La vida urbana, en una gran generalidad, se nos estructura en una cotidianidad rutinaria. Nos levantamos por la mañana, atendemos unas primeras cosas logísticas antes de salir de casa: aseo personal, la cama, los niños, mascotas y demás para disponernos a ir a trabajar, a producir. Muchos afortunados pueden hacer un alto a mediodía: comida, algo de descanso, alguna actividad complementaria: gimnasio, bancos, una compra… Y llega la noche, el sueño y con sus más y sus menos, la reparación, a la jornada; Al día siguiente, otra vez. La rutina se repite viendo pasar el tiempo, en unas luchas cotidianas en las que nos dejamos la vida.
Esa monotonía se ve rota, afortunadamente, gracias a circunstancias de mucha índole: fines de semana, los primeros y más regulares, festivos, vacaciones y más. Y en esas oportunidades hay elementos comunes. Uno muy recurrente es «el encuentro».
Volvemos al pueblo y nos encontramos con quienes hemos crecido. Atendemos un compromiso familiar y nos encontramos con los lazos de sangre más próximos. Compromisos profesionales, generalmente nos ponen en contacto con quienes hemos pasado años de estudios y anécdotas. Estos encuentros emocionalmente son complejos, se mezclan sentimientos, que en muchos de los casos no están muy claros.
Nos emocionamos de las presencias… Las miradas, los apretones de manos, los abrazos, nos permiten tocarnos y ese «acercamiento» de piel y mirada es irremplazable e insuperable.
Nos emocionamos también de las ausencias. Los que ya no están, los que se han ido, los que no han vuelto. Esa ausencia tiene otro valor, es como inverso, como negativo, no malo, realista, pero algo doloroso.
En esos momentos en que apartados de la monotonía, tenemos un regocijo emocional, nos conectamos con nuestra parte más simple, más básica. Como en un ejercicio catártico volvemos a nosotros mismos, a permitir casi terapéuticamente que se esfumen, que desaparezcan por completo pretextos, complejidades inútiles, diferencias, prejuicios y que aflore lo que realmente nos importa.
¿Qué es lo que realmente nos importa?
Nos importan las cosas más simples, las cosas pequeñas que están libres de imposiciones. Nos importan las cosas conseguidas en libertad, el escoger un refresco, una comida, el caminar por la acera en sol o en sombra. Nos importa tomar decisiones propias, los afectos que nos sostienen y nos importan las cosas conseguidas con esfuerzo, las cosas luchadas y sufridas.
Sobre todo, nos importan las cosas que nos definen.
Pero, sinceramente, cuando estamos en el día a día y vemos pasar el coche de nuestros sueños, o simplemente una prenda de ropa de moda o inclusive un tonto capricho como desayunar con churros, no nos detenemos a meditar qué tanto nos definen los objetos, ni tampoco cuánto lo que deseamos es producto de la presión del consumo o cuánto lo necesitamos realmente.
Hemos creado una necesidad de hacernos con lo que nos apetece como un símbolo de poder, de nuestro poder de elección y nuestra capacidad de adquisición. En esa medida somos cómplices de restar importancia, de tergiversar la capacidad esencial de los valores y las cosas que nos definen. Esas pequeñas cosas que nos definen y que diferencian cada uno de otro, son nuestra identidad.
Cuando estamos juntos, un conglomerado humano de cualquier dimensión, escala y proporción, somos las afinidades que nos permiten vernos como conjunto de relaciones probables y también somos las diferencias, las características individuales a las que un querido amigo las llama “los super poderes” de cada uno.
Marina Garcés, en uno de sus escritos nos invita a “pensar la diferencia sin referencias de identidad”1. Si hacemos ese ejercicio, tendremos dos consecuencias:
La primera es que nos daremos cuenta de la necesidad del “modelo”, en relación al que se marca la identidad. La referencia de lo idéntico, en función de lo cual planteamos o descubrimos la diferencia.
Y la segunda, es la multiplicidad. El conjunto de relaciones probables entre diferentes y desde ese punto de vista, el potencial del valor de la complejidad.
Es en estos dos elementos en donde considero que radica la riqueza de los conjuntos humanos y en su mejor y probablemente máxima escala, las ciudades. Cuando pienso en la ciudad, pienso en un conglomerado social dispar, heterogéneo, diferente. Comunidades con unas identidades medianamente definidas, con unos derroteros afines, encontrándose con otras, diferentes a ellas, para vivir cotidianidades, la vida sencilla y prosaica del día a día, en las que encuentran sus elementos comunes, esos elementos comunes que son las pequeñas cosas de las que está hecha la vida de la ciudad.
Cuando pienso en lo que se nos ha dado en llamar espacio público, pienso en un lienzo en blanco donde esas relaciones de mediación, de encuentro, sean posibles, con elementos propios de la ciudad, que estimulen el encuentro y que posibiliten todas las relaciones posibles. Pienso más bien en un lienzo en blanco con pinceles y óleos a escoger y ser gastados por una ciudadanía empática, responsable y sobre todo compleja y en constante conflicto.
1 | Garces, Marina. (2016). Fuera de clase. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
El término tátau, tiene orígenes samoanos y hace referencia al acto de “marcar”. Tanto la isla de Samoa como el resto de las islas que forman la polinesia, tienen una tradición ancestral de este arte corporal que ahora lo conocemos como tatuaje, aunque en realidad no sé si es legítimo el hablar de “arte”. En sus orígenes, los tatuajes eran considerados una estrategia de “marca social”. Los aborígenes de Nueva Zelanda, entre otros, los realizaban inspirados en formas de la naturaleza y en rituales que consagraban la belleza femenina y las habilidades guerreras, por ejemplo. La mayor parte de estos procedimientos incluían prácticas tribales que se realizaban con afiladas cuchillas, hiriendo la piel e inyectando sabias naturales que producían los tintes esperados. La herida, era abierta repetidamente hasta alcanzar tanto la pigmentación como la cicatriz deseada, en un proceso que podría durar bastante. En otros casos, y bajo determinadas condiciones, el tatuaje tenía inscripciones descriptivas de la familia del tatuado, abolengo e incluso de la consagración del paso de la niñez a la juventud, procesos mayoritariamente ceñidos y ejecutados con rituales colectivos, para tener el reconocimiento de grupo social.
