza. Todo el mundo sabe que existe Broadway y Five Points. El videojuego incide sobre estos aspectos y hace que ciertos escenarios urbanos sean cada vez más globales.
Considero que todo esto genera un paisaje urbano cada vez más global. No obstante creo que habría que pensar y criticar si la creación de ese paisaje urbano digital y compartido genera o impide una mayor conexión con los escenario urbanos físicos. Dicho de otro modo: las personas que tienen una implicación más cercana con la ciudad digital, ¿participan más o menos de la ciudad física? ¿Existe relación entre estos dos planos de participación? No estoy tan seguro de que la relación sea negativa,de que las personas que juegan más videojuegos se abstraigan más necesariamente. Al revés, creo que puede haber herramientas que les pueden acercar a la ciudad a través de una mayor conciencia sobre cuáles son los elementos que les rodean y cuáles son sus efectos sobre el sistema urbano. SimCity es un referente canónico en este sentido, pero hay otros. Si le preguntáramos a Bauman, seguramente diría que no es así, que las redes y lo digital nos alejan del contacto físico. Yo no estoy tan seguro.
MH | Yo categóricamente te digo que no, y esto me da pie a lo siguiente: la capa digital como tal como capa a día de hoy dentro del urbanismo es una capa más, y cuando hablas de la ciudad estoy convencido de que lo digital y lo virtual debe ser considerado com parte de la ciudad y cuando lo digo quiero acercarme a algo que me interesa mucho. Sobre la base de ello cito y me introduzco en la investigación histórica de un importante (sobre todo desde el valor arquitectónico y patrimonial) proyecto de una capital sudamericana que demandó abundante investigación histórica y en la que encontramos una tasación de mediados de 1800 en la que reiteradamente se utilizaba la palabra ”umbraladura”. Palabra indefinible que marca el paso de un dintel que separa estancias y en esa medida y parafraseando a Walter Benjamin en “The Arcade Proyect”, argumento el entender a esa “umbraladura” como un espacio casi atemporal que, en los pasajes parisinos definía al espacio de la práctica del flâneur y que otorgara el nombre de las estancias londinenses entre el interior del bar y el exterior de la calle, dónde se ubicaran las tragaperras, antecesor de los juegos de arcade y de dónde estos tomarían su nombre.
Traigo a colación la escena de harry potter de la estación 9 ¾, y recordando que la forma de acceder a otra dimensión justamente se aloja en una arcada, y finalmente la cita de libro de los pasajes Walter Benjamin:
“El laberinto de casas que conforman la red de las ciudades equivaldría a la conciencia diurna; los pasajes (que son las galerías que llevan a su existencia en el pasado) desembocan de día, inadvertidamente, en esas calles. Pero después, al llegar la noche, bajo las ciegas masas de las casas de nuevo surge la espesa oscuridad.”
Explícitamente esa dimensión donde se aloja lo fantástico y lo inmaterial. Ese espacio límite, borde o frontera, ya no una línea, sino con un espesor. Habitable. Probablemente atemporal en una dimensión de ensoñación, a la que que se corresponden mis intereses.
MSG | En una conferencia en Bogotá que organizamos junto con los profesores Claudio Rossi y María Elisa Navarro, alguien del público explicó una experiencia propia para reafirmar que ambas dimensiones se alimentan entre sí. Este chico habló de una misión en Assassin’s Creed: Brotherhood que sucede en Roma durante el siglo XVI, cuando el jugador debe infiltrarse dentro del Panteón sin ser visto. La única alternativa a la puerta principal consiste en acceder por el óculo, generando un recorrido particular e improbable desde una realidad física. El narrador contaba que cuando visitó el Panteón en persona, mientras sus compañeros arquitectos estaban atentos en contrastar sus aprendizajes académicos con esa realidad, él cayó en la cuenta de que su experiencia estaba marcada con aquella vivencia digital, que había tenido un impacto directo y real sobre su conocimiento, y luego sobre su experiencia física en el lugar. La experiencia digital no sustituye a la física, pero la experiencia física cambia cuando se complementa con la digital. Es una relación que funciona en ambos sentidos, se retroalimenta. Es un fenómeno similar a cuando se visita un espacio después de haberlo consultado en planos, fotografías o documentales. Son experiencias mediadas y complementadas por la representación. Por eso me reafirmo: el límite entre lo digital y lo físico, la representación y lo representado, es un umbral, un límite con espesor que merece la pena explorar. Pensar que las cosas sólo se pueden estudiar de un lado de ese borde es limitado.
Me gustaría incidir en algo ya apuntado que tiene que ver con la gestión de grupos y procesos, a propósito de que has mencionado a Age of Empires, existe un artículo que habla de gestión de grupos y de proyectos y de cómo el tutorial de AOE II se puede utilizar como casi de estudio. Es un tema que, aunque no está directamente relacionado con la imagen de la arquitectura o el urbanismo, muestra cómo la parte de la gestión se puede aprender de una manera lúdica.
En cuanto a la enseñanza directa de arquitectura con videojuegos en las escuelas, se trata de un tema complejo. Los programas de arquitectura de por sí ya están sobrecargados. Otra realidad también, es el pensar que no toda la gente joven juega a videojuegos, o al menos no todos lo aprecian del mismo modo. Hay mucha gente que no tiene esa experiencia de manera tan cercana y que incluso cuando uno le habla de juegos expresa algún rechazo. La cultura del videojuego es algo que llega a mucha gente en un contexto global, pero en un contexto local no necesariamente llega a todos los públicos de una manera tan inmediata. Creo que el verdadero reto está en compatibilizar las actividades relacionadas con videojuegos e innovación con espacios más tradicionales, aplicables a la realidad.
MH | La planificación de herramientas digitales se están posicionando dentro de dinámicas que permiten a la ciudadanía acceder a un ejercicio híbrido de la ciudad, puedes vivir la ciudad a pie de calle, como una realidad física cotidiana y por otro lado puedes participar a través de aplicaciones digitales. Probablemente lo más cercano a un ejercicio urbano y videojuego de manera conjunta ha sido el auge de Pokemon Go, aunque no es la mejor ni la más representativa de las posibilidades de una interacción híbrida en la ciudad, sin embargo, todo esto reafirma lo que decíamos antes. Puedes vivir la ciudad en una combinación de dimensiones. Lo mismo sucede cuando tenemos una cita en una dirección desconocida y nos nos dejamos guiar por un navegador.
MSG | Claro que sí, y es tan igual como cuando uno visita madrid luego de haber escuchado a Joaquín Sabina. Estamos hablando de lo mismo, de ciudades representadas, de ciudades narradas y de cómo eso afecta a las experiencias. También creo que el tema de Pokemon Go se ha sobrevalorado un poco. Tuvo un auge muy fuerte pero enseguida se olvidó y además no tenía la posibilidad de crear un “engagement” estable.
Me parece que las relaciones (representación-realidad) a veces son más sutiles. Ves una película de James Bond y luego al pasear por Londres reconoces las locaciones. No es una relación obligatoria, no hace falta que para entender la película debas estar ahí. Tampoco hace falta que para entender la música de Serrat al mismo tiempo tengas que ir a bañarte en el Mediterráneo. Si lo has hecho llegarás a un nivel de comprensión más profundo, pero no tienes por qué hacerlo si no quieres. En el buen arte pasa igual. Si uno conoce París o Málaga puede entender mejor a Picasso, pero no te hace falta conocer París para emocionarte con su pintura. Estos niveles de lectura también están en el buen videojuego, pero a menudo se subestiman porque es un producto lúdico y para un público muy abierto. Es similar al proceso que en su momento vivió el comic, que hace 30 o 40 años era un producto visto como un arte menor y hoy en día está muy considerado. El videojuego va por el mismo camino, poco a poco. Ayudan productos como el libro blanco del videojuego. Auspiciado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades.
MH | De alguna manera está claro que los últimos 20 años, la llegada de Internet y el auge de la cultura digital ha dado pie a ese apogeo del videojuego. En 10 años, como ya lo comentábamos, es probable que haya unas cuantas asignaturas relacionadas; realidad virtual en la ciudad, o elementos urbanos a través del videojuego.
MSG | No sé si asignaturas en las carreras, pero videojuegos citados en las bibliografías por lo menos, seguro que si.
MH | De acuerdo, pero hay una crisis en la academia y los pensum de estudios están saturados algo obsoletos. Procuro evitar la afirmación de que el auge de la cultura del videojuego no tiene que ver con una moda, sino con la cultura digital. Que todo lo relacionado con Internet, es parte de una tecnología disruptiva y por tanto no irá hacia atrás. Que va a haber mucho mecanismo de mediación que lleven a adaptar los procesos de aprendizaje con las nuevas herramientas y habilidades.
“Los urbanistas del siglo XXI deberán construir aventuras”. Guy Debord
En este escenario me pregunto:
¿Qué crees que pasará dentro de 10 años con las vivencias de la ciudad y la tecnología, más allá de la influencia de videojuego?