Si procuramos buscar elementos comunes que definan de manera genérica el acto del tatuaje, como una tradición tribal ancestral, encontraremos que se aúnan en los siguientes:
Ritual, el dolor corporal, la marca mediante una cicatriz que genera identidad
No solamente somos cuerpo. Más allá de connotaciones clericales, filosóficas y culturales, nuestro ser está constituido de partes adicionales. Somos alma y consciencia también y muy probablemente debido a esta triada de composición de la integridad humana, también podemos ser marcados sin señal visual, sin dolor incluso, muchas veces y sobre todo, cada vez más sin que nos demos cuenta de ello.
Sobre la manera cómo el entorno nos influye y nos marca, más de un autor lo ha visto claramente y desde hace mucho hay investigaciones académicas y desarrollos de conocimientos técnicos y sociales que dan muestra de ello. También es cierto, que el criterio al respecto ha tenido que ver con el desarrollo de la tecnología y las estructuras de poder y, en función de los recursos con los que ha contado ese mismo poder en cada momento histórico.
1Guy Debord a mediados del siglo anterior, afirmaba que existe una forma de organización que rige todo y estructura el poder en un grupo minoritario de quienes controlan la información y una gran masa obediente que acata los designios del poder. También podríamos decir que esta masa es víctima de esa desinformación, para provecho de una minoría que la controla y explota.
Armando Silva, entrado ya los ‘90, afirmaba que el peso del valor simbólico que está plasmado en cada cartel publicitario, en cada vitrina de tienda y en cada forma particular de un recorrido de la ciudad, incluyendo sus edificios, su vegetación y sus grafitis, nos está comunicando y por tanto nos está formando, además de estar definiéndose a sí misma como ciudad, barrio o territorio en general.
“El territorio, en cuanto marca de habitación de persona o grupo, que puede ser nombrado y recorrido física o mentalmente, necesita, pues, de operaciones lingüísticas y visuales, entre sus principales apoyos. El territorio se nombra, se muestra o se materializa en una imagen, en un juego de operaciones simbólicas en las que, por su propia naturaleza, ubica sus contenidos y marcas los límites”2
Eres lo que escuchas—dice un slogan de radio—y de acuerdo a lo comentado somos marcados a través de las influencias de nuestro entorno. Lo que vemos, nos forma, mientras somos también parte de ese mismo escenario y mientras todos los elementos que lo conforman autodefine el entorno. Sus límites, sus elementos sobresalientes y los desapercibidos, los valores simbólicos, las cantidades, las cualidades, la escala, el ritmo, las proporciones del territorio y sus elementos, nos marcan una suerte de metonimia urbana, nos describen a los actores de la ciudad mientras somos parte de ella y le damos contenido/sentido.
Paul B. Preciado, activista queer, sostiene que el cuerpo es, a día de hoy, un producto del sistema biotecnopolítico. Defiende, además, que la visión hombre-mujer se corresponde una creación que tienen que ver más con los propósitos de lo político y lo económico antes que con nuestra biología, que el accionar del sistema se corresponde a un “Borrado sistemático de los saberes subalternos del cuerpo” ³.
Desde estas premisas, podemos afirmar que existe un proceso paralelo tanto en el desarrollo de la tecnología como en la consideración de nuestra consciencia en función de la magnitud en que nos afecta el entorno, de cuan profunda es nuestra relación con él.
El entorno nos afecta, nos define, nos hace
Si en un afán de volvernos hacia atrás en la historia, rascamos en la búsqueda de los orígenes de esta “metonimia” del ser humano y el entorno, es pertinente ir hasta los primeros habitantes que aún recorrían su terruño en busca de la caza y la recolección, cuando la relación con el territorio claramente estaba marcada por el largo transitar sobre la senda de la transurbancia nómada, siendo el caminar una forma de práctica estética y política que marca una presencia y una primigenia relación ser humano y el territorio. Así lo afirma Careri en su conocido y exhaustivo Walkascapes4
Tiempo después, cuando el ser humano procuró una relación de presencia que perdure en el espacio y el tiempo, dejó marcas. Grandes piedras, las mismas que le permitieron generar una nueva relación con el recorrido que dejó de tener un solo sentido unidireccional, infinito. Una sola marca, una referencia. Un menhir, marcó un inicio y un final, un ir y volver, un sentido de giro, una proximidad y lejanía. Un antes y un después.
Posteriormente, vendrá un largo transitar de innovaciones y circunstancias hasta llegar a consolidar la ciudad como nuevo receptáculo de relaciones humanas. La tradición grecorromana de la fundación urbana, protagonizaba un proceso que incluía varias instancias.
En 5“La ciudad como un mal curable. Ritual e histeria”, capítulo final y concluyente de “Idea de ciudad”, Joseph Rykwert afirma que luego de una exhaustiva investigación sobre las fundaciones de varias ciudades representativas, de distintas localizaciones y culturas, encuentra más de un criterio común en el proceso del nacimiento de las ciudades.
Está, por un lado, la presencia del augurio o proceso de “adivinación” que vincula una dosis de “protociencia” mediante un ritual: el sabor del agua, el estado de las vísceras de animales autóctonos, procesos que estaban encaminados a “validar” de alguna manera el acierto del lugar como un sitio apto para la fundación de la ciudad y, claro, para la vida humana en función de la calidad de sus recursos de proximidad.
Luego estaría lo que en la tradición romana sería el inauguratio, proceso mediante el cual intervienen varios actores con valor simbólico muy importante. Está el arado, símbolo de la agricultura, tirado por bueyes que son bestias domesticadas, estos dos elementos fundamentales dentro de la representación simbólica básica del sedentarismo serán los protagonistas de un primitivo marcaje urbano, hincándose en la tierra para delimitar de lo que será la ciudad.
Herir en la tierra para marcar el territorio, crear el límite
Procurando elementos para analizar esta acción de marcar el territorio como un símbolo de identidad y pertenencia, propongo que la siguiente parada pertinente sea mayo del ’68. En pleno posestructuralismo son innumerables las colecciones de afiches, fotos, libros y transcripciones de slogans de las frases que, a manera de grafiti, se pintaron en los días convulsos de huelga. Lo sucedido en mayo del ‘68 no son los primeros actos irreverentes de una manifestación popular que irrumpe en lo urbano, pero sí incorpora varias particularidades: el efecto viral, los concentra en el tiempo y en el espacio en un acto casi performativo, que se diseminó con un efecto “reprise” e impulsó más aún su valor simbólico. Por otro lado, su estética visual y la poesía, que componen un propósito de una nueva forma de expresión libre y fresca que irrumpe en la cotidianidad para marcar una nueva narrativa de la ciudad, totalmente cosmopolita y contemporánea.
Este efecto saltó a América algo más tarde y en versión recargada; hacia los ‘70 se intensificaron las tensiones, producto de la guerra fría y de las nuevas incursiones de los Estados Unidos de América en territorios ajenos, una oleada de gobiernos de Izquierdas y golpes de estado en América del Sur y sus consecuentes tensiones y luchas populares. En Nueva York expresiones como las de Basquiat y Andy Wharhol comprometen el desarrollo de un pensamiento de “arte callejero” como visión clara de la expresión cosmopolita de la “gran ciudad” y por otro lado, las expresiones de menor glamur, más populares, que no por ello de menor creatividad e impacto, para definitivamente liberar el grafiti como expresión máxima de una forma de marcar el territorio por parte de los excluidos que buscan un mecanismo de marcar la ciudad como suya.
A día de hoy, casi medio siglo después, y sobre la base de lo comentado, me pregunto:
¿Dónde quedó ese diálogo, actor-territorio y viceversa, en la narrativa de la ciudad contemporánea?
Diana Piñeiro, @carabiru en redes digitales, arquitecta, ceramista y fotógrafa, acuñó en flickr una categoría de colección de imágenes que denominó “cicatrices urbanas”. Este elemento es importante porque ciñe al efecto de la mediación humana en la interacción de la ciudad con sus partes—metonimia—
La ciudad se transforma, crece, se altera y continúa en la perpetua búsqueda de identidad y posibilita que ese momento de acción deje una huella, que por un tiempo, al menos, nos permite leer en esta nueva narrativa de la ciudad. Como consta en la imagen.
El fenómeno de la hibridación físico/digital sigue avanzando, el dispositivo más frecuente, el smartphone es cada día más casi una ortesis antes que una herramienta y esto irrumpe en nuestra relación con el entorno y en la narrativa de la ciudad, poco a poco vamos interactuando a través de esta mediación tecnológica. Escuchamos música, pagamos facturas, sabemos lo que tarda el próximo autobús, enviamos dinero, hasta cazamos bichos, chateamos con alguien que está al otro extremo del mundo (suponiéndonos en el mismo territorio) y probablemente citando a Bauman6 debemos más que buscar respuestas, cuestionarnos con las preguntas adecuadas:
A día de hoy, ¿cuál es la dimensión del territorio digital?
1 | Debord, Guy. (1968). La société du spectacle. París: Éditions Buchet/Chastel.
Se habla mucho de pasear en la ciudad, la mayor parte de las veces como un acto contemplativo de esos tiempos en que deseamos buscar el momento del esparcimiento. Con frecuencia hablamos de desconectar, de escaparse. Hablamos de ese perder el tiempo de manera consciente, como intentando descubrir algo oculto, que aguarda allí, en secreto, reservado sólo para nosotros.
Ser abordados por la sorpresa de encontrarnos con lo inusual, demanda previamente que exista lo usual y que se haya consolidado como concepto cotidiano y reconocido convencionalmente por los demás.
Pero, ¿qué es la cotidianidad desabrida y monótona en la que nos desenvolvemos a diario, para que algo distinto nos sorprenda?
Nuestra rutina se define por pequeños actos repetitivos, que uno a uno, sin novedad se van adecuando a un proceso de «normalidad».
Desgraciadamente, este concepto se forja sobre la base de la repetición poco lúcida, poco reflexiva. “Normalizamos” lo que se repite, simplemente, sin reflexionar sobre sus condiciones de oportunidad, de calidad, de eficiencia, de ética o de principios. De ahí que presas de ese estado, no es tan difícil conseguir vibrar de conmoción al encontrar algo distinto.
Con frecuencia, lo diferente no es más que lo que sale de la cotidianidad, incluso su rango de extravagancia poco influye en nuestra conmoción sorpresiva, más bien y como queda apuntado, somos víctimas del mar de normalidades que nos abducen de la capacidad de normalizar lo diferente.
A diario transitamos por las ciudades o trozos de ella sin poner afán ninguno sobre los pequeños detalles que hacen las particularidades.
¿Qué es lo que no vemos al pasear en las ciudades?
¿No vemos el árbol?
¿No escuchamos los pájaros?
¿Dejamos de valorar la danza infinita de personas que son potencialmente una red?
Caminamos la ciudad
Vamos a tomarlo con calma y analizar un poco la semántica de esta oración/composición:
Sujeto: yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos, todos caminantes, diferentes, heterogéneos de colores, tamaños e historias.
verbo: caminar. Acción humana de moverse. Nuestra especie, lo lleva haciendo cinco millones de años, de los que tan solo cuatrocientos mil ha sido sedentaria, urbana. Antes caminábamos—nómadas infinitos—buscando la sorpresa cotidiana, sin final. Sin destino.
Predicado: la ciudad, el entorno. Ese espacio físico que sin nosotros no es. Es el verbo—la práctica del espacio ejercida por nosotros—la que da la naturaleza de ser al espacio. En este caso a la ciudad. Pero ese entorno nos es también a nosotros. La ciudad nos afecta, nos hace.
El hilo conductor de la mediación entre personas y entornos es el movimiento. Cuando caminamos hay un acto implícito de mediación entre nosotros y el espacio. Esa mediación la ejercemos tirando de nuestra memoria.
“En suma, el espacio es un lugar practicado. De esta forma, la calle geométricamente definida por el urbanismo se transforma en espacio por intervención de los caminantes. Igualmente, la lectura en el espacio producido por la práctica de lugar que constituye un sistema de signos: un escrito.” ¹
«Recorriendo por las calles del viejo París«, cantaba Solera en los setentas. Una canción claramente de corte romántico/melancólico, bajo la premisa de que: todo pasado siempre fue mejor. Un gimnasio de la memoria que te hace recordar que ese constructo cultural que es la memoria, de la que tiras para ver ese «viejo París» no viene solo, sino con una cola inmensa de percepciones: el brillo mojado de los adoquines de las calles de París, el perfume dulce de la amada o el amado en recuerdo, aquél café con zócalo de madera en el barrio latino, la tarde soleada de la despedida, el beso de la despedida, las horas que creíste que no terminarían. Si es que ya puestos en ello, seguro terminamos yéndonos, fugándonos. Y todo esto pese a que nunca hayas estado en París, porque, dicho sea de paso, es parte del juego. Tu imaginación y tu memoria tienen límites más grandes que el París metafórico que todos llevamos dentro.