MSG | Algo que es sintomático sobre cómo una cosa no sustituye a la otra, sino que la complementa, es el hecho de que estamos ya en un momento de representación post digital en la que los render están muy gastados. Archdaily sacó hace tiempo un artículo sobre ese tema. Estamos hablando de arquitecturas que se representan con técnicas más sencillas: ya no se modela entero el objeto, sino que sólo se hace una escena mediante collages rápidos. Se está volviendo mucho a la representación análoga como pequeñas coproducciones. Mira el éxito del Grupo Aranea y la capacidad que tienen ellos tienen de representación con acuarelas, o el pritzker de RCR que también tiene que ver con ese tipo de pensamiento.
Desde mi experiencia como profesor de dibujo análogo, pienso que ese tipo de habilidades no van a desaparecer ni van a dejar de enseñarse porque son básicas, instrumentales y necesarias. Hay que pensar con la mano. Eso no quita que luego se recurra a lo digital para la representación, Pero uno piensa con la mano.
Me parece interesante la separación que está ocurriendo en las carreras de arquitectura entre los programas que lo llevan a uno a aprender de arquitectura y formar parte de la disciplina, y los que le llevan a la profesión tradicional de arquitecto independiente que diseña y construye.
La separación entre grados y másters habilitantes en España ha reavivado ese debate, pero en contextos como el anglosajón se trata de una cuestión ya superada. Grados como el de
Southern California Institute of Architecture “SCI-Arc” duran cinco años durante los que los estudiantes trabajan con representaciones digitales, algoritmos evolutivos, fabricación con brazos robóticos, programación, etc. Este tipo de experiencia hace que muchos de quienes salen de allí no terminan trabajando de arquitectos en el sentido clásico, sino que acaban en empresas como Pixar, del sector automovilístico, de diseño industrial o de mobiliario, o en ámbitos artísticos donde son muy valorados por su background arquitectónico. Igualmente tienen la posibilidad abierta de hacen su máster habilitante y su examen de la RIBA.
Es un ejemplo de cómo la flexibilidad entre la formación y el perfil profesional es cada vez más grande, cubriendo procesos académicos orgánicos y poco convencionales que antes también existían pero por fuera del sistema.
MH | Cuando pienso en juegos como block’hood o sims, pienso en esa característica tan propia del ser humano de “armar” o re-programar todo lo que encuentra, para hacerlo a su antojo, como un propósito de ser “sujeto” organizando objetos. Recuerdo a Jane Jacobs cuando nos advierte de la riqueza de la ciudad está en la multiplicidad de elementos y eventos simultáneos que son posibles y pienso en cómo se potencia todo esto con la capa digital. Pienso que a lo mejor lo que necesitamos/queremos es esa reproducción de la “ciudad controlable” es decir probablemente la escala de barrio.
¿Crees que este modelo de la ciudad retaceada a la proporción de lo controlable, como en un videojuego, podría convertirse en una tendencia de un modelo de administración que pronto iremos a buscar?
MSG | Podría ser, ¿sabes lo que pasa? Que para mi jugar a hacer la ciudad digital no es tan distinto de jugar con la casa de muñecas o con Exin castillos. En general, el juego de “hacer la casa”, hacer el pueblo, ese tipo de cosas, me parece que es algo que siempre ha acompañado a niños y mayores. La diferencia es que hoy en día se puede jugar en comunidades más grandes y los fenómenos son más visibles. Por otro lado estos juegos generan conocimiento y estadísticas emergentes porque los datos de las partidas quedan registrados. Siento que además que un tema de políticas de gobierno y ciudadanía a un nivel micro—que puede ser— los sistemas digitales facilitan la participación en los órganos de gobierno superiores, que cada vez pueden estar más cerca de la ciudadanía. Por ejemplo, ahora un alcalde puede analizar el big data de los intereses de los vecinos a través de sus búsquedas en Google. Eso podría ser muy interesante.. Los ciudadanos de Turín, ¿qué buscan sobre Turín?, ¿qué les interesa de su ciudad? La Alcaldía podría analizar sus búsquedas en Google o Facebook y sacar conclusiones. Esto implica un cambio en los roles y habilidades de políticos y administrativos.
Por otro lado, el juego permite que uno se empodere de la ciudad y la entienda mejor. Gracias a ellos es posible aprender y ensayar cómo funciona uno o varios de sus sistemas, así como entender la red de agentes que los gestionan. Me interesa el diseño de juegos y app’s que sean accesibles y que generen una conexión entre la ciudad y los ciudadanos. Claro, de forma similar al analista de big data que hablábamos antes, esto implicaría incluir diseñadores de gameplay en las instituciones y en los ayuntamientos, con la consecuente complejidad que ello acarrea.
Aún así, creo que merece la pena. Mira, por ejemplo, cuánto se ha hablado del diseño gráfico del Ayuntamiento de Madrid a propósito de trabajar con diseñadores profesionales, que entienden las necesidades y el branding de la ciudad. ¿Qué ocurriría si incluyéramos también game designers? ¿Y si la gestión del espacio que nos rodea se convierte en parte del juego?
Collage de los carteles de las fiestas de San Isidro 2018, obra de Mercedes Bellard.
Un agradecimiento particular en este artículo al entrevistado, Manuel Saga, quien generosamente ha contribuido con su tiempo y empeño para el desarrollo.
Podéis seguir y leer más de Manuel en cualquiera de sus espacios digitales:
Pablo terminó la carrera de arquitectura en 2008. Mientras hacía un máster y buscaba trabajos que fuesen más allá de delinear llegó al año 2010, en el que a través de una relación familiar supo de un despacho de dos arquitectos españoles, asentados en un país de Oriente Medio, que recibían “becarios” que, tras un período de prueba, pasaban a ser remunerados. Llegar allí y sostenerse tres meses en ese escenario no implicaba menos de cinco mil euros, además de los gastos del viaje, para que una vez superado el período de prueba, pudiera ganar hasta dos mil euros al mes, en un medio en el que para vivir necesitaba más de mil quinientos. Pablo lo aceptó y tardó ocho meses en ahorrar para poder pagarse el billete de vuelta.
Ernesto emigró a Holanda en el año 2012 con el afán de cambiar de rumbo lo que había sido el fracaso de la “inversión familiar”. Único hijo de dos campesinos de la Asturias profunda, que se dejaron el patrimonio, las herencias y la piel en sostener a su chaval durante los 9 años que duró la carrera en la capital para luego, con un crédito, pagar un máster que cursó trabajando de camarero. Emigró a Holanda cuando llevaba 18 meses de búsqueda de un trabajo en condiciones “decentes” y solamente encontraba ocupaciones de becario sin remuneración. Allí comenzó en un estudio de arquitectura y poco a poco se fue abriendo camino. Hoy en día, desde Tokio, en el quinto estudio de arquitectura fuera de tierras peninsulares, sigue pagando las deudas de sus padres. Desde entonces, sólo ha vuelto a España dos veces.
Este triste panorama es parte de la factura del ejercicio de la arquitectura que nos dejó la crisis, obviamente, además de las ilusiones y expectativas de muchos profesionales noveles destrozadas. También hubo casos de otro tipo. Carmen, chica de poco más de treinta con una licenciatura, dejó la tienda en la que había trabajado durante 10 años de dependienta para preparar oposiciones del Estado, consciente de que el trabajo para una cadena comercial no permite hacer carrera, o lo permite escasamente, y menos aún con la posibilidad de ubicarse dentro de roles de su interés y acordes a sus estudios. Al cabo de tres meses de tirar de pequeños encargos relacionados con servicios de fin de semana, se dio cuenta que, tanto por lo económico como por su estabilidad laboral y expectativas, necesitaría de un ingreso más contundente, a sabiendas de que el proceso de las oposiciones puede llevar un par de años, como poco, y sin garantía de éxito. Esto le llevó a una búsqueda de empleo a condiciones básicas “de prueba”. Un despacho de arquitectura técnica y diseño de interiores formado por dos socios, ambos jóvenes (menos de 35) con carrera en el exterior y máster. El rol de Carmen, ambiguo por supuesto, bailaba entre la asistencia de oficina, secretariado y elaboración de presupuestos, pasando por, obviamente gracias a su “buen ver”, gestiones de representación y ventas. La promesa de contrato a tiempo indefinido, coche y móvil, lógicamente acompañaban al paquete básico de la sobreexplotación y el aprovechamiento. El “período de prueba” en donde, poco a poco, y, una a una, iban aumentando los pedidos de tareas no acordadas. Primero son las que alargan el horario regular, luego las prestaciones especiales como un día de stand de feria en fin de semana, luego un cliente que “solo tiene tiempo el sábado” y por supuesto las sesiones de “capacitación” que deben estar fuera del horario de trabajo, para “no restarle productividad”. Todo esto claramente mencionado y pedido desde un inicio en conversaciones formales y comentarios indirectos que dejan sabor a “si no lo haces, el puesto no es tuyo”. Es decir, exactamente lo que José María Echarte hace poco comentaba en este interesantísimo hilo de twitter citando a Byung Chul Han, cuando explica lo que él considera 1“el ciclo de autoexplotación: “Se hace sentir al trabajador que debe pasar por eso. Se implementa su autoculpabilidad por no desearlo lo suficiente. Por no apasionarse todo lo que podría. O mejor aún. Lo que debería”. Y la situación de Carmen fue a más. Debido a las virtudes que prestan hoy en día los sistemas digitales, no fue tarde el empezar y proponer el típico “si quieres puedes trabajar desde casa”, generando de esta manera una apertura a mensajes de chat en tiempo real, llamadas y videollamadas, como herramientas cotidianas de relación laboral. Las mismas, que una vez acentuadas como cotidianas, eran con total regularidad extendidas a horarios fuera de trabajo.