Pero: ¿de qué huimos? Nos vamos de viaje, ese viaje que nos convierte en el ser que por momentos se queda atrapado en el ir, siendo un viajero, retando al contingente de recuerdos, que, de pronto un día, podrían verse caducos, inexistentes. Enfrentarse al viaje va más allá que disponerse a ser sorprendido por la novedad. Es poner en juego la memoria propia, construida día a día, momento a momento, solo y por una comunidad y un entorno que de pronto, lo ha desahuciado.
El viaje urbano es un reto, una apuesta a leer, a descubrir la ciudad con los pies. Una ciudad que la transitamos todos los días, pero no queremos conocer, leer. Más que escaparnos, más que huir, más que irnos, lo que nos hace dar el paso de disponernos a lo desconocido, es el hastío de la certeza. El saber qué hay detrás de la esquina, el saber con quién te encontrarás a cada hora, el saber que ese mundo pequeño, compacto y cierto de nuestra ciudad es calculado, controlado y que nos lo sabemos.
El interés del consumo global ha jugado sus papeletas desde hace mucho para que, si paseamos, compremos. Para que comprendamos la ciudad como un objeto de consumo y una prenda de la democracia. Pagas impuestos, votas, tienes aceras, eres ciudadano. Pero esta receta parece que tiene fecha de caducidad, al menos en unos entornos más que en otros. El ciudadano cada vez más es un partícipe de la construcción urbana. Y cada vez comprende mejor que la administración somos la ciudad y que la identidad urbana ciudadana, es una construcción diaria sobre la que sea asienta la memoria.
Si nos vamos, si viajamos es porque en nuestro interior, aún somos nómadas, porque nuestros pies necesitan la sorpresa, porque nuestro cuerpo ha desarrollado durante siglos una ergonomía propia de la alerta, del imprevisto, de la caza y la fuga, de ese caso fortuito que llega sin cálculo y que nos permite ser presas de la novedad. Salir de viaje urbano, es también como una propuesta política pacífica y silenciosa, pero irreverente de ser partícipes reales en la construcción de nuestro entorno.
“Así las cosas, uno viaja para perderse y en el camino (y ojalá uno caminara o tomara la ruta no tradicional) logra , con suerte, encontrarse”. ²
notas:
1 | Certau, Michel de. (1994). La invención de lo cotidiano. París: Éditions Gallimard.
2 Fuguet, Alberto. (2007). Apuntes autistas. Santiago de Chile: Epicentro Aguilar.
Ha empezado febrero y no he logrado darme tiempo para hacer un resumen de lo que para mí implicó el año 2017. Podría contar muchas milongas, miserias, aprendizajes, triunfos y fracasos, pero hay uno en particular que me apetece mucho contar porque ha trastocado muchos matices de mis propósitos. El año pasado finalmente pude lanzar a la luz el curso online de urbanismos invisibles.
He querido hacer esta publicación, sobre todo para agradecer y reconocer a mucha gente que ha estado en este proyecto. Hubieron sorpresas también y muchas desilusiones pero como os será obvio prefiero quedarme con lo bueno y las personas.
Un curso que nace y se desarrolla de una investigación e iniciativa personal y genera como resultado, una sostenibilidad económica como proyecto y el entusiasmo de más de una persona, merece la pena de ser evaluado en sus posibilidades de continuidad, crecimiento y evolución. Por otro lado, creo también que es importante y mucho, el presentar proyectos como éste, como una verdadera alternativa a la academia, que responden a la necesidad de innovación formativa y dan una respuesta que de manera institucional es escasa o inexistente. Por estas razones y gracias a la colaboración y contribución de personas como Nassi Panagiotidi, Claudia Mora, Elisa de Simone, Luis G. Sanz, la red CivicWise, y los grandiosos invitados, quienes dieron el fundamental toque de experticia de cada uno de los temas que fueron parte de esta primera edición, a todos ellos muchísimas gracias.
Y ahora a seguir. Estamos trabajando en más versiones presenciales, que serán ejercicios específicos de una puesta en escena de toda la teoría, en busca de los urbanismos invisibles de distintas ciudades. Estamos construyendo un nuevo formato del curso, por un lado, más accesible a los distintos husos horarios que lo han demandado y haciendo un hincapié en las prácticas, que es un elemento que han agradecido mucho los cursantes y con esas novedades, espero que esta iniciativa a la que le he puesto tanta ilusión, siga creciendo.
A manera de anecdotario, que nunca está demás, la parte lúdico/festiva, nos dejó el mejor de los momentos en la conferencia de Francesco Careri, cuando a través de la cámara de su portátil, nos compartió algunas vistas de Venecia, a manera de una deriva digital compartida.
Durante mucho tiempo de mi adolescencia, compartí viajes al campo con mi padre, eran casi tres horas de trayecto en coche, unas veces más disfrutable que otras. Un padre cuarentón y un hijo adolescente no siempre se encuentran en temas de charla. Ahora lo sé porque estoy aprendiendo desde el otro lado.
Uno de los temas en los que siempre me interesé y de los que mi padre disfrutaba hablar, eran historias reales pasadas, esas pequeñas mitologías que se construyen en cada clan y que sin que nos diéramos cuenta pasan a ser parte de la riqueza de la tradición oral que no habíamos/hemos perdido algunas familias; eran temas que tenían que ver con el origen de nuestro apellido. Fueron muchos años de un tema reiterativo, que volvía una y otra vez y siempre con algún cachito nuevo. Finalmente, tomó una trascendencia seria, cuando mi padre me comentó que un primo suyo había hecho un trabajo serio de construcción de una árbol genealógico, pero este árbol arrancaba exactamente un siglo antes de que yo naciera. En 1868 la zona noreste de Ecuador sufrió uno de los terremotos más devastadores de aquel siglo, entre otros, el pueblo de Mira, fue muy castigado. Para la reconstrucción de su iglesia, algún tiempo después, se trajo a un albañil, de quien solamente se sabía que venía del norte, tal vez Colombia o Venezuela. Al parecer éste sería el primer Hidrobo en tierras ecuatorianas. Desde aquel hasta mi padre, el árbol estaba construido totalmente, inclusive las descendencias con las variables del la hy la b, que ahora se las conoce como provenientes de Guayaquil y Cuenca,pero sin embargo faltaba lo anterior a 1868.
En el año 97 en un evento internacional de accesibilidad, al que representé al País, en Cartagena de Indias, conocí a un funcionario venezolano quien me comentó conocer a una persona con mi apellido dentro de su institución. Eran tiempos ya de internet, algo incipiente, épocas de «netscape» , por ejemplo, y yo le pedí que preguntase si tenía algún interés o conocimiento en la genealogía del apellido, y que de ser así, se pusiera en contacto conmigo, lo cual, un par de años mas tarde y luego de no mas de cinco correos dio su fruto. El me confirmó la presencia de antepasados con el apellido incluso antes de 1800, la conexión con el mismo apellido en Colombia y sobre todo la relación con Huidobro y la presencia en Chile del mismo apellido. Es más, en uno de los correos, recuerdo que me comentaba de la tradición colonizadora en tiempos de inmigración, de identificarse con el lugar de origen, nombrándolo como un segundo apellido, así los Fernandez de Álaba o los Ramirez de Zaragoza, y que el apellido original emigrado a américa era García de Huidobro, apellido que en la genealogía si que aparece tanto en Huidobro, Burgos, como en Chile de siglos anteriores al XIX.
Ya viviendo en España, y en uno de los viajes de visita, recuerdo cuando le conté a mi padre que Huidobro era un antiguo pueblo abandonado y perdido en la provincia de Burgos, del cual tan solo quedaban los restos de una pequeña iglesia de neorománica, su emoción fue algo así como participarle de un hallazgo muy importante y desde entonces y sin más, cada vez que volví de visita a Ecuador, me preguntaba:
¿Has llegado a ir al pueblo?
Cierta y lastimosamente siempre le dije que no, que no había podido, excepto la última vez, en que le conté que al volver de Cantabria habíamos intentado llegar, no lo logramos, fuimos por Pesquería de Ebro y nos quedamos a tan solo 4 kilómetros. Cuando se lo conté a Papá, me llamó la atención que sus preguntas fueron pocas y particulares:
«¿Cómo era?, ¿Qué colores tenía? ¿A qué olía?»;
Entonces era Febrero del 2015, con su muerte en noviembre del mismo año, supe sin lugar a dudas que era un tema pendiente que había que quitarse de encima lo más pronto posible.
En Enero del 2016 aprovechamos el inicio del año y la vuelta de nuestro hijo Joaquín que estudia en Burgos, para hacer un viaje familiar que traía la tarea, que para mi y sin haber hecho compromiso, estaba pendiente.
Lo épico ya no se halla con facilidad en estos días y mal estaría pretenderlo, fue un viaje ameno y divertido con algo de neblina que si que dio un matiz particular, pero sin dificultad y en algo más de una hora desde Burgos, llegamos a un paraje campestre, invernal, y ganadero en el que justamente encontramos las ruinas de la Iglesia.
Así sin más y al volver intenté hacer este post y no pude, creí que faltaba algo. Compartí con la familia las imágenes de los primero Hidrobo que habían llegado a Huidobro, de donde alguien salió algún día a hacer las américas y se quedó.
Me encanta que «Las Américas», por eso de los diptongos y los quichuismos, le tunearon al apellido. Creo que nada mejor que comprender un mestizaje, desde el idioma y el lenguaje y su semiotica. Este post lo borronee entonces, lo releí decenas de veces, hasta que el dolor de no haber llegado a decirle, Papá…llegué! y el pueblo huele a campo húmedo, tiene colores ocres y mates y tus nietos han corrido allí…me ha superado y hoy a dos años de que nos hayas dejado, soy capaz de decirte que es un día de alegría y fiesta de recordarte en paz, porque nos dejaste la más grande de las herencias, una sensatez en los principios, la intuición del bien y un afán de curiosidad. Con ello sé ahora, que tu nietos llegarán a donde siempre tuviste ganas de ir, y seguro que más allá y sé que todo eso, de alguna extraña manera será en tu compañía y con tu presencia.
El Civic Factory Fest de Valencia nos ha permitido llevar a cabo el prototipado del taller que preparamos con el nombre de Urbanismos invisibles. Este taller lo hemos trabajado como Activadores urbanos y su estructura básica está publicada en el septiembre pasado y a partir del 2017 será parte del Mapping lab de civicwise.
El resultado han sido varias jornadas de trabajo docente, primero charlas de carácter magistral y discusión y luego prácticas aplicadas a cada una de los módulos teóricos, a manera de derivas psicogeográficas y registros de mapeo.
Estas deambulaciones han sido de dos naturalezas básicas, las de carácter más analógico en las que ha primado un análisis discutido de las percepciones que el entorno urbano nos genera, y la otra de carácter más digital, sobre la base del uso fundamentalmente de mashup o de aplicaciones que nos permiten distintas calidades de registro.
Por otro lado también hemos desarrollado una Deriva Glocal, que ha consistido en una deambulación con guía externa en tiempo real. Esta práctica la hemos desarrollado en colaboración con nuestro correspondiente círculo de civicwise en Curitiba Brasil, liderado por Danieli Wall y ha consistido en una deriva psicogeografica con instrucciones guiadas desde allí; hemos acordado para que tres equipos distintos seamos guiados en tiempo real desarrollando deambulaciones, frente a las cuales bajo instrucciones desde Curitiba caminemos en Valencia levantado un registro tanto de las imágenes como de las percepciones que la ciudad nos permitía obtener en los diversos nodos o puntos de análisis.
El provecho fundamental de este proceso experimental consiste en una llamado al azar y la serendipia del registro y el análisis, cuyos puntos de vista al no corresponderse en realidad a los realizados en los sitios de la deambulación real, provocan un punto de vista ignorado o casual que puede provocar hallazgos fortuitos.