Los mensajes de whatsapp los domingos por la tarde para recordar los compromisos del lunes no fueron la excepción, así como los correos a las 11 o 12 de la noche de un día entre semana, con el consiguiente: “¿Lo has leído?”, a primera hora del día siguiente, para terminar con el encargo de las redes sociales corporativas, porque: “Como tú sabes de eso…”. Carmen, al haberse negado en más de una ocasión, a tal nivel de concesiones, simplemente no incluidas en su contrato ni pagadas, no superó el período de prueba, al final del cual, en sencilla charla los socios le explicaron que claramente: ellos necesitaban alguien que tuviera más pasión y capacidad de entrega por el oficio y su trabajo, sin mencionarle la hipoteca de más de cincuenta mil euros que cargaban encima, obviamente con garantías familiares, para montar el “minimalista y súper moderno” despacho desde el que operaban. Supongo que hasta aquí ninguna novedad. Quienes estamos dentro de la actividad de la arquitectura y el urbanismo —que no ha sido la única afectada— sabemos que esto no ha sido una novedad en la última década.
Imagen: chat privado de facebook cedido por Rebeca Argudo.
Tirando del anecdotario personal, he procurado juntar un par de casos en los que os pido no prestéis demasiada atención a la relación entre el trabajo injusto —la explotación— sea del lado que fuere y el oficio. No tiene un propósito más que ejemplificar.
Lo que me interesa, en realidad, es destacar y reflexionar sobre el retraso que llevamos respecto a la relación entre cambios inminentes y nuestra disponibilidad y creación de medios y estrategias para afrontarlos.
A ver si soy capaz de explicarme.
La primera década de este siglo la terminamos sorprendiéndonos con la lucidez de Bauman cuando nos vaticinaba el final de esa modernidad que apostaba por una estabilidad y una continuidad sólida, basadas en los aprendizajes anteriores y las pruebas repetitivas, y su paso a una “modernidad líquida”. Término que acuñó bajo explicaciones que radicaban en la oportunidad, la flexibilidad y el cambio constante 2. La quiebra de Lehman Brothers pasará a la historia por marcar un antes y un después, no solamente como el primer efecto fatal de una economía global, sino también como una referencia de un momento internacional, puesto que independientemente del golpe financiero marcaría un punto en el que muchas cosas cambiaron sin una posibilidad de retorno: el colapso económico de Islandia, la burbuja inmobiliaria en España, Irlanda, Grecia y podríamos seguir. Esos elementos que Bauman analizaba desde la metáfora del estado de la materia han evolucionado notablemente en una década. La incertidumbre se ha apoderado por completo, tanto de las expectativas de empleabilidad como de la certeza en sí misma de la vigencia de muchos oficios y profesiones. Internet, la tecnología que ha cambiado todo desde la disrupción, aún no nos permite consolidar miras hacia el futuro que nos anticipen por dónde pueden estar los nuevos derroteros. Sin embargo, aquellos muchachos desilusionados que en un principio pagaron gran parte de los costes de la crisis son hoy en día los principales actores de la innovación. Muchos mediante un reciclaje de conocimientos que les ha permitido una empleabilidad que, empezando como alternativa, hoy va consolidando nuevas teorías de aprendizaje y ejercicio de la profesión totalmente válidos. Esa generación, en un inicio maltratada por las circunstancias, es hoy una esperanza. El hecho de que explotara la burbuja inmobiliaria, sobre todo determinó que la producción de arquitectura y urbanismo se paralizara, frente a lo cual muchos de los actores ya consolidados se reciclaron. Pero quienes tenían un ámbito profesional por hacer lograron ir innovando dentro de los procesos tanto de pensamiento como utilitarios, y son quienes han tirado de hilos nuevos.
El cohousing, la vivienda social, la mediación comunitaria, la vinculación de sistemas digitales aplicados a la arquitectura y el urbanismo, el desarrollo de las tecnologías alternativas y muchos más. De manera puntual, proyectos de cohousing pioneros como Entrepatios y alguna otra experiencia de Saat, un estudio de arquitectura muy particular con proyecto interesantísimo. También las iniciativas del trabajo cooperativo, como la de Lacol Cooperativa, con su proyecto emblemático de la cooperativa de vivienda en cesión de uso de la Borda.
Imagen: Lacol cooperativa de arquitectos, proyecto de vivienda en cesión de uso de la Borda. Barcelona.
Desde lo urbano, el gran impulso que se ha podido dar a la visión de la ciudad desde una participación conjunta con los actores urbanos, ha implicado un cambio de sentido en la gestión del urbanista, que cada vez más va hacia la interlocución e instrumentalización entre la administración y los ciudadanos, en donde el rol del mediador es imprescindible.
Pero, lastimosamente, muchos de estos roles han nacido y se han instalado desde un ejercicio precario, y continúan en una condición “experimental” en donde pocas cosas están dichas y muchas conservan aún un halo de vulnerabilidad. La mayor parte de ejercicios y disciplinas nuevas nacen asociadas a los sistemas digitales. “Quizás por ello es fácil confundir su precariedad con «un acto de solidaridad». Confusión que contribuiría a normalizar formas de desigualdad y pobreza”3.
Se van dando pasos importantes, me consta que docentes creativos están incorporando gran parte de nuevos puntos de análisis y modalidades de formación dentro de las carreras respectivas. Están apareciendo nuevas especializaciones y la Administración es cada vez más consciente de la necesidad de mediación y asesoría tanto de la disciplina edilicias como urbanísticas. La sociedad en sí misma es cada vez más sensible y está ávida de nuevas alternativas de vivienda y de formas de relacionarse en la ciudad, y creo que ahí nos quedan espacios por explorar.
Desde lo normativo hay cambios también. Se acaba de reconocer el derecho de los trabajadores a no ser molestados digitalmente fuera de los horarios laborales. Se ha creado jurisprudencia a través de más de un caso. Hace poco escuchaba al coordinador de UGT para la Secretaría de Salud Laboral enumerando las esferas a las que afecta la falta de desconexión digital, y sin embargo aún se discuten los límites de términos como conectividad y disponibilidad. Con lo cual podemos decir que Carmen, la mujer de nuestro ejemplo, en poco tiempo estará amparada y protegida, pero probablemente desempleada.
¿Por qué? Pues muy sencillo, porque en este aspecto la oferta y la demanda no llegan a un equilibrio.
Ergo: “Es el mercado, amigo”. De momento, y en muchos de los casos, tendrá trabajo quien se deje explotar, por una razón simple. Empresarios, profesionales liberales y emprendedores se apegan a leyes de mercado, y por tanto cuentan con mucho del respaldo de la máquina del sistema neoliberal, mientras los trabajadores siguen luchando por unos derechos, a día de hoy poco adaptados a la realidad.
¿Cómo conciliamos esto?
Pienso que podemos encontrar pistas en sectores productivos que han tenido evoluciones mucho más dinámicas que la lógica del “encargo” en la arquitectura. Si analizamos la evolución del oficio de la arquitectura y el urbanismo, nos encontramos con que ésta ha sido casi nula. Desde la arquitectura de encargo, la masificación de vivienda, y algunos giros de carácter político, en cuanto a lo urbano. Aún pretendemos seguir ejerciendo el oficio desde la misma manera que hace dos siglos atrás. Yo diría que las dinámicas de su producción han sido altamente conservadoras. Si tomamos, por ejemplo, la industria fonográfica, podríamos recorrer una historia evolutiva, que concuerda totalmente con el desarrollo de la tecnología, tanto como los avance de muchos de los procesos de modelos de negocios que se han adaptado en distintos momentos.
En nada más que un par de siglos hemos pasado de la exclusividad de la escucha de música en vivo, a la posibilidad de guardar y registrar esa misma música en distintos formatos; de los mecanismos musicales de resortes, pasando por los fonógrafos y llegando al vinilo cuya máxima evolución llegaría con el disco compacto. En todos estos casos el modelo de negocio era el mismo, producir la música para encapsularla en un formato estanco que permitiera convertirlo en un producto de venta, portátil e individualizable. Yo compro mi música y me la llevo para reproducirla a mi antojo. La disrupción de los sistemas digitales afectó a la música en tal medida que transformó primero el formato y luego el modelo del negocio, hasta llevarlo a las plataformas actuales en las cuales pagamos por escuchar. A este tipo de evolución me refiero. Una evolución que afecta a la cadena productiva, al modelo de negocio, al resultado final. Es decir, al producto. Mientras que en la arquitectura hemos tenido solamente una evolución tecnológica y apenas ahora empezamos a innovar en el resto de aspectos, lo que nos deja ver que probablemente en el camino de esta evolución esté tanto gran parte de la empleabilidad, cuanto del futuro de la profesión.