Dentro de todo el conjunto de conocimientos que pretendemos compartir en este taller, hemos incluido el Graphic recording, llevado a cabo por Nassia Panagiotidi como una estrategia de facilitación visual como un método adicional de registro. Muy importante citar que las ventajas que aporta el GR como un método de registro, están vinculadas por un lado al aprendizaje de temáticas o materias no formales en las que se cruzan mas de un ámbito del conocimiento y por otro lado al ejercicio intelecto-cognitivo que relaciona los conocimientos teóricos con las imágenes gráficas.
Esta metodología, como se puede entender, parte de los principios básicos de la deriva, para ello es necesario perderse, que no es otra cosa que desconectar la conciencia del entorno, sólo así somos capaces de «mirar lo oculto» y encontrar nuevas expresiones de la ciudad.
Mi apuesta por este taller es ambiciosa, esperamos que existan oportunidades de evolucionar en nuevas experiencias.
Junto al colectivo continentes sin contenido y Arquitectura sin fronteras hemos organizado las jornadas la ciudad participada, en donde he colaborado con buena parte de la curaduría de contenidos, además de otros asuntos administrativos y logísticos.
Las jornadas han estado marcadas por una potencial tendencia hacia las estrategias bottom up y los espacios de participación que cada vez son mas demandados por parte de la ciudadanía y atendidos por las administraciones. Entre los unos y los otros, estamos los técnicos que en gran medida cumplimos labores de mediación en ese ir y venir, roles que dentro de lo que respecta a CivicWise estamos afanados en desarrollarlos y especializarnos cada vez más para proveer de ese acompañamiento que finalmente nos mantiene optimistas frente a la generación de nuevas relaciones y formas de participar en la construcción de ciudades.
En general las presentaciones estuvieron marcadas por una gran calidad puesto que pudimos contar con expertos a nivel nacional en especialidades que aún son cautivas en muchos medios. La estructura estuvo planteada en cinco módulos correspondientes a cinco concejalías del ayuntamiento local, sin cuyo aporte esto no habría sido posible:
Trabajo en red, nuevas formas de organización social, estuvo representado por los buenos amigos de monoDestudio, con quienes hemos compartido más de una jornada y/o proyecto. monoDestudio es un equipo de investigación social y acción participativa. Ponen en
práctica sus conocimientos en campos como la investigación social aplicada, la gestión estratégica territorial, la planificación y el diseño organizativo; tanto en la realización de proyectos concretos como en elaborar tareas de asesoría con instituciones, organizaciones y
empresas, etcétera y junto a ellos Kaitos Gamescon José Abellán, quienes aplican mecánicas de Juego y/o Narrativa Transmedia a objetivos concretos y lo hacen para diversos ámbitos: Empresa, Educación, Sanidad, Cultura, Ciencia, etcétera.
Políticas de participación ciudadana. Desde Emprendipia y CivicWise Extremadura, Adolfo Chautón Trabaja como consultor-investigador-facilitador independiente en el ámbito de la Innovación Social y concretamente centra su actividad en el desarrollo de Emprendipia, un sistema operativo abierto para la generación de proyectos basados en la Innovación Social y el emprendimiento mutuo. Su trayectoria ha estado marcada por el diseño y desarrollo de procesos y proyectos de participación abiertos y centrados en el/la usuario/a que, a través de la acción-reflexión, hibridando creatividad, tecnología, sostenibilidad y desarrollo local. Adolfo, sin temor a equivocarme es una de los pocos que ha tratado el emprendimiento y el desarrollo de nuevos caminos para la economía cívica, desde la innovación social y generación de redes de trabajo colaborativos, junto a él ha estado Raons públiques, cooperativa de urbanismo (Sccl.) especializada en participación para la construcción de la ciudad. Desde el 2010 desarrolla proyectos caracterizados por la implicación de las personas en la concepción, la transformación y la gestión de su entorno.
Modelos productivos, Estuvo representado por la Fundación de los comunes, quienes se definen como un laboratorio de ideas que produce pensamiento crítico desde los movimientos sociales como herramienta de intervención política. Son una red de grupos de investigación, edición, formación, espacios sociales y librerías que ponen recursos en común para impulsar la revolución democrática y la igualdad social y justamente uno de los integrandes es Katakrak, quienes a su vez son una cooperativa cuyo espacio en el centro de Iruña combina una librería con una cantina y un espacio para el procomún donde se programan todo tipo de actividades.
Ciudad y espacio común fue probablemente el módulo más esperado, días antes de la sesión se agotó el aforo con inscritos. Lo comento porque aunque como podéis ver la gran calidad de ponentes, este hecho si que manifiesta tanto una demanda y preocupación ciudadana como una intuición de contradicciones entre ello y la posición de lo que se está haciendo desde la administración.
En este bloque estuvieron:
Paisaje Transversal, quienes asesoran, diseñan y coordinan nuevos modelos de gestión e intervención urbana desde la sostenibilidad e integrando la participación de todos/as los/as actores/actrices y ciudadanos/as interesados/as, con el fin último de mejorar las condiciones de habitabilidad.
Ecosistema Urbano, representado por Jorge, gran amigo y para quien sé que el volver a «su alicante», nunca es poca cosa y menos para contribuir con su experiencia. E.U. Es un grupo de arquitectos/as y urbanistas afincados/as en Madrid que operan en los campos
del urbanismo, la arquitectura, la ingeniería y la sociología. Definen su trabajo como «diseño social urbano» ya que entienden el diseño de los espacios urbanos a partir de las dinámicas que en estos se dan de forma que se mejore la autorganización y autogestión de su
ciudadanía y la interacción social de las comunidades y su relación con el medioambiente. Han puesto en marcha proyectos con esta filosofía en Noruega, Dinamarca, España, Italia, Francia y China.
Y junto a ellos yo he actuado a nombre de la comunidad internacional CivicWise, que somo sabéis es la comunidad con la que participo desde hace mas de un año. CivicWise es una comunidad deslocalizada y abierta cuya misión es empoderar a la ciudadanía para fomentar un urbanismo colaborativo que promueva la innovación y mejore el emprendimiento ciudadano. Este proyecto proporciona una plataforma de intercambio donde los valores, el conocimiento y la reputación generada por sus miembros desde cualquier lugar del mundo sirva como soporte para desarrollar nuevos proyectos.
Arte e intervenciones urbanas fué el último módulo, dejado justamente para el domingo último día, por su calidad lúdica; tuvimos como invitados a dos personas que realmente no requieren presentación y que personalmente considero que son un referente imprescindible de los ámbitos en los que se desenvuelven.
Por un lado tuvimos a Juan López-Aranguren de Basurama, Es un colectivo dedicado a la investigación, creación y producción cultural y medioambiental fundado en 2001 que ha centrado su área de estudio y actuación en los procesos productivos, la generación de desechos que éstos implican y las posibilidades creativas que suscitan estas coyunturas contemporáneas; y por otro lado a Antonio Ruiz Montesinos, quien trabaja a partir del análisis, la modificación y el registro de los espacios que construyen nuestra experiencia cotidiana,
intentando comprender como esta se desarrolla en un entorno híbrido mezcla de lo real con lo ficticio, lo urbano con lo natural y lo físico con lo digital. Centra su interés en las diferentes formas de entender la producción de estos espacios donde vivimos, así como en el
enfrentamiento entre diferentes modelos de emergencia político-social (Bottom-Up) y las estructuras de control jerárquico (Top-Down).
Ahora nos queda, por un lado esperar que esta contribución a la formación y la información del cómo y el qué de lo que está sucediendo en otros sitios de España y el mundo trascienda tanto en la ciudadanía como el la administración y los técnicos para que genere resultados distintos a lo que venía sucediendo hasta ahora.
Recuerdo que uno de los últimos post de José Saramago afirmaba que este es un momento en que debemos hacer más filosofía.
Pero ¿qué representa la filosofía a día de hoy?
Yo creo que es una dinámica del pensamiento y creo que esto atañe a todos los seres en todos los oficios. Máxime, cuando entendemos que es un momento de actuar desde lo próximo, pensando en lo más amplio y esto tienen mucho que ver con pensarnos como especie más que como individuos.
Todo proyecto debe empezar por los antecedentes sociales, conocer el público objetivo que será vinculado a su accionar. Esto compromete la relación de las personas con su memoria y con su entorno y dónde radica la potencia de las intervenciones—urbanas—(aunque podrían ser rurales, o de otra naturaleza, como intentaré explicarme luego).
Si el ser humano como especie, cambió su forma fundamental de subsistencia al rededor del año 4000 AC, cuando gracias al desarrollo de la la tecnología lítica, la división del trabajo y otros factores, dejamos el sedentarismo y dimos a luz a las ciudades, forma de relación con el entorno que aún conservamos, aunque en un estado de comunidad desgastada, podemos penar que nuestra memoria como especie, aún conserva presente muchos rasgos de la riqueza nómada, antes que de la urbana. Claramente esta afirmación podría ser desmontada de validez si la analizamos desde un punto de vista cuantitativo, a día de hoy mas de la mitad de la población mundial vive en entornos urbanos.
Desde esta reflexión, creo que hay pocos «pueblos» que aún conservan dentro de sus hábitos de relación con el entorno, rasgos mas fuertes del nomadismo: Los pastores del Tibet, los Síngaros de Rumanía, los Uros de Perú, los Pinj de Papúa y obviamente el pueblo Saharaui.
Con el equipo de Activadores Urbanos y a partir de estas reflexiones, trabajamos un centro de innovación y tecnología que pretendía hacer un recabo de la cultura tanto ancestral como contemporánea del pueblo saharaui, basando la investigación en una modalidad híbrida que proponía la investigación abierta y colaborativa de los conocimientos ancestrales y la aplicabilidad de estos saberes en el empredimiento social y económico, como un aliciente que pueda cooperar en la dignificación de este pueblo que vive desde hace cuarenta de la beneficencia de la comunidad internacional.
Hace poco dentro del proyecto Videoterra hice una conferencia, en la que procuré plasmar una visión de mi experiencia en la arquitectura en tierra pero con la influencia de las demás disciplinas que me ocupan. La memoria, el Patrimonio, Internet como un espacio nuevo de intersección entre la cultura urbana y el desarrollo. Desde esa perspectiva vengo trabajando algunos proyectos con @NassiPanagiotidi, Urbanista y Graphic recorder, quien tuvo la sensibilidad de trabajar esta imagen que resume la propuesta de la conferencia.
No solamente que me apetece compartirla, sino que creo que esta búsqueda de los nuevos formatos de encuentro entre la comunicación, las nuevas tecnologías y el arte tienen una gran perspectiva por descubrir en la sinergia de los nuevos oficios.
Poner nombre a las cosas es reconocerlas. Nombrarlas es anular la posibilidad de ignorarlas.
Recuerdo aquellos amigos de la época de estudiantes de quienes cuyo nombre no lo puedes recordar, era porque no destacaban, no se «hacían ver», más allá de un juicio de valor al cómo y al por qué. Muchas veces recuerdas de ellos alguna anécdota, algún rasgo particular, pero se te va su nombre.
Políticamente, una de las estrategias muy venidas a más es tratar de «complicar» términos a fin de «opacar» su concepto. Se le llama movilidad internacional laboral a la migración, con ello se intenta matizar un término, aparentemente complicándolo pero realmente ocultando sus razones claras y de fondo. Es una manera de negarlo.
Conocí una familia a cuyo novio de la hija lo llamaban «Éste». El chico tenía nombre y apellido, pero todos, la interesada incluida lo llamaban Éste, casi como si de un apodo se tratara, pero no lo era.
En nuestra lengua está reconocida la «media verdad» como una declaración engañosa.
Vamos!!!»que por angas o por mangas», el tema es que hay un sentido sub contextual en el hecho de ocultar, de esconder. Voy a cumplir diez años en esta tierra mediterránea a la que le tengo inmensa gratitud y cariño, pero debo confesar que hay gran parte de estos «lenguajes» que aún no soy capaz de aprender a manejar.
—La cosa—, dice la gente. —La cosa—se está componiendo.
Así se refieren a la reaparición de grúas y una que otra parcela, que luego de haber ganado ociosa plusvalía, empieza a verse con movimiento de tierras y el trajinar de obreros de construcción que vuelven a la carga. Con toda certeza, esta afirmación:»la cosa se está componiendo», tiene que ver con la ignorancia de no poner nombre a un hecho, fenómeno social culpable de muchas de las dificultades que estamos viviendo. Tiene que ver también con un optimismo de que «a todos nos vaya mejor», con esa ilusión de que salgamos de una época mala y volvamos a lo mas parecido posible del «estado del bienestar», esa época en donde probablemente muchos vivíamos más allá de nuestras posibilidades y sobre todo nos ilusionamos tanto y tanto, que no fuimos capaces de ver que el «estado de bienestar» era un caldo de cultivo de la corrupción, el clientelismo, pero sobre todo una injusticia social que nos engañó a todos, haciéndonos pensar que era normal un estado de absoluto despilfarro, en donde las escalas y proporciones de beneficios se fueron de las manos y muchas profesiones y oficios se «crecieron» muchísimo más allá de la realidad.