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1 | CHUL HAN, Byung. La sociedad de la transparencia. Herder Editorial, 2013.
2 | BAUMAN, Zygmunt. Tiempos Líquidos. Vivir en una época de incertidumbre, Tusquets Editores, Barcelona, 2007.
3 | ZAFRA, Remedios. El Entusiasmo, Precariedad y trabajo creativo en la era digital. Anagrama Editorial, Barcelona, 2017.
Existe un punto común entre la creatividad y la disidencia, yo lo encuentro en la actitud hacker. Esa posibilidad de repensar las cosas desde un objetivo o uso no pensado para su creación. Me parece reduccionista y limitado aquel prejuicio de pensar en el hacker como un manipulador de la tecnología, cuya ética está más cerca de lo ilegal que de la experticia técnica. Desde ese punto de vista, debo confesar que siento una verdadera pasión por todo aquello que tiene que ver con la posibilidad innovadora de “ir más allá” de la función obvia y contribuir con una cierta inventiva que puede dotar de una singularidad particular a cualquier objeto y situación. Es más, incluso, me gusta la oportunidad de juntar la sorpresa que te provoca ese sentido poco imaginado, imprevisto, con la experiencia docente; ya que el evento anecdótico trae sembrado un efecto impactante que perdura en la memoria y genera retención, y por ende una proyección en el aprendizaje.
Una experiencia a la que, como recurso, he vuelto más de una vez, es al uso de la dinámica de construcción de los “caminos del deseo (desire paths)” para explicar el fenómeno de la inteligencia colectiva.
Imagen tomada de: Felixphs. Flickr “caminito de deseo”
Los caminos del deseo son una experiencia colaborativa de toma de decisiones en función de la confianza. Quien anda un camino lo hace sobre la huella de alguien que pasó antes por ahí. Este nuevo caminante confía en la intuición del anterior y la usa, contribuyendo así a una construcción conjunta de una alternativa “atajo”, hackeando el sistema normal de las aceras establecidas por la ortodoxia de la administración o el urbanismo tradicional e institucional.
En este caso el transeúnte hace suyo el provecho de una inteligencia colectiva anónima, que aporta o devuelve al “común” el conocimiento de: “por dónde sí se puede” “hackear” el camino (o la ciudad inclusive), ya sea acortando la distancia o simplemente abriendo una nueva puerta a “otra experiencia del paisaje”, con un acento de picardía que denota trazas de desobediencia civil. En cualquier caso, ese conocimiento común construye comunidad en la medida en la que se conjunta bajo un mismo propósito: “hackear” la ciudad, aunando a todos los caminantes que renunciaron a una acera y recurrieron a ese atajo. Evidentemente, para que el camino quedara marcado habrán pasado muchos transeúntes, gran parte de los cuales no tomaron la opción de esta heterodoxia civil, pero no es un problema. La ciudad, la red, es un conjunto de comunidades que se interconectan de manera distribuida, si un nodo de la red o varios fallan, la red no se cae. El camino “atajo” es marcado por aquéllos que sostienen la red, aquéllos que se juntan bajo un objetivo común.
La ciudad no es sino un conjunto de redes, que afortunadamente cada vez mejor se pueden leer a manera de un palimpsesto, acercándonos además a un concepto que desde Walter Benjamin vamos aprendiendo a manejar en las observaciones acerca de la ciudad, como bien nos los explicaba hace poco Sabrina Gaudino; es decir, una suerte de capas que se encuentran sobrepuestas en la composición de una sola realidad.
Este recurso de ir de lo “no real a lo real”, dentro de la comprensión de la arquitectura y la ciudad no es nuevo. De hecho, la relación abstracción-realidad es una experticia de estas disciplinas, que con la incorporación de Internet y la tecnología digital ha tomado una consideración exponencial, tanto en cuanto hemos empezado a pensar en lo “virtual” desde un punto de vista que pasa de lo recursivo conceptual y se aloja en esa “capa” que aporta un contenido adicional a la realidad, ya como una realidad virtual. Desde ese punto de vista, y si recurrimos a la etimología de virtual, encontramos que:
adj. Que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente, frecuentemente en oposición a efectivo o real.
En sus inicios, aquellos primeros dibujos de Vitruvio en los que de alguna manera se planteaba el “recurso” del dibujo como una forma de representación de una realidad, y que nos permitían ese “efecto” del cual nos habla la definición de la RAE, poseían una línea muy marcada que dividía lo real de la representación. El desarrollo de las formas de representación, así como la filosofía al respecto, no han sido estancos ni estáticos y han ido evolucionando con el transcurrir del tiempo.
En determinados entornos y bajo ciertas circunstancias, por ejemplo, era común el uso de “planos as built” que se usaban para representar lo “edificado”, enmendando los cambios realizados desde una ideación original de planos de proyecto ejecutivo, a la realidad construida.
En este caso asumiríamos un proceso de virtualidad-realidad-registro que denota ya una condición de ida y vuelta que marca un proceso, varios pasos consecutivos que determinan una “narrativa proyectual”.
Pero, a día de hoy, la incorporación de “lo virtual” ha traspasado ya todo límite cuestionable en su relación con la realidad material. A partir de la consideración de Realidad virtual, hemos ido comprendiendo a la vez que usando y experimentando nuevos medios y formas tanto de enriquecer la realidad con sistemas digitales como de usar la realidad virtual, como una capa más de la arquitectura. El edificio “objeto” ha terminado de tener exclusivamente una materialidad palpable y eso nos ha abierto las puertas a pensar que podemos pensar más bien una realidad compleja comprendida de distintas capas.
En esto, creo que se pueden citar decenas de ejemplos, unos más ricos e interesantes que otros, pero de momento uno de los que hay que ponerles gran atención es el ámbito de la arquitectura dentro de los videojuegos, o mejor dicho y de manera más genérica, todo el mundo de relación entre arquitectura, urbanismo y los videojuegos. En este sentido hay gente experta en el ámbito como Manuel Saga y Enrique Parra, quienes desde MetaSpace vienen reflexionando y generando contenido de mucha calidad acerca de esta relación tan interesante. Además de visitarlos digitalmente os invito a escuchar a Manuel en una rica entrevista para el programa de podcast “Más que un gamer” (ENTIENDO QUE ES EL TÍTULO DEL PROGRAMA), en la que Manuel define varios conceptos que creo que es dónde radica la importancia de la relación de estos dos mundos, y sobre todo algo que emociona y que es una punta de lanza en el tema de la docencia contemporánea en el aprendizaje de estas disciplinas, es el acercamiento o la innovación de los videojuegos o, en general, la cultura visual y todo su contingente tecnológico como un nexo formativo dentro de las carreras de arquitectura y el urbanismo.
Por otro lado, y muy recientemente, la fundación COTEC para la innovación ha lanzado un documental en el que, aunque sin gran contenido, se cita y entrevista a una serie de pioneros dentro de la misma temática haciendo referencia a más de una circunstancia en la que la arquitectura o la ciudad hacen de protagonista.
Por otro lado, y a título personal, debo comentar que en más de una ocasión he recurrido al uso de tecnología digital e incluso a la realidad virtual como sistema de apoyo a trabajos de análisis de entornos híbridos, dentro de los cuales uno de los más interesantes es CyberParks, una aplicación digital DeustoTech, Universidad de Deusto, que aunque no está abierta al uso público, incorpora varias alternativas de mapeo, reconocimiento del entorno y participación ciudadana en la construcción abierta de la ciudad. Puedo dar fe que permite muchas alternativas para dinamizar talleres de acercamiento al empoderamiento ciudadano.
“Me siento impotente, pero, sobre todo, vacío. No me queda nada. Me había acostumbrado tanto a gritos, rumores, ronquidos, orgasmos, reproches, llantos y risas que este silencio es la peor de las agonías. He oído muchas veces que las personas poco antes de morir ven pasar sus vidas en imágenes. En este momento, las únicas imágenes que me vienen pertenecen a todos aquellos que han pasado por mí”
Seguro que más de una vez habrás imaginado objetos materiales encarnando capacidades humanas. Podemos fabular mucho, pero de todo ello y más se ha encargado eficientemente la industria cinematográfica, especialmente de público infantil, y no en vano, puesto que acertadamente todos sabemos que en esos primeros años, hay un momento en que aquella capacidad creativa ilimitada te permite otorgarle características humanas a casi cualquier objeto.
Hablas y dialogas con las muñecas y muñecos, generas el sonido faltante de un pequeño coche o una moto, un pequeño pájaro de plástico para ti aletea y trina mientras se desplaza cortando el aire, así vamos otorgando propiedades vivas a objetos inanimados.
Pero estas costumbres enraizadas de niños, trascienden nuestras vidas y ya de adultos el subconsciente nos juega algunas pasadas:
Siempre me ha causado una gracia particular el ver a padres y madres, golpeando la esquina “maldita” de la mesa que acaba de agredir a su pequeño que, de manera incauta, da sus primeros pasos:
—tonta, mesa tonta, no pegue al nene—
Y …los adultos sabemos que la mesa no tuvo ni intención ni capacidad.
Y cuantas veces, con seguridad, habrá salido de tu boca un:
¡Si la casa donde crecí hablase…vaya cosas que contaría!
En realidad, sabemos que la casa donde creciste no puede hablar. Sin embargo, eso no le impide haber sido testigo, ver tu vida pasar.
Los objetos, esos objetos “supuestamente” inanimados, no tienen capacidad de memoria, pero somos nosotros, es nuestra memoria y nuestra presencia vívida la que ata nuestros recuerdos a su escenario. No sé si como un complemento en calidad de atrezzo o como un cómplice silencioso que luego será nuestro atajo para recordar escenas destacadas. Muchas veces he pensado y otras he constatado, en historias propias y ajenas, que cada actor usa este escenario y los objetos de atrezzo e incluso la banda sonora, como un camino rápido—un atajo—para volver a los momentos recordados, e incluso como un antídoto en contra del olvido, porque de no recordarlo, dejará de existir esa pequeña parte de vida pasada, que también nos conforma.
Imagen: Real Fábrica de Armas de Orbaiceta, Navarra.
Esta forma de relación sujeto – objeto, es perfectamente escalable frente a objetos de más amplia dimensión y descripción, por ejemplo, un mirador:
“¿Qué es el vértigo? ¿El miedo a la caída? Pero, ¿por qué nos da vértigo un mirador provisto de una valla segura? El vértigo es algo diferente del miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer del cual nos defendemos espantados.”
Milán Kundera, la insoportable levedad del ser.
¿Te suena esto? ¿Alguna vez has sentido esa sensación?
Generalmente es un vacío en el estómago el que nos advierte de la sensación.
Esto marca una relación distinta entre persona y objeto, deja de ser el sujeto quien, por sobre el objeto, controla una percepción humana. El sujeto se deja seducir por una probabilidad de riesgo, provocada en su relación con el objeto.
¿qué es lo que nos seduce realmente?
Sigmund Freud centró gran parte de sus investigaciones en la pulsión de muerte junto a la pulsión de vida, una dualidad implícita en los seres humanos que más allá de explicar las diferencia con los instintos, nos permite entender que hay llamados subconscientes que buscan o procuran, respuestas a necesidades que como especie, hemos macerado durante siglos.
La ruina como objeto arquitectónico, por ejemplo, nos provoca unas sensaciones particulares, que a mi juicio tienen mucho que ver con esto.
Su observación simple nos permite despertar sensibilidades diferentes frente a lo que yo llamaría una provocación inmediata.
Imagen: Escuelas Pías de San Fernando en Lavapiés (Madrid)
Las ruinas musealizables, cuya principal característica está dada por el contundente peso histórico implícito a la obra, hecho que algunas veces carece de evidencias física, y más bien está vinculada al conocimiento de su peso histórico—al uso de su espacio—por qué de alguna manera sacraliza ese pasado y pone en tela de duda la probabilidad de una nueva forma de aprovechamiento. Por cierto, esto no quiere decir que el resto de las ruinas no sean musealizables. Todo lo contrario. Lo son. Sin embargo, es sobre todo el peso histórico o la singularidad arquitectónica la que le da una vocación explícita de ser pieza de museo.
La ruina contemporánea, majestuosa e inconclusa, que, según Pablo Arboleda, experto en el tema y gracias a quien he matizado algunos de los criterios vertidos aquí, “incomoda, puesto que trae asociado un concepto de fracaso, que pone en cuestión el permanente progreso que demanda el capitalismo”. Yo solamente agregaría que un gran abanico de ejemplificaciones las podemos encontrar Berlín, tanto de su multiplicidad de posibilidades de usos, cuanto por las estrategias de protección de la ruina como construcción patrimonial.
La ruina informal. Aquellas de hallazgo casual, las que encontramos sin proponer una investigación ad hoc, con evidencias claras de deterioro y con una ausencia de certeza histórica, lo cual por un lado resta parsimonia al análisis y por otro permite un acercamiento más prosaico, cotidiano, que puede ser incluso divertido, pero a la larga es algo sometido a un determinado riesgo, puesto que no existe consciencia del valor y por tanto no hay un tratamiento adecuado en cuanto a su vulnerabilidad.
En todo caso, mi propósito no es centrarme en el ámbito de la experticia de la ruina como objeto de análisis arquitectónico, para ello expertos se han encargado de manera muy eficiente, sino más bien revisar las percepciones que nos provocan y sobre todo lo que nos seduce de ella.
Desde este punto de vista, debo decir que el elemento que conjunta a las categorías que acabo de improvisar, es un determinado morbo, una sensación que la ruina, por su naturaleza, despierta en nosotros. Nos invita, nos provoca explorar.
Imagen: Potsdamer Platz (Berlin)
Desde ahí las formas de acercamiento son múltiples; unas que han apostado desde la posibilidad lúdica de la exploración urbana, conocida también como urbex, y como había insinuado anteriormente, arriesgada, puesto que desde el ingenuo sentido lúdico pueden difundirse como una invitación al riesgo en infraestructuras que deberían estar salvaguardadas con un sentido de protección y cuidado. O no. Dependiendo de un análisis de expertos. Otras que, incluso, pueden poner en riesgo a los intrépidos visitantes, como por ejemplo el proyecto de Danny Cooke de los vuelos en dron sobre Pripyat, Chernobyl, o como los proyectos que se enmarcan en la cultura americana como Dann Bell que explora los centros comerciales abandonados. Algo menos distante a nosotros, en Croacia podemos encontrar al proyecto de Francisco de Pájaro, (alias art in trash), que ha hecho de la incursión en la ruina y la basura su objeto de arte, en este caso en un hotel abandonado de más de cuarenta mil metros cuadrados, intervenido generando una forma de arte alternativo, “auspiciado por una marca comercial”. E incluso en plena casa de campo en Madrid, El Pabellón de los Hexágonos aún en estado de ruina y el Frontón Beti-Jai, en proceso de recuperación, interesa revisar y comprender los estados de ambos casos y las discusiones planteadas alrededor de sus estados y recuperaciones que se enmarcan ya netamente de entornos académicos.
Múltiples miradas a varios casos que ilustran esa unívoca reacción frente a la ruina. El objeto arquitectónico, generalmente, nos deslumbra por una conjunción de técnica y belleza, mientras que la antigüedad histórica nos brinda una referencia del tiempo pasado y de un momento histórico que asumimos que per se, le otorga un valor que le dignifica y le eleva a una categoría particular, que nos permite conectar con la memoria y la identidad.
La ruina no, la ruina tiene un matiz prosaico que nos seduce, nos acerca a la cotidianidad propia, en tal medida que nos remite a la introspección, a manera de un espejo en el que podemos, de alguna forma, vernos reflejados, es por esto acaso, que cuando estás frente a una ruina, sientes la seducción de acercarte, de explorarla en persona y procurar ese encuentro fortuito y casual que probablemente te lleva a la satisfacción de mirarte ahí mismo.
Notas:
Si este tema te ha interesado, puede ser oportuno que revises los siguientes enlaces:
La vida urbana, en una gran generalidad, se nos estructura en una cotidianidad rutinaria. Nos levantamos por la mañana, atendemos unas primeras cosas logísticas antes de salir de casa: aseo personal, la cama, los niños, mascotas y demás para disponernos a ir a trabajar, a producir. Muchos afortunados pueden hacer un alto a mediodía: comida, algo de descanso, alguna actividad complementaria: gimnasio, bancos, una compra… Y llega la noche, el sueño y con sus más y sus menos, la reparación, a la jornada; Al día siguiente, otra vez. La rutina se repite viendo pasar el tiempo, en unas luchas cotidianas en las que nos dejamos la vida.
Esa monotonía se ve rota, afortunadamente, gracias a circunstancias de mucha índole: fines de semana, los primeros y más regulares, festivos, vacaciones y más. Y en esas oportunidades hay elementos comunes. Uno muy recurrente es «el encuentro».
Volvemos al pueblo y nos encontramos con quienes hemos crecido. Atendemos un compromiso familiar y nos encontramos con los lazos de sangre más próximos. Compromisos profesionales, generalmente nos ponen en contacto con quienes hemos pasado años de estudios y anécdotas. Estos encuentros emocionalmente son complejos, se mezclan sentimientos, que en muchos de los casos no están muy claros.
Nos emocionamos de las presencias… Las miradas, los apretones de manos, los abrazos, nos permiten tocarnos y ese «acercamiento» de piel y mirada es irremplazable e insuperable.