¿Que nos queda?
Yo apuesto a la reflexión, darnos cuenta que los pocos proyectos de edificación que se levantan, si bien no son un timo, si que siguen siendo en gran medida, el símbolo de un error. Son la escenografía de una obra de teatro de lo mas nocivo y cruel que ha vivido el sur de Europa y gran parte del resto del mundo y que ha coincidido con una crisis no solo económica, sino ética, política. Pero sobre todo no es un símbolo de que las cosas van a ser mejores mañana, ni menos aún símbolo de arquitectura o industria.
La Biblioteca de INEPE es un proyecto que fue enfrentado desde una estrategia deslocalizada. Inicialmente nació como una encargo colaborativo para esta organización sin fines de lucro, pero más allá del resultado técnico, que en los adjuntos lo podréis ver, para mi es muy importante el ejercicio tanto de investigación como logístico y organizativo que hay detrás.
La investigación pretendió ir a un análisis antropométrico de los equipamientos propios de las bibliotecas de niños y por otro lado estructurando unas necesidades de espacios reales actuales, como proyectadas sobre la base de los objetivos de la entidad educativa. Interesante ver y saber que la en el tema pedagógico de vanguardia, pocas discusiones caben acerca de valores tan didácticos como el aprender jugando, la dramatización, la importancia de la lectura, la imaginación y el confort adecuado de acuerdo a los diversos intereses. Importante comentar también, que en ello he encontrado un distanciamiento con métodos clásicos de una docencia cuestionada, y todo esto reforzado con una gran relación con el «cliente» absolutamente colaboradora y alineada a propuestas innovadoras.
Al margen de reflexiones pedagógicas, el resultado ha sido satisfactorio, un espacio fundamentalmente útil, hemos tenido especial cuidado en el área que la hemos llamado escénica, un espacio en el que hemos pretendido que el «circo» esté dentro de la biblioteca para provocar un ambiente ameno en tareas de cuanta cuentos y procesos lúdicos de iniciación a la lectura.
Un espacio, mas bien elemento accesorio, inspirado en las investigaciones de neuroarquitectura de Rosan Bosh, que logra espacios de confort para la lectura mientras divide y oculta sistemas de proyección y comunicación escénica y el área concreta de trabajo bibliotecario de consulta, equipado con sistemas digitales especialmente para trabajo de chicos de algo mas de edad. Un falso techo que toma presencia jerarquizando el espacio «informático y de acceso». Procuramos una especial atención con la iluminación, sobre todo tratándose del alto soleamiento debido a la ubicación del proyecto, fue indispensable proveer de estores black out para controlar una luz natural adecuada a las actividades.
Uno de los elementos mas determinantes del proyecto ha sido el pensar en una austeridad de la intervención, por esto hemos procurado plasmar una suerte de criterios a ser interpretados por la construcción que permitan ir desde una campaña de empoderamiento por parte de los usuarios a través de organizar sesiones en plan maker, con la comunidad involucrada, hasta la simple contratación con proveedores locales.
Entre cartones, en medio del patio, yacía doña Margarita clasificando juguetes de venta para la Navidad venidera. Una montaña de cajas similares llenaban uno a uno los cuartos húmedos y malolientes de cada división de espacios, bodegas más bien. Me detengo y repienso por no llamarlos habitáculos, porque las condiciones de habitabilidad habían desaparecido hace decenas de años. Sin embargo, esa penumbra, esa ausencia de luz, que nubla la certeza y opaca el tiempo, permite acercarse con un morbo que turba la razón.
El tiempo, la historia y la memoria que se almacenan entre esas paredes ásperas, que abrazan y te hacen perder la escala, para solo dejarte fugar en el cielo azul de los patios.
Sí. Seis, seis patios con un mismo cielo, seis patios atados con cuerda de pasillos y nudos de umbraladuras. Atados con madera fina de talle rústico, tan rústico que parece que la burguesía urbana de la república le había pasado indiferente.
Tengo el cuerpo frío de desconcierto. Atravieso el zaguán de salida. Me cuesta abrir la puerta, casi escotilla, que separa el silencio de la memoria de la realidad cotidiana. Pienso que esa bulla, esos gritos, están macerándose en el día, para fugarse en la noche hasta el interior de los muros de adobe para guarecerse de lo frívolo.
Cierro la gruesa puerta y mi mirada pidiendo respiro se escapa al cielo. Cielo de patio, ahora infinito y me asaltan las letras patojas y antiguas incrustadas en la piedra, pensaría que es más bien la piedra la que ha crecido a su alrededor.
«Alabado sea el santísimo sacramento, acabose esta portada en el año de nuestro señor de 1671»
137 años después de que ésa, la otra, la nueva ciudad apenas empezaba a nacer y cuanto más puede haber detrás, cuanto que el dintel de piedra oculta y no cuenta.
Los patios, sus paños blancos, la madera curtida, el Higo del fondo y los aleros, cada canecillo, una a una cada umbraladura y paño, saben que los años no son números ni calendarios, los años son patrimonio y memoria.
Los adobes con los se construye la cultura de lo que somos.
17 de noviembre 2001, una de las primeras visitas a la casa del alabado antes de su intervención.
Hace poco una escuela de rehabilitación me invitó a dar una charla que marcaba la apertura de un nuevo curso lectivo, el preparar esa conferencia me obligó escarbar antiguos archivos de las obras a las que haria referencia. Ese ejercicio de ir y volver entre el recuerdo y la lectura me sugirió reflexionar acerca tiempo de madurez. He encontrado un manuscrito en uno de los primeros visitas casa del Alabado, y he repasado la presentación de diapositivas de esa conferencia; entre ambos hay casi 15 años en los que cuentan de espacios y momentos que hacen referencia a una misma sensibilidad a un mismo objeto y una misma persona y creo que la distancia y el tiempo permiten agudizar las reflexiones.