Nos emocionamos también de las ausencias. Los que ya no están, los que se han ido, los que no han vuelto. Esa ausencia tiene otro valor, es como inverso, como negativo, no malo, realista, pero algo doloroso.
En esos momentos en que apartados de la monotonía, tenemos un regocijo emocional, nos conectamos con nuestra parte más simple, más básica. Como en un ejercicio catártico volvemos a nosotros mismos, a permitir casi terapéuticamente que se esfumen, que desaparezcan por completo pretextos, complejidades inútiles, diferencias, prejuicios y que aflore lo que realmente nos importa.
¿Qué es lo que realmente nos importa?
Nos importan las cosas más simples, las cosas pequeñas que están libres de imposiciones. Nos importan las cosas conseguidas en libertad, el escoger un refresco, una comida, el caminar por la acera en sol o en sombra. Nos importa tomar decisiones propias, los afectos que nos sostienen y nos importan las cosas conseguidas con esfuerzo, las cosas luchadas y sufridas.
Sobre todo, nos importan las cosas que nos definen.
Pero, sinceramente, cuando estamos en el día a día y vemos pasar el coche de nuestros sueños, o simplemente una prenda de ropa de moda o inclusive un tonto capricho como desayunar con churros, no nos detenemos a meditar qué tanto nos definen los objetos, ni tampoco cuánto lo que deseamos es producto de la presión del consumo o cuánto lo necesitamos realmente.
Hemos creado una necesidad de hacernos con lo que nos apetece como un símbolo de poder, de nuestro poder de elección y nuestra capacidad de adquisición. En esa medida somos cómplices de restar importancia, de tergiversar la capacidad esencial de los valores y las cosas que nos definen. Esas pequeñas cosas que nos definen y que diferencian cada uno de otro, son nuestra identidad.
Cuando estamos juntos, un conglomerado humano de cualquier dimensión, escala y proporción, somos las afinidades que nos permiten vernos como conjunto de relaciones probables y también somos las diferencias, las características individuales a las que un querido amigo las llama “los super poderes” de cada uno.
Marina Garcés, en uno de sus escritos nos invita a “pensar la diferencia sin referencias de identidad”1. Si hacemos ese ejercicio, tendremos dos consecuencias:
La primera es que nos daremos cuenta de la necesidad del “modelo”, en relación al que se marca la identidad. La referencia de lo idéntico, en función de lo cual planteamos o descubrimos la diferencia.
Y la segunda, es la multiplicidad. El conjunto de relaciones probables entre diferentes y desde ese punto de vista, el potencial del valor de la complejidad.
Es en estos dos elementos en donde considero que radica la riqueza de los conjuntos humanos y en su mejor y probablemente máxima escala, las ciudades. Cuando pienso en la ciudad, pienso en un conglomerado social dispar, heterogéneo, diferente. Comunidades con unas identidades medianamente definidas, con unos derroteros afines, encontrándose con otras, diferentes a ellas, para vivir cotidianidades, la vida sencilla y prosaica del día a día, en las que encuentran sus elementos comunes, esos elementos comunes que son las pequeñas cosas de las que está hecha la vida de la ciudad.
Cuando pienso en lo que se nos ha dado en llamar espacio público, pienso en un lienzo en blanco donde esas relaciones de mediación, de encuentro, sean posibles, con elementos propios de la ciudad, que estimulen el encuentro y que posibiliten todas las relaciones posibles. Pienso más bien en un lienzo en blanco con pinceles y óleos a escoger y ser gastados por una ciudadanía empática, responsable y sobre todo compleja y en constante conflicto.
1 | Garces, Marina. (2016). Fuera de clase. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
El término tátau, tiene orígenes samoanos y hace referencia al acto de “marcar”. Tanto la isla de Samoa como el resto de las islas que forman la polinesia, tienen una tradición ancestral de este arte corporal que ahora lo conocemos como tatuaje, aunque en realidad no sé si es legítimo el hablar de “arte”. En sus orígenes, los tatuajes eran considerados una estrategia de “marca social”. Los aborígenes de Nueva Zelanda, entre otros, los realizaban inspirados en formas de la naturaleza y en rituales que consagraban la belleza femenina y las habilidades guerreras, por ejemplo. La mayor parte de estos procedimientos incluían prácticas tribales que se realizaban con afiladas cuchillas, hiriendo la piel e inyectando sabias naturales que producían los tintes esperados. La herida, era abierta repetidamente hasta alcanzar tanto la pigmentación como la cicatriz deseada, en un proceso que podría durar bastante. En otros casos, y bajo determinadas condiciones, el tatuaje tenía inscripciones descriptivas de la familia del tatuado, abolengo e incluso de la consagración del paso de la niñez a la juventud, procesos mayoritariamente ceñidos y ejecutados con rituales colectivos, para tener el reconocimiento de grupo social.
Si procuramos buscar elementos comunes que definan de manera genérica el acto del tatuaje, como una tradición tribal ancestral, encontraremos que se aúnan en los siguientes:
Ritual, el dolor corporal, la marca mediante una cicatriz que genera identidad
No solamente somos cuerpo. Más allá de connotaciones clericales, filosóficas y culturales, nuestro ser está constituido de partes adicionales. Somos alma y consciencia también y muy probablemente debido a esta triada de composición de la integridad humana, también podemos ser marcados sin señal visual, sin dolor incluso, muchas veces y sobre todo, cada vez más sin que nos demos cuenta de ello.
Sobre la manera cómo el entorno nos influye y nos marca, más de un autor lo ha visto claramente y desde hace mucho hay investigaciones académicas y desarrollos de conocimientos técnicos y sociales que dan muestra de ello. También es cierto, que el criterio al respecto ha tenido que ver con el desarrollo de la tecnología y las estructuras de poder y, en función de los recursos con los que ha contado ese mismo poder en cada momento histórico.
1Guy Debord a mediados del siglo anterior, afirmaba que existe una forma de organización que rige todo y estructura el poder en un grupo minoritario de quienes controlan la información y una gran masa obediente que acata los designios del poder. También podríamos decir que esta masa es víctima de esa desinformación, para provecho de una minoría que la controla y explota.
Armando Silva, entrado ya los ‘90, afirmaba que el peso del valor simbólico que está plasmado en cada cartel publicitario, en cada vitrina de tienda y en cada forma particular de un recorrido de la ciudad, incluyendo sus edificios, su vegetación y sus grafitis, nos está comunicando y por tanto nos está formando, además de estar definiéndose a sí misma como ciudad, barrio o territorio en general.
“El territorio, en cuanto marca de habitación de persona o grupo, que puede ser nombrado y recorrido física o mentalmente, necesita, pues, de operaciones lingüísticas y visuales, entre sus principales apoyos. El territorio se nombra, se muestra o se materializa en una imagen, en un juego de operaciones simbólicas en las que, por su propia naturaleza, ubica sus contenidos y marcas los límites”2
Eres lo que escuchas—dice un slogan de radio—y de acuerdo a lo comentado somos marcados a través de las influencias de nuestro entorno. Lo que vemos, nos forma, mientras somos también parte de ese mismo escenario y mientras todos los elementos que lo conforman autodefine el entorno. Sus límites, sus elementos sobresalientes y los desapercibidos, los valores simbólicos, las cantidades, las cualidades, la escala, el ritmo, las proporciones del territorio y sus elementos, nos marcan una suerte de metonimia urbana, nos describen a los actores de la ciudad mientras somos parte de ella y le damos contenido/sentido.
Paul B. Preciado, activista queer, sostiene que el cuerpo es, a día de hoy, un producto del sistema biotecnopolítico. Defiende, además, que la visión hombre-mujer se corresponde una creación que tienen que ver más con los propósitos de lo político y lo económico antes que con nuestra biología, que el accionar del sistema se corresponde a un “Borrado sistemático de los saberes subalternos del cuerpo” ³.
Desde estas premisas, podemos afirmar que existe un proceso paralelo tanto en el desarrollo de la tecnología como en la consideración de nuestra consciencia en función de la magnitud en que nos afecta el entorno, de cuan profunda es nuestra relación con él.
El entorno nos afecta, nos define, nos hace
Si en un afán de volvernos hacia atrás en la historia, rascamos en la búsqueda de los orígenes de esta “metonimia” del ser humano y el entorno, es pertinente ir hasta los primeros habitantes que aún recorrían su terruño en busca de la caza y la recolección, cuando la relación con el territorio claramente estaba marcada por el largo transitar sobre la senda de la transurbancia nómada, siendo el caminar una forma de práctica estética y política que marca una presencia y una primigenia relación ser humano y el territorio. Así lo afirma Careri en su conocido y exhaustivo Walkascapes4
Tiempo después, cuando el ser humano procuró una relación de presencia que perdure en el espacio y el tiempo, dejó marcas. Grandes piedras, las mismas que le permitieron generar una nueva relación con el recorrido que dejó de tener un solo sentido unidireccional, infinito. Una sola marca, una referencia. Un menhir, marcó un inicio y un final, un ir y volver, un sentido de giro, una proximidad y lejanía. Un antes y un después.
Posteriormente, vendrá un largo transitar de innovaciones y circunstancias hasta llegar a consolidar la ciudad como nuevo receptáculo de relaciones humanas. La tradición grecorromana de la fundación urbana, protagonizaba un proceso que incluía varias instancias.
En 5“La ciudad como un mal curable. Ritual e histeria”, capítulo final y concluyente de “Idea de ciudad”, Joseph Rykwert afirma que luego de una exhaustiva investigación sobre las fundaciones de varias ciudades representativas, de distintas localizaciones y culturas, encuentra más de un criterio común en el proceso del nacimiento de las ciudades.
Está, por un lado, la presencia del augurio o proceso de “adivinación” que vincula una dosis de “protociencia” mediante un ritual: el sabor del agua, el estado de las vísceras de animales autóctonos, procesos que estaban encaminados a “validar” de alguna manera el acierto del lugar como un sitio apto para la fundación de la ciudad y, claro, para la vida humana en función de la calidad de sus recursos de proximidad.
Luego estaría lo que en la tradición romana sería el inauguratio, proceso mediante el cual intervienen varios actores con valor simbólico muy importante. Está el arado, símbolo de la agricultura, tirado por bueyes que son bestias domesticadas, estos dos elementos fundamentales dentro de la representación simbólica básica del sedentarismo serán los protagonistas de un primitivo marcaje urbano, hincándose en la tierra para delimitar de lo que será la ciudad.
Herir en la tierra para marcar el territorio, crear el límite
Procurando elementos para analizar esta acción de marcar el territorio como un símbolo de identidad y pertenencia, propongo que la siguiente parada pertinente sea mayo del ’68. En pleno posestructuralismo son innumerables las colecciones de afiches, fotos, libros y transcripciones de slogans de las frases que, a manera de grafiti, se pintaron en los días convulsos de huelga. Lo sucedido en mayo del ‘68 no son los primeros actos irreverentes de una manifestación popular que irrumpe en lo urbano, pero sí incorpora varias particularidades: el efecto viral, los concentra en el tiempo y en el espacio en un acto casi performativo, que se diseminó con un efecto “reprise” e impulsó más aún su valor simbólico. Por otro lado, su estética visual y la poesía, que componen un propósito de una nueva forma de expresión libre y fresca que irrumpe en la cotidianidad para marcar una nueva narrativa de la ciudad, totalmente cosmopolita y contemporánea.
Este efecto saltó a América algo más tarde y en versión recargada; hacia los ‘70 se intensificaron las tensiones, producto de la guerra fría y de las nuevas incursiones de los Estados Unidos de América en territorios ajenos, una oleada de gobiernos de Izquierdas y golpes de estado en América del Sur y sus consecuentes tensiones y luchas populares. En Nueva York expresiones como las de Basquiat y Andy Wharhol comprometen el desarrollo de un pensamiento de “arte callejero” como visión clara de la expresión cosmopolita de la “gran ciudad” y por otro lado, las expresiones de menor glamur, más populares, que no por ello de menor creatividad e impacto, para definitivamente liberar el grafiti como expresión máxima de una forma de marcar el territorio por parte de los excluidos que buscan un mecanismo de marcar la ciudad como suya.
A día de hoy, casi medio siglo después, y sobre la base de lo comentado, me pregunto:
¿Dónde quedó ese diálogo, actor-territorio y viceversa, en la narrativa de la ciudad contemporánea?
Diana Piñeiro, @carabiru en redes digitales, arquitecta, ceramista y fotógrafa, acuñó en flickr una categoría de colección de imágenes que denominó “cicatrices urbanas”. Este elemento es importante porque ciñe al efecto de la mediación humana en la interacción de la ciudad con sus partes—metonimia—
La ciudad se transforma, crece, se altera y continúa en la perpetua búsqueda de identidad y posibilita que ese momento de acción deje una huella, que por un tiempo, al menos, nos permite leer en esta nueva narrativa de la ciudad. Como consta en la imagen.
El fenómeno de la hibridación físico/digital sigue avanzando, el dispositivo más frecuente, el smartphone es cada día más casi una ortesis antes que una herramienta y esto irrumpe en nuestra relación con el entorno y en la narrativa de la ciudad, poco a poco vamos interactuando a través de esta mediación tecnológica. Escuchamos música, pagamos facturas, sabemos lo que tarda el próximo autobús, enviamos dinero, hasta cazamos bichos, chateamos con alguien que está al otro extremo del mundo (suponiéndonos en el mismo territorio) y probablemente citando a Bauman6 debemos más que buscar respuestas, cuestionarnos con las preguntas adecuadas:
A día de hoy, ¿cuál es la dimensión del territorio digital?
1 | Debord, Guy. (1968). La société du spectacle. París: Éditions Buchet/Chastel.
Se habla mucho de pasear en la ciudad, la mayor parte de las veces como un acto contemplativo de esos tiempos en que deseamos buscar el momento del esparcimiento. Con frecuencia hablamos de desconectar, de escaparse. Hablamos de ese perder el tiempo de manera consciente, como intentando descubrir algo oculto, que aguarda allí, en secreto, reservado sólo para nosotros.
Ser abordados por la sorpresa de encontrarnos con lo inusual, demanda previamente que exista lo usual y que se haya consolidado como concepto cotidiano y reconocido convencionalmente por los demás.
Pero, ¿qué es la cotidianidad desabrida y monótona en la que nos desenvolvemos a diario, para que algo distinto nos sorprenda?
Nuestra rutina se define por pequeños actos repetitivos, que uno a uno, sin novedad se van adecuando a un proceso de «normalidad».
Desgraciadamente, este concepto se forja sobre la base de la repetición poco lúcida, poco reflexiva. “Normalizamos” lo que se repite, simplemente, sin reflexionar sobre sus condiciones de oportunidad, de calidad, de eficiencia, de ética o de principios. De ahí que presas de ese estado, no es tan difícil conseguir vibrar de conmoción al encontrar algo distinto.
Con frecuencia, lo diferente no es más que lo que sale de la cotidianidad, incluso su rango de extravagancia poco influye en nuestra conmoción sorpresiva, más bien y como queda apuntado, somos víctimas del mar de normalidades que nos abducen de la capacidad de normalizar lo diferente.
A diario transitamos por las ciudades o trozos de ella sin poner afán ninguno sobre los pequeños detalles que hacen las particularidades.
¿Qué es lo que no vemos al pasear en las ciudades?
¿No vemos el árbol?
¿No escuchamos los pájaros?
¿Dejamos de valorar la danza infinita de personas que son potencialmente una red?
Caminamos la ciudad
Vamos a tomarlo con calma y analizar un poco la semántica de esta oración/composición:
Sujeto: yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos, todos caminantes, diferentes, heterogéneos de colores, tamaños e historias.
verbo: caminar. Acción humana de moverse. Nuestra especie, lo lleva haciendo cinco millones de años, de los que tan solo cuatrocientos mil ha sido sedentaria, urbana. Antes caminábamos—nómadas infinitos—buscando la sorpresa cotidiana, sin final. Sin destino.
Predicado: la ciudad, el entorno. Ese espacio físico que sin nosotros no es. Es el verbo—la práctica del espacio ejercida por nosotros—la que da la naturaleza de ser al espacio. En este caso a la ciudad. Pero ese entorno nos es también a nosotros. La ciudad nos afecta, nos hace.
El hilo conductor de la mediación entre personas y entornos es el movimiento. Cuando caminamos hay un acto implícito de mediación entre nosotros y el espacio. Esa mediación la ejercemos tirando de nuestra memoria.
“En suma, el espacio es un lugar practicado. De esta forma, la calle geométricamente definida por el urbanismo se transforma en espacio por intervención de los caminantes. Igualmente, la lectura en el espacio producido por la práctica de lugar que constituye un sistema de signos: un escrito.” ¹
«Recorriendo por las calles del viejo París«, cantaba Solera en los setentas. Una canción claramente de corte romántico/melancólico, bajo la premisa de que: todo pasado siempre fue mejor. Un gimnasio de la memoria que te hace recordar que ese constructo cultural que es la memoria, de la que tiras para ver ese «viejo París» no viene solo, sino con una cola inmensa de percepciones: el brillo mojado de los adoquines de las calles de París, el perfume dulce de la amada o el amado en recuerdo, aquél café con zócalo de madera en el barrio latino, la tarde soleada de la despedida, el beso de la despedida, las horas que creíste que no terminarían. Si es que ya puestos en ello, seguro terminamos yéndonos, fugándonos. Y todo esto pese a que nunca hayas estado en París, porque, dicho sea de paso, es parte del juego. Tu imaginación y tu memoria tienen límites más grandes que el París metafórico que todos llevamos dentro.
Pero: ¿de qué huimos? Nos vamos de viaje, ese viaje que nos convierte en el ser que por momentos se queda atrapado en el ir, siendo un viajero, retando al contingente de recuerdos, que, de pronto un día, podrían verse caducos, inexistentes. Enfrentarse al viaje va más allá que disponerse a ser sorprendido por la novedad. Es poner en juego la memoria propia, construida día a día, momento a momento, solo y por una comunidad y un entorno que de pronto, lo ha desahuciado.
El viaje urbano es un reto, una apuesta a leer, a descubrir la ciudad con los pies. Una ciudad que la transitamos todos los días, pero no queremos conocer, leer. Más que escaparnos, más que huir, más que irnos, lo que nos hace dar el paso de disponernos a lo desconocido, es el hastío de la certeza. El saber qué hay detrás de la esquina, el saber con quién te encontrarás a cada hora, el saber que ese mundo pequeño, compacto y cierto de nuestra ciudad es calculado, controlado y que nos lo sabemos.
El interés del consumo global ha jugado sus papeletas desde hace mucho para que, si paseamos, compremos. Para que comprendamos la ciudad como un objeto de consumo y una prenda de la democracia. Pagas impuestos, votas, tienes aceras, eres ciudadano. Pero esta receta parece que tiene fecha de caducidad, al menos en unos entornos más que en otros. El ciudadano cada vez más es un partícipe de la construcción urbana. Y cada vez comprende mejor que la administración somos la ciudad y que la identidad urbana ciudadana, es una construcción diaria sobre la que sea asienta la memoria.
Si nos vamos, si viajamos es porque en nuestro interior, aún somos nómadas, porque nuestros pies necesitan la sorpresa, porque nuestro cuerpo ha desarrollado durante siglos una ergonomía propia de la alerta, del imprevisto, de la caza y la fuga, de ese caso fortuito que llega sin cálculo y que nos permite ser presas de la novedad. Salir de viaje urbano, es también como una propuesta política pacífica y silenciosa, pero irreverente de ser partícipes reales en la construcción de nuestro entorno.
“Así las cosas, uno viaja para perderse y en el camino (y ojalá uno caminara o tomara la ruta no tradicional) logra , con suerte, encontrarse”. ²
notas:
1 | Certau, Michel de. (1994). La invención de lo cotidiano. París: Éditions Gallimard.
2 Fuguet, Alberto. (2007). Apuntes autistas. Santiago de Chile: Epicentro Aguilar.
Hace poco dentro del proyecto Videoterra hice una conferencia, en la que procuré plasmar una visión de mi experiencia en la arquitectura en tierra pero con la influencia de las demás disciplinas que me ocupan. La memoria, el Patrimonio, Internet como un espacio nuevo de intersección entre la cultura urbana y el desarrollo. Desde esa perspectiva vengo trabajando algunos proyectos con @NassiPanagiotidi, Urbanista y Graphic recorder, quien tuvo la sensibilidad de trabajar esta imagen que resume la propuesta de la conferencia.
No solamente que me apetece compartirla, sino que creo que esta búsqueda de los nuevos formatos de encuentro entre la comunicación, las nuevas tecnologías y el arte tienen una gran perspectiva por descubrir en la sinergia de los nuevos oficios.
Poner nombre a las cosas es reconocerlas. Nombrarlas es anular la posibilidad de ignorarlas.
Recuerdo aquellos amigos de la época de estudiantes de quienes cuyo nombre no lo puedes recordar, era porque no destacaban, no se «hacían ver», más allá de un juicio de valor al cómo y al por qué. Muchas veces recuerdas de ellos alguna anécdota, algún rasgo particular, pero se te va su nombre.
Políticamente, una de las estrategias muy venidas a más es tratar de «complicar» términos a fin de «opacar» su concepto. Se le llama movilidad internacional laboral a la migración, con ello se intenta matizar un término, aparentemente complicándolo pero realmente ocultando sus razones claras y de fondo. Es una manera de negarlo.
Conocí una familia a cuyo novio de la hija lo llamaban «Éste». El chico tenía nombre y apellido, pero todos, la interesada incluida lo llamaban Éste, casi como si de un apodo se tratara, pero no lo era.
En nuestra lengua está reconocida la «media verdad» como una declaración engañosa.
Vamos!!!»que por angas o por mangas», el tema es que hay un sentido sub contextual en el hecho de ocultar, de esconder. Voy a cumplir diez años en esta tierra mediterránea a la que le tengo inmensa gratitud y cariño, pero debo confesar que hay gran parte de estos «lenguajes» que aún no soy capaz de aprender a manejar.
—La cosa—, dice la gente. —La cosa—se está componiendo.
Así se refieren a la reaparición de grúas y una que otra parcela, que luego de haber ganado ociosa plusvalía, empieza a verse con movimiento de tierras y el trajinar de obreros de construcción que vuelven a la carga. Con toda certeza, esta afirmación:»la cosa se está componiendo», tiene que ver con la ignorancia de no poner nombre a un hecho, fenómeno social culpable de muchas de las dificultades que estamos viviendo. Tiene que ver también con un optimismo de que «a todos nos vaya mejor», con esa ilusión de que salgamos de una época mala y volvamos a lo mas parecido posible del «estado del bienestar», esa época en donde probablemente muchos vivíamos más allá de nuestras posibilidades y sobre todo nos ilusionamos tanto y tanto, que no fuimos capaces de ver que el «estado de bienestar» era un caldo de cultivo de la corrupción, el clientelismo, pero sobre todo una injusticia social que nos engañó a todos, haciéndonos pensar que era normal un estado de absoluto despilfarro, en donde las escalas y proporciones de beneficios se fueron de las manos y muchas profesiones y oficios se «crecieron» muchísimo más allá de la realidad.
¿Que nos queda?
Yo apuesto a la reflexión, darnos cuenta que los pocos proyectos de edificación que se levantan, si bien no son un timo, si que siguen siendo en gran medida, el símbolo de un error. Son la escenografía de una obra de teatro de lo mas nocivo y cruel que ha vivido el sur de Europa y gran parte del resto del mundo y que ha coincidido con una crisis no solo económica, sino ética, política. Pero sobre todo no es un símbolo de que las cosas van a ser mejores mañana, ni menos aún símbolo de arquitectura o industria.
Entre los años 96 y 98 fui parte del equipo que enfrentó la rehabilitación integral del antiguo hospital San Juan de Dios, luego y con el mismo equipo, ganamos el concurso e intervenimos en la adaptación museográfica del mismo proyecto para su uso como Museo de la ciudad; finalmente y de manera ya personal, dirigí el montaje del museo.
Como podéis ver, éste es un proyecto en el que tuve la oportunidad de estar desde su inicio hasta el final.
Muchas veces los arquitectos solemos jugar con la metáfora de «parir» proyectos, como quien tiene un hijo y no es poco cierto. Dentro del proceso del montaje del museo, y siguiendo el guión museográfico, era necesario representar una procesión del siglo XVII, teníamos vestuario, esculturas y nos faltaban los rostros; necesitábamos uno de un niño, que lo resolvimos pronto y faltaba el rostro principal. Y decidí jugarme a «quedarme en el proyecto». Presté mi rostro que hasta hoy está allí. Creo que fue una manera de quedarme, una forma algo particular de dejar un rasgo en el proyecto que me permita encontrarme allí y ser parte de él. Ahora que ya no se lleva eso de las plaquitas en la puerta en plan: «fulanito» Arquitecto, y el año, este fue un buen atajo. Ahí me quedé co-habitando con todos los fantasmas de hospital. Tema que de verdad habrá que contarlo despacito, como el tema lo demanda.
Hubo un tiempo en que marcábamos las distancias en metros, hubo un tiempo en que fueron horas, luego bits y lo vigente a día de hoy creo que son los clics. La distancia que hay entre uno y tres clics puede determinar tu conocimiento digital, tus destrezas contemporáneas para difundirTE y difundir tus proyectos, tu filosofía y hasta un modo de vida.
Encuentras en tu muro de Facebook algo que te llama la atención, un vídeo interesante que merece la pena ser compartido con tu red. le das a compartir y listo. Un click.
Encuentras en tu muro de Facebook algo que te llama la atención, un vídeo interesante que merece la pena ser compartido con tu red, caes en la cuenta que el vídeo no tiene enlace de un servidor abierto, es decir que no puedes clicar e irte al servidor de vídeo (youtube, vimeo…), probablemente subido de manera directa. Con lo cual sabes que si lo compartes, lo que sucederá no será que has compartido con tu red, en este caso de Facebook, sino que dejas de compartir en otras redes de las que eres miembro, y sabes además que si lo haces así, lo que harás no es difundir el vídeo y su contenido, sino que por su intermedio difundes la propia red, es decir estas trabajando en primer lugar para el provecho de Facebook, que lucra por ello y no para un contenido. Sigues adelante y te encuentras con un enlace interesante a otra página. Intrigado por el apetitoso tutular clicas y entras, estás en el móvil y mientras lees el artículo caes en la cuenta de que es una dirección subsidiaria, es decir un enlace cerrado, das a opciones de compartir y abres en el navegador, liberando así de facebook y disponiéndote a compartir «ahora si» de manera abierta. Vas a hootsuite (o similar, que hay muchos) y a la vez compartes en tu G+ y twitter, que lo tienes enlazado a LinkedIny Facebook, como base.
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